"Ser inmoral es gastar dinero en aburrirse, ser moral es aburrirse gratis"



lunes, 20 de septiembre de 2010

LADRONES DE TUMBAS

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Un antiquísimo comercio cuya tradición continúa hoy en día

Y falsificadores de antigüedades egipcias



Los antiguos egipcios concebían la muerte como una especie de jubilación, en unos tiempos en que conceptos actuales como: "retiro", "pensión", "ocio de la tercera edad", y otros semejantes, eran totalmente desconocidos. El Más Allá, la otra vida, o como queramos llamarlo, era para ellos algo así como para los ingleses de hoy en día una vida de pensionistas en Marbella.
El "paraíso", el lugar de los muertos egipcio, estaba situado al oeste, allí donde se pone el Sol. Para un egipcio, que situaba su vida en el eje del Nilo era sencillamente: "a la otra orilla".

Pese a todas las fantasías y elucubraciones de los egiptólogos, lo cierto es que no sabemos con certeza si los egipcios consideraban que su "paraíso" era un lugar físico situado en un lugar lejano de este mundo, siempre al oeste, naturalmente. O si por el contrario era un mundo "mágico", esto es, espiritual; como nuestro Cielo cristiano, lo que parece más probable. En todo caso era un lugar donde el difunto iba a reproducir su vida terrena, con una importante salvedad; podía librarse del trabajo físico, que otros harían por él. En lugar de seguridad social, los sacerdotes egipcios habían desarrollado un rito por el cual el jubilado-difunto tendría servidores que harían por él sus labores. Se trataba de los ushabti, unas pequeñas figuras con las que se le enterraba, y que cobrarían vida (como él mismo) en el Más Allá. En realidad los ushabtis no eran sirvientes del difunto, su mismo nombre que significa "el que responde", nos lo indica.


Ushabi
Simplemente deberían responder a la llamada al trabajo que le correspondía hacer al difunto. Estos ushabtis también tenían otra utilidad, servir de soporte al ka del muerto en caso de que su momia fuera destruida, algo así como un cuerpo de repuesto, esa había sido su función original, por eso tenían forma de cuerpo momificado.
Era verano, estaba en Alejandría y, por descontado, hacía mucho calor.
Mientras le daba vueltas entre los dedos de la mano derecha a un pequeño ushabti, pensé que alguien le había jorobado a un antiguo egipcio su jubilación o, lo que era peor, su vida eterna. Bueno, realmente la pieza estaba intacta, así que el ka del muerto podía estar allí, incluso podía ser el de una bella egipcia. Algo más animado con este último pensamiento, contesté al hombre que estaba sentado frente a mí, y que hacía un buen rato aguardaba una respuesta con la innata paciencia del comerciante oriental.
-Sí, me interesa, pero -me apresuré a añadir- por supuesto que no en ese precio -no le dejé responder-. Usted sabe que me ha pedido demasiado.
-Me gustaría dejárselo más barato, pero me es totalmente imposible. Yo, ya pagué casi esa misma cantidad por esta pieza única -lo dijo una cara mezcla de pena y seriedad-.
Yo estaba seguro de que en algún lugar de la pequeña tienda donde nos encontrábamos habría, al menos, un saquito lleno de "piezas únicas". Me habían informado que últimamente abundaban los ushabtis, lo que no eran tan raro teniendo en cuenta que en cada enterramiento que los ladrones de tumbas encontraran podrían aparecer docenas e incluso cientos de ushabtis por cada cuerpo; eso sin contar las piezas que hábiles artesanos elaboraban según los métodos tradicionales y que, lo mismo servían para vender como recuerdo turístico, que como "pieza única y auténtica".
Regateamos, como es de rigor, durante mucho rato. Salí de la tienda con la promesa de volver al día siguiente para ver nuevas piezas y con el ushabti en el bolsillo, primorosamente envuelto en un trozo de algodón atado con bramante.

El contacto inicial había sido muy sencillo y puede hacerlo –al menos intentarlo- cualquier turista o aficionado, me había limitado a preguntar en la conserjería del hotel por alguien que me pudiera vender piezas egipcias "algo antiguas" y que "por supuesto fueran totalmente legales". Me buscaron un guía que chapurreaba algo de inglés (como yo, así que nos entendíamos bastante bien). El guía se llamaba Hamed, era un muchacho despierto, ojos de mirada viva e inteligente que me recordaban los dibujados en algún mural de tumba tebana.



Desierto occidental

Hamed no era una enciclopedia viviente pero al menos estaba bien informado, mejor que muchos guías de agencia. Por desgracia estaba acostumbrado a tratar con turistas que se contentan con visitar unas cuantas tiendas de recuerdos y artesanía que les recomendaba por ser: -"las mejores, señor"-, Por supuesto que eran las mejores, es decir, las que le daban más comisión.
-Hamed, yo lo que quiero es visitar la necrópolis descubierta en las obras de la autovía de la costa. Me han dicho que "alguien" de la zona ha encontrado accesos y sacado objetos que ahora vende -le dije sin tapujos.
El muchacho se encogió de hombros, se guardó la propina, y me acompañó al taxi que pedimos desde el hotel.


Como no teníamos prisa, estábamos en oriente, allí el ritmo es distinto y se contagia, visitamos antes las zonas de excavación arqueológica de la ciudad, sobre todo en la costa:


Las obras de la autovía que será una avenida y circunvalación estaban en plena actividad, habían sido detenidas tras descubrir al hacer los cimientos para los pilares de un paso elevado, un acceso a las catacumbas que formaban parte de la antigua necrópolis de la ciudad. Los arqueólogos habían trabajado durante un tiempo y ahora, en espera de una nueva campaña, se limitaban a una exploración, más que excavación, de pura rutina. El acceso que daba paso a la necrópolis subterránea estaba sellado y guardado, pero, como había supuesto, algunos muchachos (más bien niños) de los barrios limítrofes habían encontrado algún otro acceso (en realidad el que se había explorado oficialmente también lo había encontrado un niño que husmeaba entre las obras) Pese a estar las galerías en parte inundadas por tener bajo ellas una capa freática, "alguien" se las agencio para sacar lo que pudo de los cientos de enterramientos que al parecer correspondían a época ptolomeica y romana. Tras mucho preguntar, hablar (y dar propinas), finalmente en alguna casa nos mostraron pequeños trozos de estuco pintado arrancado de las tumbas; el resto de lo que hubieran extraído (lo que posiblemente "alguien" seguiría haciendo), habían ido a manos de los peristas que hacían de intermediarios con las redes del tráfico ilegal de antigüedades. Dichas redes se encargarían de mandar fuera del país lo más interesante, mientras que comerciantes locales (como el que había visitado) venderían el resto.
Como dije anteriormente con el nombre de Ushabti se conocen unas pequeñas y simples estatuillas con forma de un trabajador o una momia, que a veces por centenares se colocaban en las tumbas. Su función era muy sencilla: una vez el difunto estuviese en el Más Allá, en cada momento que tuviese la obligación de realizar algún trabajo, (cavar acequias, irrigar campos cultivados, transportar arena...), pronunciaba un conjuro a través del cual la figurilla se convertía en un sirviente, y de esta forma era este ultimo quien ejecutaba la tarea asignada.


Tumba primitiva

Por ello, la palabra ushabti suele traducirse por "el que responde", aunque también se cree que podría derivar de Shauabti, término que en una antigua lengua africana designaba a las víctimas funerarias, es decir, aquellas víctimas que en tiempos primitivos se sacrificaban en los funerales de jefes importantes para que trabajasen para su amo en el otro mundo. Por último hay quienes opinan, creo que acertadamente, que proviene de la madera de un árbol cuyo nombre en trascripción del antiguo egipcio (el aficionado puede ver mi libro: "Las claves de los jeroglíficos") se pronunciaba aproximadamente así.
Aunque se han encontrado ushabti en casi todas las épocas, (desde la dinastía VI hasta la época de la dominación romana), sus formas y características han variado con el paso de los siglos. Así por ejemplo, si en un comienzo las figuras no llevaban ningún tipo de inscripción, a partir de la dinastía XII solía grabarse sobre su parte frontal el nombre y títulos de la persona a la que estuvieran destinada. De este modo, el conjuro solo podría hacerlo efectivo aquel a quien representaba. Sin embargo, durante la dinastía XVIII y posteriores esta costumbre se cambió, pasando a escribirse entonces el capítulo VI del Libro de los Muertos, el cual contiene precisamente la Fórmula para que un ushabti ejecute los trabajos para alguien en el Más Allá:
"¡Oh ushabti por....! [aquí se ponía el nombre del difunto]: si soy llamado, si soy designado para hacer todos los trabajos que se hacen habitualmente en el Más Allá, sabe bien que la carga te será infligida a ti. Como se debe alguien a su trabajo, toma tú mi lugar en todo momento para cultivar los campos, para irrigar las riveras y para transportar la arena de Oriente a Occidente."



Otro Ushabi
A lo largo del tiempo se fabricaron ushabti de todos los materiales posibles: alabastro, fayenza (pasta de vidrio), basalto, arenisca, granito, diorita, pórfido, piedra caliza, cerámica esmaltada, barro cocido, madera, etc., siendo también muy variados sus tamaños, ya que se han encontrado desde figuras que tenían solo unos pocos centímetros de longitud, hasta otras de más de un metro, (como por ejemplo la hallada en la tumba del rey nubio Taharq, que medía 1,21 mts. de alto). En cuanto a su forma general, solían tener aspecto momiforme, llevando en muchos casos herramientas y útiles diversos en las manos. Algunos ushabti de madera hechos específicamente para mujeres, iban así mismo adornados con pectorales dorados y brazaletes.

La disposición de los ushabti en las tumbas no era algo uniforme: en ocasiones, se ponían directamente sobre la momia; otras veces, se situaban al lado del sarcófago del difunto; muchos estaba desparramados por el suelo; y en el caso de altos funcionarios o de los mismos faraones, se introducían gran cantidad de ellos en cajas especiales, que podían contener hasta 365 figuras, (se supone que para que dispusieran de sirvientes todos los días del año). En concreto, en la tumba de Seti I, se llegaron a encontrar más de 700. Los ushabti mas curiosos son aquellos que no solo se han colocado de una u otra forma en la tumba, sino que incluso, reposaban en su propio y particular pequeño ataúd o sarcófago, y aun cuando a veces estos últimos se han encontrado desnudos yaciendo sobre cojines o fajas de lino, en otras ocasiones hasta fueron vendados igual que si de una momia se tratase.

Vuelvo a dedicar atención a los ushabtis por dos motivos muy importantes: Son las piezas que los ladrones de tumbas más han extraído y las que más se han falsificado. Ello se debe a su vez a otros dos motivos: Por ser las más numerosas, y por su pequeño tamaño. El Ushabti es una pieza fácil de vender en el mismo Egipto y también fácil de sacar del país mezcladas con cualquier otro cargamento. Una de las exposiciones que hacemos a lo largo de este artículo es que, el tráfico ilegal de antigüedades, está íntimamente ligado al de las falsificaciones. Como veremos, son las mismas redes mafiosas las que ejecutan una y otra actividad, con una salvedad: Las falsificaciones, por lo general, las realizan pequeños talleres artesanos que no solamente las venden a las redes anteriores, sino a los comerciantes de recuerdos para turistas como simples reproducciones. Es decir, la misma pieza, procedente del mismo taller, según a quién sea vendida puede ser una ilegal falsificación para coleccionista, o una legalísima reproducción para recuerdo turístico. En las próximas líneas voy a contar mis experiencias en uno de estos talleres.

El taller estaba cerca de la zona donde se asegura que se levantaba en la antigüedad la Biblioteca, así con mayúscula, pues su denominación es la que dio después nombre a todos los edificios o lugares destinados a contener libros.

EN EL TALLER DE LOS FALSIFICADORES




Realmente no le debería de llamar así. Era un taller pobre, un taller del tercer mundo como tantos. Estaba situado en un semisótano al que se accedía por una escalera de madera muy empinada. Constaba de un único horno. Los artesanos, cuatro en total, trabajaban como en la mayoría de los pueblos orientales; en el suelo. Un hombre, junto al horno, que Hamed me indicó que era el propietario, vigilaba la cocción de las piezas y las labores de sus operarios. Estaban confeccionando ushabtis y amuletos (ojos de Horus y escarabajos). Amasaban la pasta de vidrio de aspecto arcilloso llamada fayenza, con una encomiable concentración. Después la introducían en pequeños moldes de barro y atravesaban la figura con un cordel de algodón empapado en masa de cuarzo; esto permitirías que, al cocer la pieza, el cordón se quemara, volatilizándose y dejando un conducto interior por el que se pudiera enhebrar el objeto.


Nadie habló, creo, de falsificaciones. Aquellos hombres se limitaban a ejecutar su trabajo con una dedicación y exactitud seguramente igual a la de los antiguos artesanos egipcios, antepasados suyos. Hacían las piezas con los mismos materiales y métodos que se venían usando desde milenios atrás. Realmente eran piezas auténticas, por supuesto que hechas ahora, si alguien las vendía después como antigüedades a un turista ignorante, o fuera del país a un coleccionista despistado; la culpa no era suya.

Nos fuimos pronto, se notaba claramente que, pese a la consabida propina, la presencia de extraños no era bien acogida. Pese a ello, y a las mínimas palabras intercambiadas, aquellos trabajadores y su jefe, fueron absolutamente corteses.

Después volvimos a mi alojamiento. Estaba hospedado en el Hotel Delta, situado en una calle de sugerente nombre: Champollion. Es un buen establecimiento, de excelente servicio y sin demasiadas habitaciones (odio los grandes hoteles), creo recordar que no pasaban mucho de las cincuenta.

Lo había escogido, entre todos los de precio razonable, por dos causas, por su situación y por que anunciaba el admitir perros y gatos. Nunca, si puedo evitarlo, voy a un hotel que no lo haga. No viajo con ellos, pero opino que ese hecho dice mucho de los responsables del establecimiento. El no admitir animales de compañía es un signo pueblerino (en el mal sentido del término), deshumanizador, y alejado de mi concepto de verdadera civilización. Siempre he pensado que aquellos establecimientos que ponen en un rótulo "perros no", en realidad también les gustaría añadir: "negros, gitanos y moros: tampoco". Los políticos, y sus funcionarios, que, desde pretendidas normas de sanidad también quieren imponerlo en dictados municipales o autonómicos, opino que son de semejante calaña que los que dictaban las leyes contra judíos en la Alemania de Hitler (que algunos llamaban también: "leyes sanitarias"). Quizá algo exagerado, pero la experiencia me dice que tengo al menos un poco de razón. La intolerancia es un mal peligroso y altamente contagioso, que empieza por pequeños detalles. Y además me gustan los animales, si hubiera vivido en el antiguo Egipto, también hubiera embalsamado mi gato.




SOBRE FALSIFICACIONES Y SAQUEOS

El de los falsificadores es un sector inseparable de las redes de objetos ilegales. Utilizan las mismas vías, métodos y agentes, ya que realmente lo que están haciendo es vender una pieza falsa como auténtica pero ilegal, con lo que se justifica la ausencia de certificados de autenticidad y se evitan las posibles reclamaciones.

Hay en este sector algunos personajes que llevan su cara dura al extremo de vender las falsificaciones como legales, con certificados, autorizaciones de exportación, etc. Todo ello naturalmente también más falso que Judas, menos en algunos casos, la verdad bastante raros en que la pieza es auténtica y los documentos son los falsos. Mucho más frecuente es el caso inverso, piezas falsas con certificados auténticos expedidos por personas competentes para ello, pero corruptas. Este supuesto se ha dado (y también ahora se da) en operaciones de cierto nivel que justifiquen el soborno, operaciones de elevados importes con destino a colecciones privadas de multimillonarios de todo el mundo y a museos públicos, a veces con la colaboración interesada de intermediarios o responsables del museo. Hay un tipo de fraude, que nuestros informadores nos han asegurado que se da con frecuencia, y es el de la fundación que, para evadir impuestos, compra piezas arqueológicas sin reparar en si su origen es legal o no, e incluso, si es o no falsificada. Este es un tema tan importante para el tráfico de antigüedades, debido a las fabulosas cantidades que estas fundaciones, pertenecientes a bancos y grandes empresas, mueven en el sector; que dedicaremos detallada atención a ello más adelante.

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Pieza egipcia posiblemente falsa

Ahora, mientras escribo este artículo, aún tengo el ushabti que compré al comienzo de esta historia sobre la mesa, entre fotos, dibujos, recortes de prensa y varios amuletos que también son "piezas únicas y auténticas". Desde la pared, la cara pintada en vivos colores de una mascara de papiro prensado procedente, al parecer, de un sarcófago de época ptolomeica, parece mirarnos con sorna.
Realmente, cualquiera que visite Egipto, mejor fuera de los circuitos turísticos, puede contactar con "ladrones de tumbas", solamente ha de inspirar confianza. En caso contrario únicamente le enseñarán falsificaciones.
Aquí he de aclarar que, ese ushabti "auténtico" comprado en Alejandría, y que me sirvió para contactar con ladrones y falsificadores, era, igual que las demás piezas de mi colección, perfectas falsificaciones artesanales y que en poco (más bien en nada, excepto la antigüedad) se diferenciarían de las auténticas. He tenido alguna vez oportunidad de hacerme con alguna pieza antigua a buen precio (que si no hubieran sido muy baratas no hubieran estado a mi alcance), pero siempre me he negado a adquirirlas, no por motivos legales de estricto cumplimiento de la ley y todo eso; sino por una íntima convicción que expondré al final de esteartículo.


Antes de topar con este mundo de traficantes de piezas arqueológicas también yo creía, como supongo que casi todos, que la falsificación era algo inusual, un fraude que podría darse de vez en cuando. Pero en absoluto es así, toda una industria sumergida se dedica a ello. Nada es nuevo en la historia, ya desde tiempos inmemoriales existieron las falsificaciones, sin ir más lejos, entre los marchantes de arte del siglo XIX se decía que el paisajista Corot (que estaba de moda, entre otras cosas porque sus cuadros lucían mucho en los salones de las casas de los nuevos ricos) había pintado en su vida 100.000 cuadros de los que al menos la mitad estaban en los Estados Unidos.


La broma tenía su base real. Durante las postrimerías del siglo XIX, los paisajes de Corot alcanzaron tanta popularidad, que su falsificación cobró las proporciones de una verdadera industria artesanal. Una prueba semejante de la popularidad de un artista con idénticas consecuencias fue la que dieron en época más reciente los falsificadores de las obras de Van Gogh, Gauguin, Picasso, y Dalí. Más de un millonario del petróleo tejano o propietario de alguna multinacional se ha visto obligado a reconocer que la mayor parte de su costosa colección de impresionistas son falsificaciones.


Las falsificaciones son tan antiguas como el arte. En la antigua Roma circulaban cuencos de plata "egipcios" fabricados por fenicios dispuestos a explotar una moda. Se hicieron falsificaciones de obras de algunos maestros italianos del Renacimiento cuando todavía vivían sus autores.



Figurita de Osiris presuntamente auténtica
La fruición con que narran los periódicos el descubrimiento de falsificaciones y falsificadores rodea a la cuestión de un atractivo irresistible. Se presenta a falsificadores como Hans van Meegeren, Elmyr de Hory y Tom Keating como héroes románticos, capaces no sólo de engañar a los acaudalados y presuntuosos, sino también a sedicentes expertos en arte, cuya destreza se revela bien falible.

El extravagante De Hory pretendía haber vendido muchas falsificaciones de pinturas modernas a coleccionistas privados, no tanto para su ganancia personal como para poner de manifiesto la corrupción y avaricia imperantes en el mundo del arte.

Si esto es así en cuanto a la pintura realizada en un periodo histórico reciente, generalmente con abundante documentación sobre el artista y casi con un posible seguimiento histórico de la obra. ¿Qué no será de las elaboradas de forma anónima por artistas de hace milenios?
El artista del antiguo Egipto no era ni siquiera un artista tal y como nosotros lo entenderíamos hoy día. Cuando visitamos una catedral o algún lugar donde hay enterramientos de personajes de nuestra historia el guía nos indica que tal o cual sepulcro está tallado por tal o cual artista; los nobles y poderosos de periodos recientes se disputaban a escultores y pintores, a los que colmaban de honores. En nuestros días pasa lo mismo, el artista, el "genio", es adulado y tratado como un pequeño dios, sus obras alcanzan cotizaciones astronómicas. Eso era algo impensable para el artista egipcio, por la SENCILLA RAZÓN QUE NO ERA TAL, SE LE CONSIDERABA SIMPLEMENTE UN ARTESANO MÁS. La decoración y los objetos fúnebres eran, como los de culto, un material con unos fines religiosos prácticos. Generalmente todo se producía en serie y las obras complejas eran realizadas por varios obreros que trabajaban juntos bajo la dirección de un maestro. Otros objetos para uso diario como tarros de ungüentos, espejos, flotadores para el baño, muebles, etc. Se ejecutaban de igual forma en talleres con técnicas muy próximas a las modernas de fabricación en serie; en algunos casos realmente lo eran, como los ushabtis confeccionados en moldes. Sólo se buscaba un fin práctico, religioso o utilitario; en el primer caso entraba dentro de lo que hoy entenderíamos como ritos mágicos. Y precisamente por serlo, es por lo que, en la religión judía primero y en la islámica después, se prohibió la representación de figuras. Aparte de para evitar la idolatría una vez adoptada la idea, también egipcia, de un dios único. El judaísmo era mucho más rígido e intolerante, simplemente el artista no podía representar nada del natural y, por ejemplo, los tallistas judíos parecían extremadamente toscos y primitivos Mientras que en el Egipto ptolomeico un sarcófago seguía siendo una obra de maestría con la imagen realista del difunto, en el Israel del mismo periodo no eran más que cajas de piedra con unos nombres grabados con trazos que parecían infantiles. Era costumbre que un hijo continuara la profesión del padre, el joven recibía lecciones de éste, y de sus maestros cuando entraba de aprendiz, hasta convertirse en un artesano al que no se le exigía otra cosa que el hacer bien su trabajo, esto es, reproducir modelos anteriores. Se les enseñaba a copiar, no a crear, no se les pedía la aportación de ideas originales, la perfección técnica era su objetivo; por eso el arte egipcio parece inmutable a través de los milenios. Por eso también sus objetos son relativamente fáciles de falsificar, carecían del sello personal del artista moderno, para reproducirlos basta con disponer de los mismos materiales y utilizar las mismas técnicas, las cuales son hoy perfectamente conocidas.

En Madrid: El chivato de una fundación.


Lo llamaremos Ernesto.
Nos sentamos en una mesa del fondo en el Café Gijón; próximos a la ventana que daba al paseo de la Castellana. El sol del reciente otoño daba con fuerza en la calle, allí dentro, dada la hora (anterior al desayuno de los chupatintas de la zona, perdón, ahora ya no son chupatintas, sino los que se dejan la salud, al menos los ojos, delante del ordenador) estábamos prácticamente solos.
-Si se enteran de lo que cuento, me despiden por el escándalo-me soltó Ernesto así de primeras.
No le hice mucho caso. Conocía a Ernesto desde mucho tiempo atrás y sabía que era un llorica. De esas personas que, aparte de quejarse de todo, ven peligros por todas partes.
-Nadie se va enterar -le repliqué con calma-. Además -continué- ni tú ni yo tenemos la suficiente importancia como para provocar un escándalo.
-No estas preparando otro libro -me afirmó en lugar de preguntar.
-Ya lo sabes, pero en España nadie lee, pocos se van a enterar. ¿Y aunque no fuera así, piensas que a tus jefes les importaría mucho? -le interrogué escéptico- No crees que ya es bien sabido? -y afirmé para terminar- Los que tienen poder económico de pocas cosas se preocupan, y menos por denuncias anónimas y sin pruebas.
Ernesto asintió; y sin más (quizá porque se le acababa la hora del café), me contó la historia. Más o menos, era así. Vamos a redactarla en forma de confesión:

La empresa para la que yo, Ernesto, trabajo; y que llamaré Caja de Ahorros Barbanegra (un nombre de pirata queda bien para una entidad financiera), tiene una fundación con fines culturales. Naturalmente los fines reales son evadir impuestos.
Para su fondo de arte, que a veces intercambian con otras entidades para organizar exposiciones, compran piezas arqueológicas aparentemente con todos los papeles en regla. Sin embargo he comprobado que los precios que se pagan son considerablemente superiores a los del mercado. Y lo que es más grave, los "papeles", la documentación que acredita que la pieza ha sido importada con la autorización del gobierno del país originario, son falsos.

Luego Ernesto se extendió en los motivos que le habían llevado a esa conclusión, conversaciones, palabras que se escapan, etc. Ernesto aparte de quejica era de esas personas que, sin parecerlo, se enteran de todo. Nunca debieron ponerle en la secretaría del presidente de aquella fundación; pues ese era su puesto.

Esta es, algo novelada, la narración de la obtención de uno de los datos que me han permitido conocer el destino del botín de los ladrones de tumbas. El resto puede fácilmente intuirse (e incluso constatarse) tratando con anticuarios y marchantes de piezas arqueológicas. Naturalmente cada uno cuenta de los demás, eso permite reconstruir el simple rompecabezas.
Una conclusión final:



No olvidemos que los llamados grandes egiptólogos, y los gobiernos que les respaldaron, han sido los principales ladrones de tumbas. Aún hoy en día ese tráfico, aunque pueda parecer lo contrario, no ha descendido, todo lo contrario, ha aumentado. Por supuesto que ya no son objeto del mismo las piezas grandes. Y no nos referimos a grandes por su importancia, sino por su tamaño.


Anubis

Naturalmente que hoy ya no es posible el sacar de Egipto una voluminosa esfinge o un obelisco, pero sí multitud de pequeños objetos que, precisamente, son las más codiciadas por los coleccionistas. Todavía se extraen piezas de tamaño medio que suelen ser muy apreciadas por museos y fundaciones, como fragmentos o tapas enteras de ataúdes; en estos momentos hay muchas (relativamente) en el mercado de época ptolomeica, que yo creo proceden de la necrópolis de Alejandría. Hay también otro tema que nadie parece haber tomado nunca en consideración, que es la falta de sensibilidad de los científicos, gobiernos, museos, coleccionistas, etc. Al simple hecho (que siempre parece olvidarse) de que los principales yacimientos arqueológicos suelen ser cementerios, los cuales se profanan sin temor ni respeto. Claro que también antes se hacía, pero no es disculpa. Siempre me ha molestado ver a una momia (cualquier momia) en un museo, es el cuerpo de un difunto y no veo razón para que no sea tratada con dignidad y respeto, esto es, enterrada. Hasta cierto dudoso punto, parece lógico el que se la observe y estudie en un momento dado, pero nada más. ¿Qué opinaría usted si dentro de unos años alguien fuera a nuestros cementerios, abriera las tumbas, y expusiera el contenido (incluidos los restos de sus padres y abuelos) a la avidez del público. Si los objetos personales les fueran arrebatados y vendidos para coleccionistas y museos? Así no es de extrañar las maldiciones con que los antiguos egipcios intentaban proteger las tumbas de sus seres queridos. Opino que muchos merecerían que se cumplieran.

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