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viernes, 22 de enero de 2010

CIBELES Y ATIS
Los peligros de la posesividad

HE AQUÍ UNA VISIÓN DESOLADA Y SALVAJE DE LA PASIÓN CELOSA LLEVADA AL EXTREMO. LA HISTORIA ES ANTIGUA: EN EL CENTRO DE TURQUÍA, EL CULTO A CIBELES TIENE MÁS
DE SEIS MIL AÑOS DE ANTIGÜEDAD. SIN EMBARGO, EL TEMA ES FRANCAMENTE CONTEMPORÁNEO, YA QUE HABLA DE LAS CONSECUENCIAS TRÁGICAS DEL AMOR POSESIVO. AUNQUE EL AMANTE CELOSO ES AL MISMO TIEMPO LA MADRE EN ESTA HISTORIA, MUCHAS RELACIONES ENTRE ADULTOS IMPLICAN SENTIMIENTOS INCONSCIENTES DE DEPENDENCIA INFANTIL Y DE POSESIYIDAD A NTVEL PATERNO. ES POSIBLE QUE LLEVEMOS A NUESTRA VIDA ADULTA ASUNTOS PENDIENTES CON NUESTROS PADRES, DE FORMA QUE ENCARNEMOS LOS TEMAS PRESENTADOS POR ESTE RELATO HE MODO MÁS SUTIL, PERO PSICOLÓGICAMENTE SIMILAR.


CIBELES, la gran diosa anatolia, creadora de rodos los reinos de la naturaleza, tuvo un hijo a quien puso por nombre Atis. Desde el momento en que este nació, se quedó prendada de su belleza y gracia, y no había nada que no hiciera para lograr su felicidad. A medida que él iba creciendo, pasando de la niñez a la juventud, su amor se iba haciendo más profundo, y, cuando llegó a la virilidad, se lo apropió para convertirse en su amante. Además, lo nombró sacerdote de sus misterios y le obligó a hacer un voto de fidelidad absoluta. En consecuencia, ambos vivieron encerrados en un mundo paradisíaco y sellado, en el que nada podía estropear la perfección del vínculo.

Pero Atis no podía permanecer para siempre alejado del mundo exterior, y uno de sus principales placeres era deambular por las colinas. Cierto día, mientras descansaba bajo las ramas de un enorme pino, levantó la vista y vio a una bella ninfa; se enamoró de ella instantáneamente y la poseyó. Pero nada podía quedar oculto a su madre Cibeles y, cuando se enteró de la infidelidad de su hijo-amante, se sintió presa de unos celos terribles. Golpeó a Atis con delirio frenético, y este, en medio de un arrebato de locura, se castró para asegurarse de que nunca volvería a quebrantar su voto de fidelidad. Cuando se recuperó de su delirio estaba mortalmente herido y fue desangrándose hasta morir en los brazos de Cibeles bajo el pino donde había estado acostado con su amada ninfa. Pero, debido a que Atis era dios, su muerte no fue definitiva. Cada primavera, el joven renace para su madre y pasa la rica y fructífera estación del verano con ella. Al llegar el invierno, cuando el sol alcanza su menor tuerza, muere una vez más y la diosa de la tierra le llora, hasta que al fin llega la primavera siguiente.


COMENTARIO.

No es necesario tomar literalmente el incesto entre Cibeles y Atis. El vínculo intenso entre madre e hijo se presta a muchos sentimientos —sensuales, emocionales y espirituales— y no es raro ni patológico que una madre observe el rostro de su hijo recién nacido y encuentre que el niño es bello. Y tampoco es extraño o patológico que el vínculo entre madre e hijo tenga eco más adelante, cuando un joven o una joven intenten buscar, en los brazos del ser amado, cualidades y respuestas emocionales similares a las experimentadas en los primeros años de su vida. La mayoría de las relaciones amorosas contienen elementos de nutrición y dependencia; es, en definitiva, una cuestión de si también hay lugar en la relación para la igualdad y la separatividad. La tragedia de este mito reside en la posesión absoluta que Cibeles pretende mantener sobre su ser amado. Si bien esto tampoco es raro, si no se reconoce o se contiene la posesión, las consecuencias psicológicas pueden ser profundamente destructivas, tanto en las relaciones de adultos como en los nexos madre-hijo.

Cibeles no puede permitir que Atis sea un compañero de su mismo nivel. Desea que quede ligado únicamente a ella, dependiendo en todo momento de ella, y que sea incapaz de tener su vida propia aparte de la de ella. Podemos apreciar ecos de este patrón de comportamiento en cualquier relación en la que una de las partes —femenina o masculina— se resiente de los intereses y de los amigos de la otra parte. Pueden existir celos del compromiso que la pareja mantiene con su dedicación al trabajo o a la creación; incluso puede haber resentimiento ante el hecho de que la pareja se suma en sus propios pensamientos. Esto no es relación, sino posesión. Semejante posesividad absoluta surge invariablemente de una inseguridad profunda que hace que el individuo se sienta amenazado ante cualquier separatividad existente dentro del vínculo. Y tal inseguridad profunda puede invocar sentimientos intensamente destructivos, especialmente si la persona insegura, al igual que Cibeles, no tiene a nadie excepto a su ser amado.

La venganza de Cibeles ante la infidelidad de Atis —que es, en esencia, un intento por parte de este de establecer una identidad masculina independiente— es llevarlo hasta la castración. Esto presenta una imagen terrible y brutal y, afortunadamente, se limita generalmente al mundo del mito. Pero existen niveles más sutiles de autocastración que pueden presentarse en la vida cotidiana. Si alguien busca socavar la independencia de su pareja por medio del poder del chantaje emocional, esta persona, de hecho, está intentando castrar la fuerza de la pareja en la vida. Y si la pareja lo acepta por su temor de perder la relación, entonces se ha producido, a nivel psicológico, la autocastración de Atis.

La locura de Atis puede vislumbrarse en la confusión que la manipulación psicológica puede crear cuando se le impone a una persona que no es suficientemente consciente o no posee la madurez emocional para ver lo que está sucediendo. Imponer sentimientos de culpa, crítica, manipulación emocional o sexual como estratagema de poder, y procurar el aislamiento de la pareja interfiriendo con amistades e intereses externos, son métodos con los que las Cibeles de hoy en día, hombres o mujeres, pueden llevar a su pareja a un estado de incertidumbre y duda de sí mismos.

La pasión intensa y la inseguridad son una mala mezcla, ya que de ella surge la clase de amor posesivo que ilustra este oscuro mito de forma sumamente, gráfica. Quizá la inseguridad deba existir por ambas partes, porque de otro modo Atis se hubiese liberado y hubiese logrado una vida distinta. Cibeles posee el poder de hacer que él se vuelva loco porque lo necesita en forma absoluta. Él es todavía un niño a nivel psicológico, y no puede soportar estar separado de ella. La dependencia que siente es la de un niño por alguno de sus padres. Cuando prolongamos semejantes sentimientos de dependencia hasta las relaciones de adultos, puede que estemos abriendo la puerta agrandes sufrimientos. A menos que soportemos el estar separados, no podremos resistir a los intentos de otra persona para manipularnos y mantenernos atados, ni podremos reprimirnos de manipular y vincular a otros, a fin de mantenerles cerca de nosotros. Atrapados en semejante red, no podemos vivir nuestra vida con plenitud, sino que tenemos que desprendernos del poder de conformar nuestro propio destino debido a que tenemos miedo de estar solos. Ni Cibeles ni Atis pueden soportar el reto humano fundamental de una existencia emocional independiente. Por lo tanto, no pueden ser amantes que respeten y aprecien la «otredad» de su pareja. Se condenan a un estado psicológico de fusión que genera la repetición cíclica de la traición, el daño, la confusión y la autodestrucción. Este mito nos enseña que no es únicamente la pasión el desencadenante de la tragedia, sino también la inadecuada mezcla de pasión y la incapacidad de permanecer como seres humanos separados.

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