"Ser inmoral es gastar dinero en aburrirse, ser moral es aburrirse gratis"



domingo, 19 de septiembre de 2010

El Cristo de la Sangre – Una versión distinta del fenómeno de “Guadalupe”






En la población de Torrijos está el llamado Cristo de la sangre cuya historia nos ha hecho reflexionar sobre su conexión con otras conocidas figuras a las que se atribuyen cualidades sobrenaturales. Se trata de una figura que fue tenida por especialmente milagrosa debido a una excepcional característica, pese a ser de tamaño natural la imagen cada vez que se la sacaba en procesión parecía “flotar”; no pesaba.

Naturalmente esto llevó a los devotos a asegurar que se trataba de un milagro. Sin embargo la explicación era más natural, no estaba realizada la figura en madera, sino en una pasta con su aspecto y de extraordinarias cualidades.
Y es que la figura no vino de Lima, como en su momento se había pensado, sino que llega al pueblo a finales del S.XVII procedente de Michoacán (México). Allí, en la Nueva España, una tribu llamada Tarascas hacía imágenes con médula de caña de maíz, denominado Tantxingüe.


plantación caña de maiz

Francisco Carrasco de Cebreros, capellán de la Colegiata, fue quien donó este “mágico” Cristo a la Hermandad de la Vera Cruz, alojando la figura en el Hospital de la Santa Caridad, convertida hoy en día en capilla.

Desde tiempos remotos se le atribuyen ciertos poderes a esta figura de tan sólo e increíbles 7 kilos de peso. Recientemente, la imagen ha sido restaurada, recuperando su belleza primitiva.



Las misteriosas figuras “que no pesan”.



A su llegada Michoacán (México) los españoles se maravillaron ante la ligereza de las imágenes sagradas de los indios purépechas: una figura del tamaño de un hombre pesaba escasamente 6 o 7 kgs. Acostumbrados a las pesadas imágenes de la virgen, Cristo y los santos que se hacían en España con pesadas maderas, aquellas figuras sólidas, pero “sin peso”, les parecían milagrosas.


planta que mezclada con la caña de maiz da una pasta parecida a la madera pero mucho mas ligera.
El secreto era simple: Estaban hechas de caña de maíz, un elemento compuesto por fibras huecas y ligeras, ya fuera a partir de pequeños trozos ensamblados o de pasta molida de caña de maíz. El pegamento se extraía de una orquídea y también de otras plantas (el extraordinario y hoy popular “látex” tiene un similar origen al provenir de la savia de otra planta que también intervenía a veces en la composición de los antiguos “santos milagrosos”, la aloe vera). Los primeros religiosos reconocieron de inmediato las ventajas del material, único en el mundo y encargaron a los indígenas la manufactura de estatuas de Vírgenes y Santos. Durante todo el virreinato, muchas iglesias dentro y fuera de Michoacán se surtían de estas figuras sagradas, provenientes de Pátzcuaro.
Durante largo tiempo se pensó que éste era un arte del pasado; sin embargo había un hombre en Pátzcuaro, Don Baldomero Guzmán, quién retomó la tradición y en edad muy avanzada, logró transmitirla a un grupo de alumnos, gracias a un curso patrocinado por la Fundación Cultural Bancomer. Don Baldomero ya falleció, pero debido a su tesón se ha logrado revivir una técnica. Simultáneamente otra persona versada en conservación, pudo conocer la técnica y adiestrar a otros artesanos; gracias a la labor de ambos, hoy podemos comprobar que las figuras “milagrosas” eran una técnica artesanal, hoy por fortuna recuperada.



Antonio Hernández González

Nació en Patamban, Michoacán hace 57 años. De oficio alfarero logró numerosos reconocimientos en su trayectoria como tal. Sin embargo a raíz de una lesión en la columna provocada por cargar un horno, Antonio tuvo que reorientar su actividad. Siempre atraido por la escultura y respondiendo a una convocatoria de la Casa de las Artesanías de Michoacán en 1994, tomó un curso para realizar figuras de pasta de caña de maíz. Este fue un curso de seguimiento al primero que impartió Don Baldomero Guzmán realizó numerosos experimentos para rescatar todos los procedimientos antiguos documentados sobre la elaboración de las piezas hechas con pasta de caña de maíz, incluyendo los aglutinantes a base del bulbo de la orquídea y la savia de la nochebuena.

LA PLANTA DE LA NOCHEBUENA Y SU HISTORIA



Esta flor es de México, a la cual los antiguos pobladores del Valle del Anáhuac denominaron cuetlaxóchitl, que en náhuatl significa "flor de pétalos resistentes como cuero'', y a la que la ciencia botánica ha llamado Euphorbia pulcherrima.
En España suele llamarse “planta o flor de pascua”.



Sebastián Vertí, cronista de las Tradiciones Mexicanas, dijo que antiguamente, al igual que casi todos los pueblos de mesoamérica, daban gran importancia al cultivo de las plantas y flores, de ahí que a los conquistadores les causara gran sorpresa los jardines botánicos que existían, como el de Chapultepec y Oaxtepec.



"En los tiempos de los grandes señores mexicas estos jardines fueron dignos de admiración por todos los congéneres de Moctezuma, por la gran variedad de plantas y flores que ahí se cultivaban.Todo este bagaje cultural del pasado, muestra la dedicación y el buen gusto de los hombres del Anáhuac por las flores.



"De las cuales hasta nuestros días han sobrevivido algunas especies de entonces, que no sólo han llenado los campos y jardines de México, sino que han traspasado nuestras fronteras para halagar con sus colores y perfumes a millones de seres de otros lugares del mundo, llevando en esta forma un mensaje de lo que fuera, hace muchos siglos, el México indígena''.



flor nochebuena
Cuenta Sebastián Vertí que los sacerdotes la contemplaban antes de iniciar alguna ceremonia, por otra parte, la cuetlaxóchitl (flor de nochebuena) era el símbolo de la "nueva vida'' alcanzada por los guerreros muertos en batalla.
"Decían que estos combatientes regresaban a la tierra a libar (chupar) la miel de la flor, como muestra de alcanzar la eternidad'', expresó Vertí.



Para el autor de "Esplendor y Grandeza de Coahuila'' muchos de los conocimientos que se tienen del México antiguo se deben a los soldados que intervinieron en la Conquista, pero la mayoría de ellos llegaron al conocimiento de los mexicanos, gracias a las crónicas de los primeros sacerdotes y hombres de ciencia que vinieron a cristianizar y a estudiar, con ojos no militares, la tierra, las cosas y los hombres del Nuevo Mundo.

"Estos conquistadores reunieron un gran cúmulo de conocimientos interrogando directamente a los nativos y escribiendo lo investigado en obras que dejaron a la posteridad. Ejemplo de estos empíricos del siglo XVI son fray Bernardino de Sahagún y el doctor Francisco Hernández'', dijo Vertí.



Este último (Francisco Hernández) en su obra "Historia Natural de la Nueva España'', se refiere así a la que ahora denominamos flor de nochebuena.



"Es un árbol mediano con hojas de tres puntas sinuosas por uno y otro lado, y flores rojas muy grandes, sumamente parecidas, exceptuando el color, a las hojas mismas del árbol. Nace en cualesquiera región, sean frías o ardientes, y adorna alegre y hermoso los huertos y patios de los indios'', señala el texto.



Sin embargo, para Vertí los datos proporcionados por Hernández en el siglo XVI, fueron de gran importancia, porque esta flor tuvo usos medicinales, entre los que se destaca, que la planta se utilizó para aumentar la leche de las nodrizas, así como ese mismo jugo lechoso se usó como depilatorio.



Actualmente, señaló el cronista, la medicina popular utiliza esta planta en la preparación de cataplasmas y fomentos contra la erisipela y varias enfermedades de la piel; pero, sin embargo, su mayor utilidad en diversos países del mundo es como flor ornamental.
"Es tan conocida esta flor en otros países que desde el siglo pasado formó parte del ornato de los templos europeos en las fiestas de la Navidad de ahí que se afirme que México aportó al mundo la flor de nochebuena o flor de Navidad'', agregó. Pero el nombre que le dio fama internacional es el de "poinsettia'', de hecho, este es su nombre vernáculo en inglés, ya que fue un norteamericano quien hizo popular esta flor fuera de México.

Vertí dijo que el extranjero fue nada menos que el primer embajador que enviaron los Estados Unidos al México Independiente, su nombre Joel Robert Poinsett (1779-1851), de quien se dice ser el descubridor de esta planta en 1828.
El cronista de las tradiciones mexicanas, explicó que este caballero envió semillas de esta flor a su país y tras cultivarlas empezó a venderlas, siendo éste el inicio de la difusión mundial de la flor.


Nochebuena





El Misterios de la Virgen de Guadalupe ¿Una explicación similar a la de los “santos que no pesan?



La apariencia milagrosa de las imágenes que no pesan sabemos ahora que es debido simplemente a las extraordinarias cualidades de las plantas que las componen y no ser de madera como en un tiempo se creyó. ¿Puede haber una explicación similar para la anormal conservación y duración de la imagen de la virgen de Guadalupe?
Podría ser, al menos en parte, pero lo que explicaría la resistencia al paso del tiempo no lo haría en el resto de los enigmas que rodean esta venerada figura.

El códice más antiguo en el que se narran las apariciones de la Virgen de Guadalupe ante un indígena llamado Juan Diego, fechado en 1548, ha sido descubierto en el archivo de un coleccionista privado. El documento, firmado por Fray Bernardino de Sahagún, da cuenta de los extraordinarios hechos acaecidos en 1531 en el Cerro de Tepeyac en el norte de la ciudad de México. El códice ha sido descubierto por el sacerdote jesuita Xavier Escalada, cuando reunía documentación para escribir la "Enciclopedia Guadalupana", obra que será presentada el próximo octubre.

El religioso Xavier Escalada ha declarado que "no hay ningún documento tan antiguo, ni tan claro para probar la historicidad de la Virgen de Guadalupe como este códice".





Virgen de Guadalupe
El documento está escrito en piel de venado y menciona en dos ocasiones el nombre indígena de Juan Diego, "Cuautlactoatzin". Que en lengua náhuatl significa "el que habla como águila", y contiene el glofo (sello) del juez Antón Valeriano, autor de otro libro sobre las apariciones titulado "Nican Mopohua".
"Hemos dado a examinar el códice a los expertos y todos han coincidido en señalar que es auténtico, pues la firma de Fray Bernardino de Sahagún la hemos comparado con las que aparecen en otros documentos y es original", aseguró Escalada.

El texto del códice escrito en náhuatl dice: También en 15 o 31... Cuautlactoatzin... se hizo ver la amada madrecita nuestra niña de Guadalupe en México.



EL MILAGRO DE LAS ROSAS



El sacerdote afirmó que existe una total congruencia entre el "Nican Mopohua", que narra los hechos con palabras, y el recién encontrado de 1548, que es aún más antiguo y que lo hace también con imágenes.
El investigador consideró que la importancia del documento hallado es que demostrará la autenticidad de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, que habían sido negadas por algunos cronistas.
Según la tradición, la Virgen se apareció en tres ocasiones en el Cerro de Tepeyac ante el beato indígena Juan Diego, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531.
"Irás al palacio del obispo de México y le dirás que mucho deseo que aquí, en el llano, se me edifique un templo", le dijo la Virgen.
Tras la primera aparición Juan Diego acudió ante el arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, a quien transmitió la petición de la Virgen, pero el prelado le pidió una prueba, irrefutable de la insólita aparición.
La Virgen de Guadalupe se apareció ante Juan Diego nuevamente y reiteró su petición, y cuando el indígena le explicó que el arzobispo había solicitado una prueba de que se trataba de una orden divina, le ordenó recoger rosas en el árido cerro y presentarlas ante el religioso.
Juan Diego obedeció la orden, envolvió las rosas en el ayate que vestía y se presentó nuevamente ante el arzobispo para mostrar la prueba de la aparición.
Sin embargo, cuando extendió la prenda, en vez de las flores apareció grabada la imagen de la Virgen.
El misterio ha rodeado a la Virgen de Guadalupe desde su aparición.
En 1938, el premio Nobel de química alemán Richard Khunt analiza los tejidos de la imagen y comprueba que no hay restos del reino animal, vegetal o mineral en los colorantes utilizados para imprimirla.
Antes en el año 1666, se había reunido una comisión de los mejores pintores de la época para dictaminar sobre el lienzo, y en 1571 el pintor mexicano Miguel Cabrera hizo lo propio.
Desde entonces, varios han sido los hallazgos y descubrimientos que los apoyan.
En 1979, los científicos norteamericanos de la NASA Jody B. Smith y Phillip S. Callaghan toman imágenes con infrarrojos de la Virgen sin el cristal protector.



Los científicos concluyen que el ayate (tela de hilo de maguey) carece de preparación alguna, lo que hace inexplicable que los colorantes impregnen y se conserven en una fibra tan inadecuada. Asimismo, aseguran que no hay rastros de pinceladas y que la técnica empleada para imprimir la imagen es desconocida en la historia de la pintura, Smith y Callaghan calificaron estas características de "algo inusual, incomprensible e irrepetible".
Ese mismo año, en el que el Papa Juan Pablo II visita la basílica de la Virgen, un ingeniero de telecomunicaciones, Joseph Aste Tonsmann, profesor de la Universidad de Cornell (Nueva York), se presenta en el templo para someter a la imagen a un proceso de digitalización, con el objetivo de descubrir detalles imposibles de ver para el ojo humano.


Planta Maquey



EN LOS OJOS DE LA VIRGEN



Después de realizar gigantescas ampliaciones de los ojos de la Virgen, descubre trece figuras humanas en su interior.
Este hecho ya había sido narrado por un escritor indígena en la primera mitad del siglo XV y editado en lengua azteca, y en castellano por Lasso de la Vega en 1649.

El descubrimiento condujo a los estudiosos a asegurar que todos los presentes en el palacio obispal en el momento de producirse el milagro de las rosas quedaron reflejados en los ojos de la Virgen.
Años antes, en 1929, el fotógrafo de la basílica, Alfonso Marcué, tomaba unas instantáneas del rostro de la Virgen cuando descubrió una figura en su ojo derecho.
El Abad de la basílica le pidió que guardara silencio, y así lo hizo.
Pero en el año 1951 otra persona observa el mismo fenómeno.
El dibujante Carlos Salinas advierte la figura de un hombre con barba en los ojos de la Virgen mientras tomaba un apunte de la imagen.
Esta vez, la noticia llegó a la prensa, que no tardó en dar publicidad al hecho.
Desde entonces, científicos de todo el mundo se han interesado por la misteriosa imagen.
Tomado de A.B.C. de Londres.

Se organizó un seminario sobre La Virgen

La República Islámica de Irán anunció que organizó un seminario sobre los valores de la Virgen María en el marco de la Conferencia sobre la Mujer que se celebró en Pekín el mes de septiembre.
El seminario, propuesto a iniciativa de las organizaciones no gubernamentales de mujeres iraníes, tuvo como objetivo fortalecer el espíritu de unidad y solidaridad entre todas las religiones, particularmente entre el islam y el cristianismo, afirmó un comunicado del Departamento de la Mujer de la Oficina del presidente iraní.
"María a la luz del Santo Corán y de la Biblia", "María como modelo para las mujeres". "Una mirada a los valores religiosos y al papel decisivo de las mujeres" y "Aspectos comunes del islam y el cristianismo en la esfera social" fueron algunos de los asuntos sobre los que reflexionaron a lo largo del seminario.
"María goza -según el comunicado oficial iraní- de gran estimación entre los musulmanes".
Y para demostrarlo se recuerda que el Corán "tiene un capítulo en su honor (la sura 19) que describe su virtud y castidad así como los milagros del profeta Jesús".





Historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe
Escrita en náhuatl por Antonio Valeriano
Adicionada por Alva Ixtlixóchitl
Publicada por Luis Lazo de la Vega
Traducida por Primo Feliciano Velázquez
Guatemala, 24 de septiembre, del 2000

HISTORIA DE LAS APARICIONES

En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera apareció poco ha la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

PRIMERO SE DEJÓ VER DE UN POBRE INDIO llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

1. Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno (1531), a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco. Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL, y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan. Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿quizás sueño? ¿me levanto de dormir? ¿dónde estoy? ¿acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿acaso ya en el cielo?". Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

2. Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

3. Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del Cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano se me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.

4. Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo". Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo". Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

5. Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verlo; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.


Juan Diego

6. Luego que entró, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

SEGUNDA APARICIÓN

7. En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera. Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto; me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido…" Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía".

8. Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío, el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía".

Respondió Juan Diego: "Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado.

Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto". Luego se fue él a descansar a su casa.

9. Al día siguiente domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado. Casi a las diez de la mañana, se presentó después de que se oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó gentío. Al punto se fue Juan Diego, al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

10. El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto habla visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se habla de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.

11. Así que lo oyó dijo Juan Diego al obispo: "Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá".

Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió. Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo.

12. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que le creyera, le dijeron que no más engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

TERCERA APARICIÓN

13. Entre tanto, Juan Diego, estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía, del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: "Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impedido. Ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo".

14. Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar a Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.

15. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo "Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando". Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

CUARTA APARICIÓN

16. Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: ¿QUÉ hay hijo mío el más pequeño? ¿a dónde vas?".

17. -¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asuntó? -Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo; "Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña mía? voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está por morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa".

18. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó". (Y entonces sanó su tío según después supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

19. La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: "Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: "Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla.

Tú eres mi embajador, muy digno de confianza

20. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido".

21. Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

22. Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.

23. Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco; que eran flores, y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo, de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

24. Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle.

25. Luego que entró, se humilló, delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado y también su mensaje. Dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mí palabra de traerte alguna señal y prueba que me encargaste, de voluntad condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

26. Ella me dijo por qué te las habla de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí: recíbelas.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

27. Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento.

El Señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba ataba, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: "Ea a mostrar dónde es voluntad la Señora del Cielo que le erija su templo". Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo.

28. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado. Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa.

29. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hiciera y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino, que cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyac la Señora del Cielo; la que, diciéndole que no se afligiera que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo. También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

30. Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyac, donde la vio Juan Diego. El señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario