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martes, 21 de septiembre de 2010

Historia de las Cruzadas:

historia de Europa de la Edad Media

La creencia de que las Cruzadas, que con interrupciones se desarrollan de 1096 a 1278, respondían a una manifestación la profunda religiosidad de los pueblos de Europa occidental en la época medieval ha sufrido un serio revés con el desarrollo de la historiografía más reciente, es por ello que las autoras de este trabajo hemos considerado interesante realizar una aproximación a este tema, aprovechando esta circunstancia.
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La revelación de nuevos hechos y una interpretación más crítica de los documentos históricos medievales lleva a la mayoría de los historiadores consultados a desechar la ingenua e idealista explicación de las causas que originaron las cruzadas. Estos historiadores se centraron en los diferentes fenómenos de la vida económico social de los siglos XI al XIII, que fueron los auténticos móviles de éstas.
La difícil situación de las masas populares de Europa occidental y los intereses comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas expediciones son la verdadera clave de los hechos narrados en este trabajo. Asimismo pensamos que el Papado fue impulsado a organizar las cruzadas por razones políticas, como la necesidad de elevar su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos y de lograr la reunificación de la iglesia ortodoxa griega con la romana distanciadas durante siglos.

Consideramos que este tema de las cruzadas es fundamental dentro de la historia medieval de Europa, por lo que antes de hablar de ellas hemos considerado necesario realizar un breve repaso de los hechos más relevantes ordenados cronológicamente, ya que se trata de un periodo excesivamente largo como para poder desarrollarlo en este trabajo, y existen libros enteros dedicados al mismo y que han sido objeto de consulta para poder llevarlo a cabo.


Cronología de los hechos



1074. Gregorio VII concibe un plan de ayuda a los cristianos orientales en el que él mismo se pondría a la cabeza de un ejército de caballeros en calidad de dux et pontifex. Junto con la liberación del Santo Sepulcro y de los territorios ocupados por los seljúcidas, su objetivo es lograr la unión de las iglesias griega y romana. Tras el establecimiento del sultanato seljúcida de Rum en Asia Menor, Constantinopla se ve amenazada. 1095. El emperador bizantino Alejo I Comneno envía una embajada al papa Urbano II, en el Sínodo de Piacenza, solicitando su auxilio. El 26 de Noviembre se celebra el Concilio de Clermont. Urbano II gana para su causa a los caballeros y príncipes occidentales con un famoso discurso a favor de la cruzada, en el que afirma:” Quienes lucharon antes en guerras privadas entre fieles, que combatan ahora contra los infieles y alcancen la victoria en una guerra que ya debía haber comenzado; que quienes hasta hoy fueron bandidos, se hagan soldados; que los que antes combatieron a sus hermanos, luchen contra los bárbaros”. Dos corrientes espirituales confluyen en los cruzados:

1) La idea de la peregrinación a Tierra Santa. Las peregrinaciones que se llevaban a cabo como viajes meritorios desde los primeros tiempos de la Iglesia y toman incremento en el siglo XI (consecuencia de la profundidad de la piedad cristiana) tropiezan ahora con la creciente hostilidad de los seljúcidas.
2) La idea de una “guerra santa” contra los infieles. Jerusalén no constituye el único objetivo para los caballeros occidentales; lechan también contra el Islam y contra los vendos.
1096. Pedro de Amiens, ermitaño y predicador popular, exalta en ciudades y pueblos los ánimos de la masa campesina, para lo cual combatir en Tierra Santa es un oportunidad de liberación y aventura. La desordenada expedición que acaudilla es exterminada por los búlgaros y seljúcidas.

Cruzado
1097-1099. Empieza la I cruzada en la que no intervienen los reyes excomulgados Enrique Iv de Alemania y Felipe I de Francia. La dirigen Roberto de Normandía, Godofredo de Bouillon, Balduino de Flandes, Raimundo de Toulouse, Beomondo de Tarento y su sobrino Tancredo. Es legado papal en la cruzada Adhemar, obispo de Puy. El ejército expedicionario, de formación típicamente feudal, está integrado por unidades autónomas; sus respectivos jefes son nobles deseosos de conquistar dominios personales. Tras el afortunado asedio a Nicea y la victoria en Dorilea sobre el Sultán de Iconio, toman Antoquía a los siete meses de haber iniciado el asedio. Un ejército de socorro mandado por Kerboga, emir de Mosul, es puesto en fuga por los cruzados. Se descubre la Santa Lanza. El 15 de julio se toma Jerusalén, tras cinco semanas de asedio. Los príncipes cruzados se reparten los territorios conquistados y fundan diversos estados feudales, asignando feudos menores a sus vasallos. Godofredo de Bouillon asume el título de protector del Santo Sepulcro y forma el reino de Jerusalén.

1100. A la muerte de Godofredo de Bouillon, le sucede su hermano Balduino, que adopta el título de rey. Estados feudales menores son el principado de Antioquia y los condados de Edesa y Trípoli. Jerusalén y Antioquia se convierten en sedes patriarcales de la iglesia romana. Las constantes guerras de los príncipes normandos de Antioquia contra los bizantinos, así como las de los distintos señores feudales entre sí, contribuyen (junto a los conflictos que enfrentan a los diversos grupos étnicos de cruzados) a debilitar estos Estados y favorecen el contraataque del Islam.

1144. Reconquista de Edesa por el emir Imadeddin Zenkis de Mosul. Como reacción se producirá la II cruzada.

1147-1149. II cruzada, dirigida por el emperador Conrado III y por Luis VII de Francia, que emprenden la guerra bajo la influencia espiritual de Bernardo de Claraval. La colaboración entre las tropas germanas y francesas se ve perturbada por la alianza antibizantina de Luis VII con Roger II de Sicilia y por la contraalianza entre Miguel Comneno y su cuñado Conrado III: ambos ejércitos son derrotados, por separado en Dorilea y Laodicea. Conrado y Luis, que se encuentran en Jerusalén, deciden unificar sus fuerzas y organizan dos campañas contra Damasco y Ascalón, que fracasan.

1187. Reconquista de Jerusalén por el sultán Salahedin, tras derrotar a los cristianos en la batalla de Hattin.

Federico I Barbarroja
1189-1190. III cruzada. Federico I Barbarroja, fiel al principio de la primacía universal del emperador, se pone a la cabeza de esta cruzada considerada como una empresa común de los Estados cristianos occidentales). Tras la brillante victoria de Iconio, el 10 de Junio del año 1190 el emperador muere al cruzar a nado el río Salef.

1191. El hijo del emperador Federico I Barbarroja, el duque Federico de Suabia, conduce una parte del ejército cruzado ante las puertas de San Juan de Acre, donde muere. La ciudad es tomada finalmente por Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, y Felipe II Augusto, rey de Francia: Ricardo concierta una tregua con Saladino por la que adquiere la franja costera entre Tiro y Jaffa y logra autorización para la libre entrada de peregrinos cristianos en Jerusalén. Chipre, conquistada por él, es cedida en feudo a Guido de Lusignan.

1197. La cruzada del emperador Enrique VI se propone no solo la liberación de Tierra Santa, sino también servir a la política de los normandos de Sicilia, que intentan la conquista del Imperio Bizantino. La muerte de Enrique IV reduce el resultado de esta cruzada a la ocupación de una franja costera junto a Antioquia.

1202-1204. IV cruzada. El papa Inocencio III exhorta a los príncipes europeos a una nueva cruzada, dirigida contra Egipto. Gran parte de la nobleza francesa acude a la llamada (Bonifacio de Montferrato y Balduino de Flandes). Con el fin de que Venecia ceda las naves necesarias para el transporte de los cruzados, éstos ayudan a los venecianos en la conquista de Zara y Dalmacia. El dux Enrico Dándolo, atendiendo a los deseos del príncipe Alejo de Bizancio y a los intereses comerciales venecianos en Levante, dirige el ejército cruzado contra Bizancio: conquista de Constantinopla. Fracasan las tentativas de unión entre las iglesias griega y romana. Tras ser expulsados de la ciudad, los cruzados la reconquistan: saqueo despiadado y fundación del Imperio latino, del que es elegido emperador Balduino de Flandes. Se afirma el predominio comercial veneciano hasta que, en 1261, Miguel Paleólogo (jefe de la casa imperial griega)termina, ayudado por Génova y partiendo de Nicea, con el Imperio latino de Constantinopla, liberándose de la presencia occidental.


Ricardo Corazón de León
1212. Cruzada de los niños. Millares de adolescentes de ambos sexos, arrebatados de entusiasmo por el fervor religioso y combativo de las cruzadas, son embarcados en Marsella, desde donde los armadores los conducen a la ciudad de Alejandría y los venden como esclavos.

1228-1229. V cruzada. El emperador Federico II, excomulgado por el papa por no participar en una anterior expedición a Palestina, prepara esta cruzada. Conduce sus ejércitos hasta San Juan de Acre y, tras un tratado con el sultán de Egipto El Kamil, obtiene Jerusalén, Belén y Nazareth.

1244. Los musulmanes reconquistan Jerusalén, que ya no volverá a caer en poder de los cristianos.

1248-1254. VI cruzada. Luis IX, rey de Francia, emprende esta cruzada con el propósito de aniquilar Egipto. Toma Damieta pero es derrotado en Mansura y cae prisionero con todo el ejército. Es liberado mediante la entrega de un elevado rescate, y tras fortificar San Juan de Acre vuelve a Francia.

1270. VII cruzada. San Luis se dirige contra Túnez, país de tradición cristiana desde la época de San Agustín, para reconvenir a los habitantes de este territorio. Una epidemia de peste diezma el ejército cruzado y acaba con la vida del monarca.

1291. Los mamelucos reconquistan San Juan de Acre, último baluarte cristiano. Los cruzados evacuan Tiro, Beirut y Sidón. Chipre se mantiene bajo la casa de Lusignan hasta 1489 y el dominio de la Orden de San Juan sobre la isla de Rodas se prolonga hasta el año 1523, ya en la Era Moderna.

Los antecedentes

En la primera mitad del siglo XI las invasiones turcas, condicionadas por la descomposición señorial del Imperio de Bagdag y la crisis del Imperio chino de los Tang, arruinaron, a la vez, el Imperio bizantino y el mundo islámico. Tales invasiones estrangularon las relaciones entre Bizancio y las ciudades rusas y, en consecuencia, con los países del Norte, así como los caminos de caravanas que unían Constantinopla con el Asia Central por el puerto de Trebisonda. En líneas generales, ello implicó para Bizancio, el desencadenamiento de una grave crisis económica que a su vez influyó decisivamente en las perturbaciones políticas que comienzan a manifestarse a mediados de siglo.

A partir del año 1050, la situación de los mundos bizantino e islámico puede definirse como verdaderamente crítica. Por las mismas fechas, el planteamiento del conflicto de las Investiduras condiciona la descomposición del Sacro Imperio, la anrquía feudal en el Reich alemán. En Occidente, en cambio, se registra un verdadero proceso de renovación, fraguado en los cuadros de la sociedad feudal y particularmente notable en los aspectos espiritual (reforma cluniacense, trayectoria del Pontificado hacia el gregorianismo) y económico (aumento demográfico, intensificación de los cultivos, renacimiento industrial y mercantil). Esta recuperación de la Cristiandad occidental, en contraste con la crisis que afecta al Imperio bizantino y al conglomerado islámico, constituye el rasgo decisivo de la historia en el siglo XI.

Los hechos

Las Cruzadas no fueron sólo un acontecimiento capital de la Edad Media, ni una empresa varias veces renovada por Occidente, sino también una muestra de la efímera unidad de Europa y la expresión de las ambiciones y energías del mundo occidental. La idea de cruzada es muy compleja, pues mientras para los occidentales es un sinónimo de “virtud”, lo es de escándalo para los bizantinos. Esta idea realizó la unión en Occidente y acentuó la división entre Roma y Bizancio: Idea a la vez pacífica y bélica, rápidamente desvirtuada por la influencia de factores políticos y económicos, continuó sin embargo, provocando nuevas expediciones – cruzadas sin cruzados- que en definitiva se convirtieron en guerras defensivas o de carácter imperialista.

Peregrinos a la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén,
guardada por sarracenos
La cruzada, en realidad, es única y sólo aparece en su verdadera esencia en el periodo transcurrido entre fines del siglo XI y mediados del siguiente. En efecto, es imposible reconocer un auténtico espíritu de cruzada en la defensa de los Estados latinos de Oriente por los caballeros establecidos en Siria y en las empresas de socorro enviadas por Occidente desde el siglo XII. De hecho, pues, sólo la I cruzada - y ciertos personajes y momentos de las posteriores- debe ser considerada como verdadera y típica. En estas empresas intervinieron dos clases de cruzados: barones y caballeros, a menudo impulsados más por el espíritu de lucro y el deseo de conquista que por el puro ideal, y gentes humildes, lanzadas hacia los caminos de Oriente secundando la llamada del papa Urbano II, con un auténtico ideal de cruzada.

Para los cronistas de la época, la expedición a los Santos Lugares no fue una obra humana, sino divina. Muchos hacen preceder la salida de las cruzadas con prodigiosas manifestaciones cósmicas. Cabe pensar si ello constituyó un argumento capaz de persuadir a los expedicionarios. En todo caso tales signos significaban la idea de “una guerra nueva”, o sea, concebida como una expedición que daba a sus miembros el beneplácito de la Iglesia. Esta, preocupada desde antiguo por el problema de las “guerras fraternales”, de las luchas entre cristianos, vio en la cruzada el medio de poner fin – al menos momentáneamente – a los conflictos que sufría la Cristiandad. En Clermont, el papa Urbano II propuso a los caballeros volver sus armas contra los musulmanes, al objeto de convertir una lucha fraticida en un combate digno y meritorio. Para los caballeros feudales, la cruzada equivale a la guerra justa, a una empresa que asegura la salvación eterna. Los cruzados luchan a la vez por dos reinos: el de la Jerusalén terrestre y el de la Jerusalén divina. La posesión del primero será la puerta de acceso al segundo, y, por tanto, a la vida eterna.

La cruzada provocó un cambio de gran importancia en occidente por la transformación de los caballeros, guerreros de profesión y de costumbres, en cruzados. Al abandonar Europa para dirigirse a liberar los Santos Lugares, los caballeros liberaron a la Cristiandad de las guerras endémicas que sufría. El combate contra el musulmán ofrecía al caballero la satisfacción de heroicas proezas y la gloria del martirio a manos del infiel.

Idea imperialista, la cruzada transformó Occidente, abandonado por los caballeros, y el Próximo Oriente que éstos iban a conquistar. Es el testimonio de una época, con sus necesidades materiales y espirituales, y la expresión de una mentalidad, así como un hallazgo maravillosamente adaptado a las nuevas necesidades del mundo cristiano. La cruzada contribuyó a crear un mundo nuevo, ensanchando las fronteras de Occidente y abriendo horizontes desconocidos a una multitud de caballeros, de comerciantes y de clérigos por entonces desocupados.

Al dirigirse la cruzada contra el Oriente islámico, Bizancio creyó que su Imperio sería la primera víctima. El ideal religioso de la cruzada era incomprensible para un bizantino. Al iniciarse éste, el cisma no había provocado todavía la separación entre ambos mundos cristianos. Las Cruzadas y sus consecuencias dieron al cisma toda su importancia y significación. Hasta cierto punto, Bizancio se encontraba más cerca del Islam y de Oriente que de los occidentales. Por otra parte, la debilidad que entonces aquejaba al mundo bizantino hacía que éste temiera la unificación de Occidente que podía implicar la cruzada.

Urbano II presidiendo el Concilio de Clermont
De encauzar y dirigir la poderosa corriente por éste representada se encargó el papa Urbano II. El 28 de noviembre de 1095 predicó la cruzada en Clermont, al grito de “¡Dios la quiere!”. El llamamiento de Urbano II fue la orden de movilización general de Europa. La movilización a raíz del Concilio de Clermont puede comparase a la Liga de Corinto, que en tiempos de Alejandro Magno impulsó a Grecia a la conquista de Asia.

El desbordante entusiasmo antes referido no afectó solo a los nobles y al clero, sino también a las clases populares. La figura del papa Urbano II predicando la cruzada al mundo caballeresco tuvo su réplica, por lo que atañe a los humildes, en el asceta Pedro el Ermitaño, cuyas exhortaciones causaron la más profunda impresión en el Occidente Medieval.

El entusiasmo provocado por estas predicaciones condicionó una especie de éxodo, una fiebre general de tomar la cruz y dirigirse hacia el Este. Todo el mundo deseaba liquidar sus bienes y obtener las provisiones necesarias para el largo viaje. Este entusiasmo de las multitudes desbordó la organización oficial: para obviar el grave problema del abastecimiento de huestes tan numerosas, los cruzados siguieron itinerarios distintos para reunirse todos en Constantinopla, capital del Imperio bizantino. Una vez reagrupadas las fuerzas en el Bósforo, los expedicionarios pasaron a Asia, donde la campaña fue corta. Tras tomar Nicea y vencer al infiel en la batalla de Dorilea, cruzaron la meseta de Frigia y el Tauro, tomaron Antioquia y, finalmente, conquistaron la codiciada ciudad de Jerusalén.

A la agresión de los occidentales, el mundo turco respondió con una reagrupación de fuerzas. A la angustiosa petición de ayuda de los territorios recientemente conquistados, de nuevo amenazados por el infiel, el rey de Francia Luis VII, decidió emprender una nueva cruzada. De momento sus vasallos se resistieron; pero el monarca insistió y el papa Eugenio III, que al principio se había mostrado vacilante, decidió favorecer la empresa. Tras varias predicaciones, se organizó la II cruzada, en la que intervino también el emperador de Alemania, Conrado III. Sin embargo en esta ocasión los occidentales no lograron apuntarse ningún éxito positivo. El fracaso de la II cruzada suscitó una nueva réplica otomana, consiguiéndose la unificación de Siria musulmana. El reino de Jerusalén quedó, así, cercado.

Dueño incontestable de Siria y Egipto, y obedecido ciegamente en El Cairo, Edesa, Alepo, y Damasco, Saladino, una de las figuras más impresionantes del mundo oriental, acaudilló el ataque islámico contra los establecimientos occidentales en Asia Menor, a pesar de que entonces el mundo islámico había perdido casi totalmente el sentido de la guerra santa agresiva. Contando con la ayuda de Bizancio, consciente del peligro que entrañaba la euforia islámica, los occidentales lograron resistir los primeros ataques; pero su situación se agravó extraordinariamente desde 1180. La batalla de Hatin –4 de julio de 1187– selló el destino del reino de Jerusalén, que cayó en manos de Saladino el 2 de octubre siguiente. El único foco de resistencia era Tiro, desde donde el marqués Guido de Montferrato envió emisarios a Occidente en busca de refuerzos.

La pérdida de la ciudad de Jerusalén no significó el final del reino, pero suscitó en Occidente un estupor comparable en intensidad al entusiasmo que había despertado su conquista una centuria antes. Solo un gran esfuerzo conjunto podría restablecer la situación. La iniciativa partió del papa Gregorio VIII, quien se dirigió al emperador y a todos los reyes cristianos a fines de octubre de 1187. En pleno entusiasmo despertado en Alemania por una misión pontificia presidida por el obispo Enrique, el gran emperador, Federico I Barbarroja, tomó la cruz y, apoyándose en el renaciente romanticismo, invocó su calidad de jefe temporal del mundo cristiano para resolver la cuestión de Oriente.

Saladino
Después de una preparación minuciosa que revela el genio político del gran Hohenstaufen, Federico Barbarroja salió de Ratisbona al frente de su ejército en mayo de 1189. El 14 de Mayo alcanzó una brillante victoria sobre el sultán de Iconium. Cuando todo hacía esperar la pronta recuperación de Jerusalén, el gran emperador germánico murió a causa de una congestión fulminante que le sobrevino al bañarse en las frías aguas del río Salef, en Cilicia. Del mando de las fuerzas germánicas se hizo cargo el hijo del emperador fallecido, Federico de Suabia, quien también murió en el sitio de Acre. Dicha ciudad fue conquistada por el rey inglés, con el que tras el abandono de la empresa por parte de las huestes francesas, la cruzada se redujo a una empresa personal de Ricardo Corazón de león. Este intentó la conquista de la Ciudad Santa al asalto; pero pronto se dio cuenta de que era imposible resolver el problema de la Siria cristiana con los pequeños establecimientos occidentales entregados a sus solas fuerzas. Si no se estaba dispuesto a enviar periódicos refuerzos desde Europa, se imponía pactar con los musulmanes. Y eso es lo que hizo: se pactó una tregua de tres años a base de mantener las posiciones respectivas; el reino de Jerusalén continuaría en poder de Saladino y los peregrinos cristianos podrían visitar libremente los Santos Lugares en pequeños grupos y sin armas. Así la III cruzada terminó, en una derrota moral, es decir, en un acuerdo con Saladino.

Las consecuencias

Las cruzadas absorbieron el excesivo brío militar de la caballería occidental y, en consecuencia, favorecieron la tranquilidad interna en los distintos países. Occidente se enriqueció de un modo considerable, en gran parte por el impulso dado al comercio marítimo. El tráfico entre ambas riberas del Mediterráneo aumentó las reservas de metales preciosos en las ciudades de la cuenca occidental y esta acumulación de riquezas compensó favorablemente la inferioridad de los países cristianos del mediterráneo en el dominio de la producción agrícola, en particular cerealística. A mediados del siglo XII, la situación económica de los países de Europa occidental había cambiado totalmente con respecto al Oriente bizantino. Los mercaderes italianos, catalanes y provenzales, tenían en sus manos casi todo el comercio de las vertientes asiática y africana del Mediterráneo. Como el proceso de la Reconquista en España, los cruzados hicieron posible el enriquecimiento cultural de la sociedad cristiana de Occidente por el contacto con el mundo clásico a través del Islam.


Vista del puerto de Alejandría
La Gran Cruzada –la primera– consolidó la situación territorial del Imperio bizantino en el Próximo Oriente; pero los contactos más estrechos con los occidentales introdujeron en la vida de Bizancio nuevos motivos de perturbaciones. La Iglesia griega vio disminuir su influencia en las comunidades cristianas de Siria y Palestina donde predominaba la de Roma. El cisma subsistió y las continuas fricciones entre griegos y latinos hicieron cada día más difícil las tentativas de reconciliación. El reino de Jerusalén durante el siglo de su existencia, quedó colocado bajo el vasallaje de la Santa Sede; pero este nuevo paso hacia la unidad del mundo cristiano bajo la autoridad pontificia no dio los resultados decisivos que se abrigaban en Roma. Los principales beneficiados de las cruzadas fueron los puertos y ciudades italianas, que crearon factorías en el Oriente latino para el comercio con el mundo asiático. Como ya se ha apuntado, toda la actividad económica de Europa se benefició de ello.

Las cruzadas hicieron que la Cristiandad occidental adquiriese una conciencia más clara de su unidad, al menos entre los medios sociales más importantes, clérigos y caballeros. El hecho de que tantos caballeros combatieran al servicio de un ideal religioso hizo que en su concepción del mundo adquirieran gran importancia el desinterés y la generosidad. Muchos encontraron la muerte en las lejanas tierras de Oriente y ya se ha dicho que ello purgó a Europa, en plena fase de resurgimiento, de elementos violentos e indisciplinados. La paz pública resultó beneficiada y, con ella, la solidez interna de los distintos Estados.

Las cruzadas, en definitiva, favorecieron los contactos humanos entre Oriente y Occidente, y no fueron solo los bienes de consumo los que se intercambiaron, sino también las ideas. Las relaciones entre mentalidades muy distintas dieron ocasión para un mejor conocimiento de los respectivos principios religiosos y morales de cristianos, judíos y musulmanes, a la vez que proporcionaron las bases para el trasvase cultural de conocimientos a través de constantes traducciones e interpretaciones de saberes ajenos e incluso clásicos. Un enriquecimiento mutuo, en el campo del pensamiento, fue la consecuencia natural de estos contactos, que no siempre fueron, ni mucho menos sangrientos. Prueba de ello lo confirma el hecho de que muchos occidentales, afincados en Oriente, se hubiesen orientalizado hasta el punto de olvidar su patria y lengua de origen.


BIBLIOGRAFÍA
- Runcimann. A.: Historia de las Cruzadas. Volúmenes I, II, III.
- Medievo. Volumen IV. Enciclopedia Historia Universal. Ediciciones Nájera . 1990.
- Enciclopedia multimedia Encarta 97.
- Artículo: "Dios lo quiere". Revista La Aventura de La Historia. Nº8.
-Zaborov, Mijail: Historia de Las Cruzadas. Ediciones Sarpe.










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