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martes, 21 de diciembre de 2010

La Experiencia Mística de Jesús - Laurence Freeman






La semana pasada vimos que la conciencia mística es tan vieja como la humanidad. La
mayoría de los grandes científicos de nuestro tiempo llegaron a ver al mundo de este modo
– en forma armoniosa y reverencial. Las raíces de lo que llamamos la tradición mística
cristiana anteceden pues, al Jesús histórico. Esto es coherente con la teología de la
Encarnación según la cual la Palabra eterna entró al tiempo y al espacio en la persona de
Jesús de un modo sin precedentes e irrepetible. Vale la pena demorarse en esta paradoja
de “tempeternity” (tiempoeternidad) – Raimon Panikkar usa esta palabra para referirse a la
integración del tiempo y la eternidad en un solo concepto – porque ilustra lo diferente de la
experiencia cristiana. También ella explica porque las Escrituras y las palabras de Jesús
pueden interpretarse de maneras tan distintas. Este mismo misterio nos muestra cómo
formamos parte de los intereses comunes de la humanidad mediante una profunda
incursión en nuestra propia tradición. Permaneciendo en nuestra propia fe – siempre que
nos zambullamos en sus profundidades – emergemos donde el Jesús Resucitado sale a
nuestro encuentro en un reino sin fronteras. Nunca como ahora el mundo ha necesitado de
forma tan urgente, de la sabiduría mística, para trascender su auto destructividad y para
impedir que las diferencias se conviertan en divisiones y excusas para la violencia.



Las raíces de la sabiduría mística cristiana se encuentran en los aposentos más profundos
del corazón de Jesús. El corazón humano – un símbolo universal de integridad e
interioridad, es notablemente difícil de discernir. No podríamos esperar ver en lo profundo
del corazón de Jesús si El no nos hubiera dicho específicamente que nos “había revelado
todo lo que he oído de mi Padre” (Juan 15:15). Somos llamados sus amigos, aquello a
quienes no oculta nada. Esta extraña revelación, junto con todo lo que sugiere acerca del
vínculo divino con la humanidad, es el centro de la fe cristiana y sustenta todas las
interpretaciones de la Cruz y la Resurrección.

Jesús es llamado “maestro” con más frecuencia que de cualquier otra manera en el Nuevo
Testamento. Aprendemos de El, como lo sugiere la palabra discípulo (del latín discere).
Como cualquier buen maestro, Jesús comparte lo que sabe abriendo nuestras mentes y
expandiendo nuestra capacidad de gnosis, conocimiento adquirido a través de la
experiencia personal. Esto es a lo que el Segundo Concilio Vaticano llamó vocación
universal de santidad y la razón por la cual pone tanto énfasis en la recuperación de la
tradición contemplativa. Uno de los mejores métodos para enseñar de esta forma es hacer
preguntas en vez de simplemente suministrar la información. La experiencia mística crece
con fuerzas cuando la mente está abierta y eso es lo que provocan las preguntas.

Entre las muchas preguntas que Jesús hace, tal vez la pregunta crucial- que también
muestra como su experiencia del Padre se hace nuestra- sea “quien dicen ustedes que
Soy?” (Lucas9:18 Mateo16:15). No es invasiva. Ignórenla si así lo desean. Pero si la
escuchamos, nos guía, como a Alicia, por un profundo túnel hasta un mundo de
extraordinaria e intensa realidad de iluminación que Jesús llama Reino. Es como si, por
escuchar esta pregunta, fuéramos guiados sin darnos cuenta a enfrentar la pregunta
básica de la conciencia humana que nos gusta posponer indefinidamente “¿quien soy?”.
Los místicos cristianos siempre han sabido que el auto conocimiento es inseparable de
nuestro conocimiento de Dios.”Que pueda conocerme, para que pueda conocerte a Ti”,
rezaba San Agustín. El auto conocimiento de Jesús es la base de su humilde autoridad para
hacer ésta, su pregunta. La sabiduría mística es humildad. “Sé de donde he venido y hacia
donde voy” (Juan 8:14). Es como si Jesús, el maestro de los Evangelios y nuestro maestro
interior, quisiera que podamos decir esto de nosotros mismos.

Basileia, la palabra griega para traducir “reino” encuentra una mejor traducción en
“reinado”. Esto nos recuerda que el reino de Dios no es un lugar hacia donde vamos o una
recompensa que nos ganamos. Es la presencia del ser puro de Dios en el cual se
trascienden todas la dualidades, aunque no se destruyen. No puedes decir:”mira, aquí está”
o “allí está”, porque en realidad el reino de Dios está dentro/entre ustedes (Lucas:17,20). La
preposición que usa aquí, su, significa tanto dentro como entre, de manera que , como
mucha de la gramática que usa San Pablo, evoca matices místicos y sociales. Místicos y
morales, contemplativos y activos, los Evangelios son una fecunda fuente infinita de
crecimiento espiritual. Cambian de significado de acuerdo con las condiciones en que son
leídos y se adaptan a la inteligencia del corazón del lector. La oración contemplativa y la
Palabra viva de las Escrituras han formado conjuntamente la tradición mística cristiana.
Arraigada en la experiencia de Jesús, la tradición mística cristiana simplemente significa
entrar en el Reino a vivir las circunstancias únicas de nuestra vida, en amorosa unión con
El, e iluminados por su palabra.

Jesús hizo muchas cosas. Perdonó pecados, curó enfermos, alimentó a los hambrientos,
resucitó a los muertos, calmó tempestades, habló en parábolas y siempre se retiró a rezar
en silencio y solo. Pero el significado de todo lo que dijo e hizo fue el anuncio del Reino. “Las
palabras que digo no son mías. El Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme
cuando digo Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi.” (Juan 14:10,11)

Esta reivindicación de la unión con Dios y la promesa de Jesús de enviar el Espíritu Santo
condujo hasta- con el transcurso de muchos siglos- el modelo trinitario de lenguaje místico
cristiano. Sin embargo, como veremos en el curso de las series, este lenguaje es más
parecido al que hablamos en nuestras habitaciones que al que usamos en un salón de
conferencias. De manera que no sorprendente que los místicos del cristianismo se hayan
enfrentado frecuentemente con sus funcionarios burocráticos. Ni el judaísmo ni el
islamismo, nuestras religiones hermanas, tienen un discurso tan intenso sobre la ortodoxia
doctrinal. Sin embargo el místico todavía se siente con frecuencia impulsado, aún a riesgo
personal, a encontrar palabras para la experiencia que despertó en el silencio de la unión
en el corazón. Jesús el modelo del cristiano contemplativo, también demostró como la
experiencia del amor de Dios demanda modos de expresión para provocar una revolución
en la conciencia humana

Entramos al Reino a través de una transformación de la conciencia en el otro centro de
amor. Las Beatitudes describen como es el mundo después. El amor es moneda corriente
en el reino y la orden de amar es la gran simplificación que une lo ético y lo místico. El
cristianismo es esencialmente una religión mística porque no tiene sentido fuera de la
visión de unidad en la cual todos los opuestos se reconcilian. Aún los enemigos se
transforman en los que amamos. Jesús enseñó que la contemplación y la no violencia eran
los pilares idénticos del Reino.

A medida que el discípulo cristiano llega a ser esto, nutrido por la palabra, los sacramentos,
la comunidad y el diálogo con otras religiones, su experiencia se hace nuestra. La
experiencia mística cristiana es esencialmente la vida cristiana. A medida que la vivimos
vemos que la morada interior de la que canta en sus Discursos de Despedida – “como tú,
Padre, estás en mi y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21) – no es
solo palabras.

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