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viernes, 22 de enero de 2010

MITOS Hera y Hefesto. El patito feo.


LA HISTORIA DE HERA Y HEFESTO ES OTRO RELATO SOBRE LAS EXPECTATIVAS PATERNAS. EN ESTE CASO LO QUE SE ESPERA NO ES LA INMORTALIDAD DEL NIÑO, SINO LA BELLEZA FÍSICA DIGNA DE UN PERSONAJE DEL OLIMPO. A DIFERENCIA DE MUCHAS HISTORIAS DE DIOSES, ESTA TIENE UN FINAL FELIZ. HEFESTO TERMINA SIENDO RECONOCIDO POR SU GRAN TALENTO Y SE LE OTORGA UN LUGAR DE HONOR EN LA FAMILIA. PERO DEBE SUFRIR PARA GANARSE SU PUESTO, Y SU SUFRIMIENTO ES INJUSTO.

Zeus y Hera, rey y reina del Olimpo, concibieron su hijo Hefesto antes de casarse, en un rapto de pasión. Desgraciadamente, este hijo nació contrahecho. Tenía los pies torcidos, y su aspecto vacilante y caderas dislocadas suscitaba la risa incontenible de todos los inmortales cuando caminaba entre ellos.

Hera, avergonzada de que a pesar de toda su belleza y esplendor hubiera dado vida a semejante criatura imperfecta, trató de librarse de ella. Arrojó a su hijo al mar desde las alturas del Olimpo, de donde fue recogido por Tetis, la diosa de las aguas.

El niño permaneció durante nueve años escondido bajo las aguas. Pero las dotes de Hefesto eran tan grandes como su fealdad, y pasó el tiempo forjando un millar de objetos ingeniosos para sus amigas las ninfas marinas. Es de comprender que también se sintiera furioso por el trato recibido y, a medida que iba desarrollando fortaleza de cuerpo y mente, planeó una venganza astuta.

Cierto día Hera recibió un regalo de su hijo ausente: un exquisito trono de oro, bellamente trabajado y decorado. Se sentó en él con deleite, pero cuando intentó levantarse, unas correas invisibles la detuvieron de repente. En vano intentaron liberarla del trono otros dioses. Tan solo Hefesto era capaz de ayudarle a soltarse, pero este se negó a abandonar las profundidades del océano.

El dios de la guerra, Ares, que era su irascible hermano, trató de levantarla por la fuerza, pero Hefesto le lanzó hierros de marcar incandescentes. Dioniso, medio hermano de Hefesto y dios del vino, tuvo más éxito: hizo que Hefesto se emborrachara, lo tendió sobre el lomo de una muía y lo llevó al Olimpo.

Pero Hefesto siguió negándose a cooperar a menos que se atendiera a sus demandas. Pidió por esposa a la más bella de las diosas, Afrodita. Desde entonces reinó la paz entre Hera y su hijo. Olvidando su antiguo rencor, Hefesto arriesgó su vida tratando de defender a su madre cuando Zeus le estaba pegando. Irritado, Zeus cogió a su hijo por un pie y lo arrojó de la corte celestial. Pero Hefesto logró volver al Olimpo nuevamente e hizo las paces con su padre, y desde entonces Hefesto representó para siempre entre los inmortales el papel de pacificador.


COMENTARIO:

Este relato nos habla de cómo solemos desear que nuestros hijos sean un reflejo nuestro, y no lo que realmente son. ¿Cuántos padres, de aspecto físico atractivo, desean que sus hijos o hijas sean igualmente bellos y reflejen su mayor gloria? O, tal vez, deseamos que nuestros hijos puedan desarrollar un talento que nosotros mismos no poseemos, o que sean capaces de llevar adelante algún negocio familiar. Sin importar lo que seamos o lo que nos gustaría, ser, esperamos que nuestros hijos sean extensiones nuestras, y podemos dañarlos antes de que descubramos su verdadero valor.

Esta narración es compleja y hay en ella muchos motivos sutiles. Hefesto, despreciado y mal recibido, encuentra amistad y apoyo entre los dioses del mar, quienes lo aceptan en su reino submarino. Con frecuencia, un niño que no es apreciado en el seno familiar puede tener la fortuna, de encontrarse con un abuelo, tío o maestro comprensivo que lo aliente a desarrollar sus habilidades.
Y no debe sorprendernos si descubrimos que el hijo en el que colocamos expectativas injustas, nos muestra resentimiento e ira. La venganza de Hefesto es ingeniosa. No desea destruir a su madre; lo que desea es ser acogido por ella. Para lograrlo, le juega la pasada de mantenerla sujeta.

¿Cuál es esta atadura de la que ningún dios puede librarla ? Si bien Hera ha sido dura y poco acogedora, no es inmune a los sentimientos de obligación hacia su hijo. No es mala; es simplemente vana y egocéntrica, al igual que, con frecuencia, lo son los seres humanos. Hefesto le hace recordar la indestructible deuda que significa ser padres, que, en términos humanos, se experimenta como un sentimiento de culpa. Cuando experimentamos culpa hacia nuestros hijos, podemos sentir en lo profundo que hemos sido culpables de fallar en reconocer la identidad y los valores nales del niño. Sólo podremos librarnos cuando nos volvamos conscientes de cómo hemos tratado a quienes decimos amar y podamos ofrecerles aceptación en lugar de imponerles expectativas.

La naturaleza compasiva de Hefesto también nos señala algo respecto a que el poder del amor es capaz de superar los conflictos y heridas familiares. Los niños pueden perdonar a sus padres por múltiples actos tanto de omisión como de acciones, si comprenden que esos actos fueron cometidos sin intención, y si perciben que existe algun vislumbre de remordimiento y comprensión. Una disculpa auténtica reduce la distancia que media hasta la curación de las heridas.

Esta historia nos enseña que las heridas de la niñez no son irrevocables, y nos anima a buscar el verdadero valor de aquellos a quienes amamos, incluso si no satisfacen la imagen de lo que deseamos y esperamos de ellos.

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