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jueves, 30 de septiembre de 2010

TESTAMENTO DE LOS DOCE PATRIARCAS, HIJOS DE JACOB - (apócrifo pseudoepgráfico)

Nuestros Antepasados
Nuestros antepasados terrestres y extraterrestres

martes 2 de junio de 2009
TESTAMENTOS DE LOS DOCE PATRIARCAS,
HIJOS DE JACOB

(apócrifo pseudoepigráfico)

por A. Díez Macho


TESTAMENTO DE RUBÉN

Sobre los pensamientos

1- 1Copia del testamento de Rubén y de las recomendaciones a sus hijos, antes de morir a los ciento veinticinco años de edad. 2Dos años después de la muerte de José, estando enfermo Rubén, se reunieron sus hijos y nietos para visitarle.
3Les habló así:
—Hijos míos, me estoy muriendo y voy a seguir el camino de mis padres.
4Viendo entonces a Judá, Gad y Aser, sus hermanos, les suplicó;
—Incorporadme, hermanos, para que os descubra a vosotros, her­manos e hijos míos, todo lo que guardo oculto en mi corazón, ya que me están fallando las fuerzas.
5Incorporándose, los besó afectuosamente y prorrumpió en lágrimas. Les dijo:
—Escuchad, hermanos míos; prestad oídos a Rubén, vuestro padre, y a lo que os ordeno. 6Os conjuro hoy por el Dios del cielo: no os dejéis llevar por la ignorancia juvenil ni por la lujuria. Por ella me dejé arrastrar yo y profané el lecho de mi padre Jacob. 7Os aseguro que (Dios) me infligió un gran castigo en mis flancos durante siete meses, y si mi padre Jacob no hubiera rogado por mí al Señor... ¡porque él quería aniqui­larme gustoso! 8Tenía entonces treinta años cuando hice el mal ante el Señor, y estuve enfermo de muerte durante siete meses. 9Luego, por propia decisión, hice penitencia ante el Señor durante siete años. 10No bebí vino ni licor; la carne no entró a mi boca ni gusté ningún alimento apetitoso mientras guardaba duelo por mi pecado, ¡tan grande era él! ¡Que nunca se cometa tal cosa en Israel!
2 -1Escuchad ahora, hijos míos, lo que vi sobre los siete engañosos espíritus durante mi tiempo de penitencia. 2Siete espíritus ha dispuesto Beliar contra el hombre; ellos son los causantes de las acciones de la juventud. 3Otros siete ha dado Dios al hombre desde la creación, para que por ellos puedan realizarse las obras humanas. 4El primero, el espíritu de vida, gracias al cual se constituye el conjunto humano; segundo, el espíritu de la visión, gracias a la cual se genera el deseo; 5tercero, el espíritu del oído, por el que se transmite la enseñanza; cuarto, el espí­ritu del olfato, gracias al cual existe la sensibilidad para atraer el aire y el aliento; 6quinto, el espíritu del habla, por el que se genera el conocimiento; 7sexto, el espíritu del gusto, gracias al cual tiene lugar la in­gestión de alimentos y bebidas, [y por ellos se crea la fuerza, pues en los alimentos reside su fundamento]; 8séptimo, el espíritu del semen y la cópula, por el cual se introduce el pecado a través del ansia de placer. 9Por esta razón es éste el último espíritu de la creación y el primero de la juventud, porque está llena de estupidez y conduce al joven, como un ciego, hacia la fosa o, como una bestia de carga, hacia el precipicio.
3 -1Además de todos éstos existe un octavo espíritu, el del sueño, gracias al cual fueron creados el éxtasis de la naturaleza y la imagen de la muerte. 2A estos espíritus se mezcla el del error. 3El primero, el espí­ritu de la fornicación, tiene su asiento en la naturaleza y en los sentidos; el segundo, el espíritu de la insaciabilidad, en el vientre; 4el tercero, el espíritu de la guerra, en el hígado y la bilis; el cuarto, el espíritu del agrado y del encanto, para parecer hermosos por medio de lo inútil; 5el quinto, el espíritu del orgullo, para jactarse y vanagloriarse; el sexto, el espíritu del engaño, de perdición y envidia, para fingir palabras y hacer­las pasar desapercibidas ante parientes y vecinos; 6el séptimo, el espíritu de injusticia, gracias al cual se producen los robos y atracos, para ejecutar los deseos del propio corazón. La injusticia, en efecto, colabora con los otros espíritus gracias al cohecho. 7[A ellos se añade el espíritu del sue­ño, el octavo, unido a engaños y fantasías.] 8De este modo se corrompen los jóvenes, entenebreciendo su mente lejos de la verdad, no sintiendo según la ley de Dios ni obedeciendo a las amonestaciones de sus padres, tal como me ocurrió a mí en mi juventud.
9 Mas ahora, hijos míos, amad la verdad, y ella os guardará. Ésta es mi enseñanza, escuchad a Rubén vuestro padre. 10No concedáis importancia al aspecto exterior de la mujer; no permanezcáis solos con mujer casada ni perdáis el tiempo en asuntos de mujeres. 11Si yo no hubiera visto a Bala bañándose en un lugar apartado, no habría caído en tan gran impiedad. 12Desde que mi mente concibió la desnudez femenina, no me permitió conciliar el sueño hasta que cometí la abominación. 13Mientras mi padre Jacob estaba ausente en casa de Isaac, su padre, y nosotros, en Gader, cerca de Efratá, en la región de Belén, Bala, ebria, yacía durmien­do desnuda en la alcoba. 14Yo entré, vi su desnudez, cometí la impiedad y, dejándola dormida, salí fuera. 15Inmediatamente un ángel del Señor reveló a mi padre Jacob mi impiedad. Volviendo a casa, comenzó a llorar mi pecado y no la tocó más.
4 -1No prestéis atención a la hermosura de las mujeres ni os deten­gáis a pensar en sus cosas. Caminad, por el contrario, con sencillez de corazón, con temor del Señor, ocupados en trabajos, dando vueltas por vuestros libros y rebaños hasta que el Señor os dé la compañera que él quiera, para que no os pase como a mí. 2Hasta la muerte de nuestro pa­dre no me atreví a mirar el rostro de Jacob o dirigir la palabra a alguno de mis hermanos por temor a sus reproches, 3y hasta ahora mi conciencia me tortura por mi pecado. 4Sin embargo, mi padre me consoló, ya que rogó a Dios para que se apartara de mí su ira, como me lo indicó el Se­ñor. Desde entonces, arrepentido, me mantuve vigilante y no pequé. 5Por ello, hijos míos, observad todo lo que os prescribo y no pecaréis jamás. 6Ruina del alma es la lujuria; aparta de Dios y acerca a los ídolos, engaña continuamente la mente y el juicio, y precipita a los jóvenes en el Hades antes de tiempo. 7A muchos ha perdido la lujuria. Aunque sea anciano o de noble cuna, lo hace ridículo e irrisorio ante Beliar y los hu­manos. 8José halló gracia ante el Señor y los hombres porque se guardó de las mujeres y mantuvo limpia su mente de toda fornicación. 9Aunque la egipcia lo intentó muchas veces con él, convocó a los magos y le ofreció filtros de amor, su buen juicio no admitió ningún mal deseo. 10Por ello el Dios de mis padres le salvó de peligros de muerte ocultos y mani­fiestos. 11Si la lujuria no se apodera de vuestra mente, ni siquiera Beliar os vencerá.
5 -1Perversas son las mujeres, hijos míos: como no tienen poder o fuerza sobre el hombre, lo engañan con el artificio de su belleza para arrastrarlo hacia ellos. 2Al que no pueden seducir con su apariencia lo subyugan por el engaño. 3Sobre ellas me habló también el ángel del Se­ñor y me enseñó que las mujeres son vencidas por el espíritu de la lujuria más que el hombre. Contra él urden maquinaciones en su corazón, y con los adornos lo extravían comenzando por sus mentes. Con la mirada siembran el veneno y luego lo esclavizan con la acción. 4Una mujer no puede vencer por la fuerza a un hombre, sino que lo engaña con artes de meretriz. 5Huid, pues, de la fornicación, hijos míos, y ordenad a vues­tras mujeres e hijas que no adornen sus cabezas y rostros, porque a toda mujer que usa de engaños de esta índole le está reservado un castigo eterno. 6De este modo sedujeron a los Vigilantes antes del diluvio. Como las estaban viendo tan continuamente, se encendieron en deseos por ellas y concibieron el acto ya en sus mentes. Se metamorfosearon en hombres y se aparecieron a ellas cuando estaban con sus maridos. 7Las mujeres sintieron interiormente atracción hacia tales imágenes y engendraron gigantes. Los Vigilantes, en efecto, se les aparecieron con un tamaño que llegaba hasta el cielo.
6 -1Guardaos de la fornicación y, si deseáis mantener limpia vuestra mente, guardad vuestros sentidos apartándolos de las mujeres. 2Ordenadles igualmente que no frecuenten la compañía de los hombres para mantener también su mente pura. 3Los abundantes encuentros aunque en ellos no se cometan impiedades, son para las mujeres una enfermedad incurable y para nosotros mancilla perpetua ante Beliar. 4La lujuria no posee ni sabiduría ni piedad y la envidia habita en su deseo.
5Por ello envidiaréis a los hijos de Leví e intentaréis elevaros por encima de ellos, pero no podréis. 6Dios se ocupará de su venganza y mo­riréis malamente. 7A Leví y a Judá dio el Señor el mando, y con ellos también a mí, a Dan y a José, para que seamos los jefes. 8Por ello os ordeno que prestéis oídos a Leví, porque él conoce la ley del Señor. Él formulará las instrucciones precisas para los juicios y sacrificios por todo Israel hasta la consumación de los tiempos, pues él es el sumo sacerdote ungido de que habló el Señor. 9Os conjuro por el Dios del cielo que cada uno diga la verdad a su prójimo y tenga amor a su hermano. 10Acercaos a Leví con humildad de corazón, para que recibáis la bendición de sus labios. 11Él bendecirá a Israel y a Judá, porque el Señor ha decidido reinar por él sobre todos los pueblos. 12Inclinaos ante su descendencia, por­que morirá por vosotros en batallas visibles e invisibles y será vuestro rey para siempre.
7 -1Murió Rubén tras haber formulado estas recomendaciones a sus hijos. 2Lo colocaron en una urna hasta que, sacándolo de Egipto, lo en­terraron en Hebrón, en la cueva doble, donde descansaban sus padres.



TESTAMENTO DE SIMEÓN

Sobre la envidia

1 -1Copia de las palabras de Simeón, tal como habló a sus hijos antes de morir, tras cumplir ciento veinte años, época en la que murió José. 2Sus hijos fueron a visitarle durante su enfermedad. Haciendo acopio de fuerzas, se incorporó, los besó y les habló así:
2 -1Escuchad, hijos, a Simeón vuestro padre,
oíd cuanto encierra mi corazón.
2Yo fui el segundo hijo de Jacob;
mi madre, Lía, me llamó Simeón
porque el Señor escuchó su plegaria.
3Me crié fuerte en extremo,
no me retraje ante ninguna acción,
ni sentí temor ante ningún trabajo.
4Mi corazón era duro,
mi pecho indomable
y mis entrañas sin piedad.
[5Porque el Altísimo otorga la valentía tanto a las almas como a los cuerpos de los hombres.] 6Por aquel entonces tenía yo celos de José porque nuestro padre lo amaba, 7y mi cólera se afianzaba en la idea de aniquilarlo. El príncipe del error, enviándome el espíritu de la envidia, había obcecado mi mente, dispuesta a no considerarle como hermano ni a tener piedad de Jacob, mi padre. 8Pero su Dios y de sus padres envió a su ángel y lo salvó de mis manos. 9Cuando yo me dirigía a Siquén, a llevar un ungüento para los rebaños, y Rubén a Dotaín —donde se encontraba nuestro depósito de útiles y vituallas—, Judá mi hermano vendió a José a los ismaelitas. 10Llegó Rubén y se entristeció, pues pretendía salvarlo para conducirlo a su padre. 11Yo, en cambio, me irrité contra Judá por haberle dejado vivo y pasé cinco meses enfadado con él por este motivo. 12Pero el Señor me frenó y me impidió el uso de mis manos: mi diestra estuvo casi seca durante siete días. 13Supe entonces, hijos míos, que me había ocurrido esto por José. Arrepentido, prorrumpí en lágrimas y rogué al Señor que me restituyera mi mano y me viera libre de toda impureza, envidia e insensatez. 14Supe, pues, que por envidia había intentado co­meter una mala acción a los ojos del Señor y de mi padre, Jacob, contra José, mi hermano.
3 -1Hijos míos, guardaos de los espíritus del error y de la envidia. 2Ésta se adueña del pensamiento entero de los hombres y no les permite comer, beber ni practicar obra buena. 3La envidia sugiere en todo mo­mento la destrucción del objeto envidiado. Éste florece por doquier, pero el envidioso se marchita. 4Durante dos años afligí mi alma con ayu­nos por temor al Señor: comprendí que la liberación de la envidia sólo se procura por el temor de Dios. 5Si alguien se refugia en el Señor, huye de él el mal espíritu y su mente se torna más ágil. 6Desde ese momento simpatiza con el envidiado, no condena a los que le quieren bien y se ve así libre de la envidia.
4 -1Mí padre preguntaba continuamente por mí, porque me veía con un rostro entristecido, a lo que yo respondía:
—Me duele el hígado.
2Yo tenía más pena que nadie porque era el causante de la venta de José. 3Cuando bajamos a Egipto y él me mandó prender como espía, pensé que sufría justamente y no me apesadumbré. 4Pero José era hom­bre bueno y tenía el espíritu de Dios consigo. Era compasivo y miseri­cordioso, por lo que no me guardaba rencor, sino que me mostró su afecto como al resto de mis hermanos. 5Guardaos, pues, hijos míos, de toda clase de celos y envidias. Caminad con sencillez de espíritu, para que Dios derrame sobre vuestras cabezas gracia, gloria y bendición, como habéis visto en José. 6Nunca en su vida nos reprochó esta acción, sino que nos amó como a sí mismo, nos honró más que a sus propios hijos y nos concedió riquezas, rebaños y frutos de la tierra. 7 Hijos míos queri­dísimos, amad cada uno a vuestro hermano con corazón bondadoso y apartad de vosotros al espíritu de la envidia. 8Éste hace al alma salvaje, destroza el cuerpo, infunde en la mente ira y ardor guerrero, la exacerba hasta derramar sangre, pone al pensamiento fuera de sí y no permite que la sabiduría actúe en los hombres. Ahuyenta el sueño, agita al alma y hace temblar al cuerpo. 9Incluso durante el sueño, cierto deseo del mal le corroe con sus fantasías, perturba el alma con malos espíritus y estremece al cuerpo. El alma se despierta del sueño agitada y aparece así ante los hombres como poseedora de un espíritu malvado y ponzoñoso.
5 -1Como no habitaba en él ningún mal, era José de hermosa figura y bello de aspecto, pues el rostro traiciona la inquietud del espíritu.
2Hijos míos,
haced virtuosos vuestros corazones ante el Señor,
enderezad vuestros caminos ante los seres humanos
y hallareis gracia ante Dios y los hombres.
3Guardaos de la fornicación,
pues es ella la madre de todos los males,
aparta de Dios
y acerca a Beliar.
4He leído en el Libro de Henoc que vosotros y vuestros hijos pereceréis por la fornicación y que ellos intentarán hacer el mal a Leví con la espada. 5Pero no podrán nada contra él, pues peleará la batalla de Dios y vencerá a todos vuestros ejércitos. 6Subsistirán sólo unos pocos divi­didos entre Leví y Judá, y ninguno de vosotros logrará el mando, como lo profetizó mi padre Jacob en sus bendiciones.
6 - 1Ved que os lo he anunciado todo de antemano para quedar exo­nerado de vuestros pecados.
2Pero si erradicáis de vosotros la envidia y la dureza de corazón,
florecerán como una rosa mis huesos en Israel,
y mi carne como un lirio en Jacob;
mi aroma será como el del Líbano;
y los santos que de mí salgan
se multiplicarán para siempre como cedros,
y sus ramas se extenderán a gran distancia.
3Entonces perecerá el linaje de Canaán,
y a Amalec no le quedará ningún resto;
perecerán todos los capadocios,
y todos los heteos serán aniquilados.
4 Desfallecerá la tierra de Cam,
y todo ese pueblo perecerá.
Entonces descansará la tierra de turbación,
y de guerra todo lo que hay bajo el cielo.
5Entonces Sem será cubierto de gloria,
porque el Señor Dios, el grande de Israel,
aparecerá sobre la tierra [como un hombre]
salvando por sí mismo a Adán.
6Todos los espíritus del error serán pisoteados,
y los seres humanos reinarán sobre los malos espíritus.
7Entonces resucitaré con alegría
y alabaré al Altísimo por sus maravillas,
[porque Dios, tomando un cuerpo humano y comiendo con los hombres, los ha salvado].
7 -1Ahora, hijos míos, obedeced a Leví y a Judá. No os levantéis contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá la salvación de Dios. 2Porque el Señor suscitará de Leví como un sumo sacerdote, y de Judá un rey, [Dios y hombre]. Éste salvará [a todas las naciones y] al pueblo de Israel. 3Por ello os prescribo todas estas cosas, para que vosotros las transmitáis a vuestros hijos a fin de que las guarden por siempre.
8 -1Acabó Simeón de impartir estas recomendaciones a sus hijos y se durmió con sus padres a la edad de ciento veinte años. 2Sus hijos lo de­positaron en un ataúd de madera incorruptible para transportar luego sus huesos a Hebrón y, durante la guerra de Egipto, los llevaron allí oculta­mente. 3Pero los egipcios custodiaban los huesos de José en las cámaras de los reyes, 4pues los magos les habían dicho que, cuando salieran sus huesos, habría en Egipto oscuridad y tinieblas —un gran castigo para los egipcios—, tanto que ni aun con una antorcha podría cada uno reconocer a su hermano.
9 -1Los hijos de Simeón lloraron a su padre conforme a las leyes del duelo y permanecieron en Egipto hasta el día de su salida por mano de Moisés.


Apéndice

Expansión del texto eslavo (S1.2) tras TestSim 8,3 (texto de N. Tichonravov).

Escucha, pues, judío, lo que dice Simeón. He visto en los Libros de Henoc que vosotros y vuestros hijos os corromperéis por la fornicación. Es decir, que sin conocer al Hijo de Dios y dispersos entre las gentes pecarán contra Leví. Esto significa que a Jesucristo, sumo sacerdote según el orden de Leví, los judíos lo atravesaron con una lanza. Pero no podían contra Leví, ya que éste hace la guerra del Señor.
Confiesa, judío, considera la lucha del Señor, en cuanto que a él os habéis enfrentado. Obrando así habéis atado sobre la cruz a quien padecía por su propia voluntad, y lo colocasteis en la tumba, sellándola. Pero resucitó sin romper el sello y sin ningún tipo de corrupción, pues no pudo la tumba sellada retener a la divinidad, sino que, como dijo en su bendición nuestro padre Jacob profetizando, no les era posible (¿impedir?) que bendijera a los pueblos.
Continuó Simeón hablando a sus hijos, es decir, para liberar del pecado vuestras almas. Simeón, pues, profetiza y pone de manifiesto la llegada de Cristo. Con ello purifica su alma de todo tipo de mala acción de la estirpe de los hebreos . . . (es decir) si os apartáis de la envidia y del orgullo. Y luchó Simeón con sus hijos para alejarlos de la envidia y del orgullo, pero no pudo impedírselo, pues los judíos se llenaron de envidia y orgullo. Atando a Jesús, lo condujeron ante Pilato para ser juzgado. Pilato dijo: ―No hallo en él ninguna culpa.
Simeón dijo:
―Si os apartáis de la envidia y el orgullo, mis huesos florecerán como rosas, y como un lirio mi carne en Jacob; mi olor será un aroma maravilloso y se acrecentará como un cedro sagrado. Pues, ¿por qué se llama sagrado al cedro o por qué se santifica? Con los ojos de la sabiduría vieron los grandes patriarcas cómo Jesús era hijo de Dios y fue crucificado en ciprés, pino y cedro. Por esta razón recibió el cedro el nombre de santo. Mi palabra (permanece) por siempre, es decir, la profecía sobre Cristo, hasta el momento final de sus ramas, cuando se hagan grandes. Esto quiere decir que el nombre de Cristo se extenderá hasta los gentiles. Entonces habrá un signo glorioso, cuando el Señor, Dios grande, se manifieste sobre la tierra como un hombre salvando a Adán. Considera cómo salvará a Adán por sí mismo, porque Adán era el primer hombre y había caído transgrediendo el mandamiento divino. Por ello Dios se hizo hombre, tomando su carne de una virgen, salvando por sí mismo la naturaleza y al hombre. Levantó a Adán. Entonces dijo:
―Se le darán todos los espíritus del error para su tentación, mas los hombres se enseñorearán de los malos espíritus.
Y, cuando la ascensión del Señor, envió su Santo Espíritu sobre los santos ángeles y les concedió poder y fuerza, y por las palabras del Señor expulsarán a los espíritus del error. Por esto nosotros hasta hoy mantenemos en (nuestras) manos los huesos sagrados. Por obra del Espíritu Santo las almas impuras (es decir, los espíritus impuros) se disipan como el homo. Entonces dijo:
―Entonces yo resucitaré con alegría y bendeciré al Altísimo por sus maravillas. Considerad el estruendo de la fuerza, cuando tembló la tierra al ser crucificado el Señor. Las tumbas se abrieron; los muertos resucitaron y bendecían todos al Altísimo por sus maravillas, tal como dijo el Señor, que se encarna, como con los hombres y los salva.
Entonces dijo (Simeón):
―Obedeced a Leví; en Judá seréis redimidos. No os levantéis contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá para vosotros la salvación de Dios. Dios suscitará de Leví como un sumo sacerdote, y de Judá, un rey y hombre. Éste salvará a las tribus de Israel y a todos los hombres. Considera, desgraciado, que el Señor os suscitará un sumo sacerdote de Leví. El Señor ha dicho uno como sumo sacerdote, porque lo revistió con la carne, y era como sacerdote según (el orden) de Leví. Así pues, (lo) dijo a todos los pueblos y a las tribus de Israel. Entonces muchos israelitas se salvaron de entre ellos. De los más altos apóstoles había doce . . . y nueve de los discípulos . . . y otros muchos, sin número, quedaron santificados al creer en Dios. Vosotros (por el contrario), desgraciados, seréis dispersados entre todas las gentes con insultos, malos tratos y oprobio.
―Por ello –dijo– os ordeno esto a vosotros, hijos, para que transmitáis a vuestros hijos (todo) lo que os he mostrado, a fin de que lo guardéis por (todas) vuestras generaciones. Así dije.



TESTAMENTO DE LEVÍ

Sobre el sacerdocio y el orgullo

1 -1Copia de las palabras de Leví, de cuanto ordenó a sus hijos antes de su muerte, de todo lo que habían de hacer y cuanto les acontecería hasta el día del juicio. 2Gozaba aún de buena salud cuando los convocó a su presencia, pues le había sido revelado que iba a morir. Cuando se congregaron les habló así:
2 -1—Yo, Leví, fui concebido en Hanán y nací allí mismo; después vine con mi padre a Siquén. 2Era joven, como de unos veinte años, cuando Simeón y yo tomamos venganza de Emmor por nuestra hermana Dina. 3Cuando pastoreábamos nuestros rebaños en Abelmaul, vino sobre mí el espíritu de la sabiduría del Señor y contemplé cómo todos los hombres habían corrompido su camino y cómo la maldad se había construido (en­tre ellos) sus baluartes y la impiedad tenía su asiento en sus torres. 4Sentí tristeza por el género humano y rogué al Señor (que me indicara) cómo podría salvarme. 5Cayó entonces sobre mí un sueño y contemplé una montaña elevada. [Era ésta el Monte del Escudo en Abelmaul]. 6Se abrieron entonces los cielos, y un ángel de Dios me dijo:
—Leví, entra.
7Subí desde el primer cielo al segundo y vi una masa de agua colgante entre éste y aquél. 8Vi luego el tercer cielo, mucho más iluminado y brillante que los otros dos, pues había en él una luz ilimitada. 9Pre­gunté al ángel.
—¿Por qué es esto así?
Me respondió:
—No te admires de ello: cuando hayas subido más, verás otros cua­tro cielos más brillantes y puros (que éstos).
10Estarás cerca del Señor,
serás su servidor,
anunciarás sus misterios a los hombres
y proclamarás la redención futura de Israel.
[11A través de ti y de Judá aparecerá el Señor entre los hombres, sal­vando a todo el género humano.]
12Tu subsistencia provendrá de la porción del Señor; él será para ti campo, viña, frutos, oro y plata.
3 -1Oye ahora (lo que voy a decirte) sobre los siete cielos. El más bajo es el más triste, ya que contempla todas las injusticias de los hom­bres. 2El segundo contiene fuego, nieve y hielo, preparados para el día en que el Señor dé la orden, en el curso del justo juicio de Dios. En él se hallan todos los espíritus que conducen a los impíos a su castigo. 3En el tercero se encuentran las fuerzas de los ejércitos, dispuestas en el día del juicio a tomar venganza de los espíritus del error y de Beliar. Los que están en el cuarto cielo, sobre éstos, son santos. 4En el más alto de todos habita la Gran Gloria, en el Santo de los Santos superior a toda Santi­dad. 5En el siguiente cielo se hallan los ángeles de la presencia del Señor, sus servidores, que interceden ante el Señor por todos los pecados de los justos cometidos inadvertidamente. 6Ofrecen al Señor un sacrificio de suave olor, una ofrenda razonable y sin sangre. 7En el de más abajo se encuentran los ángeles que llevan las respuestas a sus compañeros de la presencia de Dios. 8En el siguiente se hallan los tronos y dominacio­nes, y se entonan himnos a Dios continuamente, 9pues cuando el Señor dirige su mirada hacia nosotros, todos nos conmocionamos. También los cielos, la tierra y los abismos tiemblan en presencia de su grandeza. 10En cambio, los hijos de los hombres insensibles a todo esto no perciben esa realidad, pecan e irritan al Altísimo.
4 -1Sábete, pues, que el Señor juzgará a los humanos porque,
aunque se hiendan las piedras,
se torne el sol en tinieblas,
se sequen las aguas,
se enfríe el fuego,
se turbe toda la creación.
queden aniquilados los espíritus inmortales
[y el Hades sea despojado por los padecimientos del Altísimo],
los seres humanos, desobedientes, continuarán en su maldad.
Por ello serán castigados en el juicio.
2El Altísimo ha oído tu plegaria
para apartarte de la maldad,
para que seas su hijo, siervo y ministro ante él.
3Tú harás brillar en Jacob la luz resplandeciente de la sabiduría,
y serás como el sol para toda la descendencia de Israel.
4Dios te dará su bendición, a ti
y a tu descendencia, hasta que el Señor visite
a todas las naciones [por medio de las entrañas
de misericordia de su hijo] para siempre.
[Pero tus hijos pondrán sus manos sobre él y lo empalarán.]
5Por esto te ha sido dada voluntad e inteligencia,
para que sobre ello puedas instruir a tus hijos,
6porque el que lo bendiga bendito será,
y los que lo maldigan perecerán.
5 -1El ángel me abrió entonces las puertas del cielo y vi el templo santo y al Altísimo sobre un trono de gloria. 2Me dijo entonces:
—Leví, a ti te he entregado las bendiciones del sacerdocio hasta que venga yo para habitar en medio de Israel.
3Entonces el ángel me condujo a tierra, me dio un escudo y una es­pada y me dijo:
—Toma venganza de Siquén por lo de Dina; yo estaré contigo, por­que el Señor me ha enviado.
4Acabé entonces con los hijos de Emmor tal como está escrito en las tablas celestiales. 5Le pregunté:
—Por favor, señor, dime tu nombre, para que pueda invocarte en tiempos de tribulación.
6Me respondió:
—Yo soy el ángel que intercede por el pueblo de Israel para que no acaben con él, ya que todos los espíritus malvados se lanzan contra él.
7Luego me desperté y alabé al Altísimo con el ángel que intercede por el pueblo de Israel y por todos los justos.
6 -1Cuando me dirigía a casa de mi padre encontré un escudo bron­cíneo. De aquí le viene el nombre de «Escudo» a esa montaña que está cerca de Gebal, a la derecha de Abilá. 2Yo guardaba todas estas cosas en mi corazón. 3Tomamos la determinación mi padre, mi hermano Rubén y yo de que éste dijera a los hijos de Emmor que se circuncidaran, pues ardía en celo sagrado a causa de la impiedad que habían cometido con Israel. 4Maté primero a Siquén, y Simeón, a Emmor. 5Luego vinieron mis hermanos y pasaron la ciudad a filo de espada.
6Mi padre oyó lo ocurrido, se irritó y se entristeció, puesto que habían recibido la circuncisión para morir luego. (Por eso) procedió de otra manera en sus bendiciones. 7Pecamos, pues obramos contra su vo­luntad. En aquel día me puse enfermo. 8Pero yo había visto que había una sentencia condenatoria de Dios contra Siquén, ya que pretendían hacer con Sara lo mismo que con Dina, nuestra hermana. Pero el Señor se lo impidió. 9Del mismo modo habían perseguido a Abrahán nuestro padre, cuando residía entre ellos como forastero, e hicieron daño a sus ovejas cuando estaban preñadas, y a Jeblé, el siervo nacido en casa, lo maltrataron terriblemente. 10Así obraban con todos los extranjeros, apode­rándose por la fuerza de sus mujeres y expulsándolos del país. 11Pero la ira de Dios cayó sobre ellos con todas sus consecuencias.
7 -1Hablé así a mi padre:
—No te irrites, señor, porque el Señor aniquilará por tu mano a los cananeos y te dará su tierra, a ti y a tu descendencia. 2Desde hoy Siquén se llamará la ciudad de los necios, porque como uno se burla de un tonto, así nos burlamos de ellos, 3ya que habían cometido una locura con Israel: profanar a nuestra hermana.
4Tomamos a nuestra hermana, levantamos nuestras tiendas y fuimos a Betel.
8 -1Cuando pasaron setenta días tuve allí una visión como antes. 2Vi a siete hombres, vestidos de blanco, que me decían:
—Levántate; cúbrete con la vestidura sacerdotal, la corona de la justicia, el pectoral de la sabiduría, el manto de la verdad, la diadema de la fe, la mitra del signo y el efod de la profecía.
3Cada uno de ellos llevaba un objeto, me lo colocaron y me dijeron:
—Desde ahora eres sacerdote del Señor, tú y tu descendencia para siempre.
4El primero me ungió con óleo sagrado y me dio el cetro del juicio. 5 El segundo me lavó con agua pura, me alimentó con pan y vino sacra­tísimos y me cubrió con un vestido santo y glorioso. 6El tercero me tocó con un paño de lino parecido a un efod. 7El cuarto me ciñó con un cinturón de color semejante a la púrpura. 8El quinto me dio una rama de fecundo olivo. 9El sexto me rodeó la cabeza con una corona. 10El séptimo me ciñó la diadema sacerdotal; me llenó, además, las manos de incienso para oficiar ante el Señor.
11Me dijeron todos:
—Leví: tu descendencia será dividida en tres funciones, como signo de la gloria del Señor que ha de venir. 12La primera será una porción grande: más que ella no habrá ninguna. 13La segunda será el sacerdocio. 14La tercera recibirá un nombre nuevo, porque surgirá de Judá como rey [que creará un nuevo sacerdocio según el estilo de los pueblos para todas las gentes. 15Su venida es impredecible, como propia de un profeta del Altísimo], venido de la estirpe de Abrahán, nuestro padre. 16Todo lo apetecible que hay en Israel será para ti y tu descendencia; comerás todo lo hermoso de aspecto, y tu descendencia se repartirá la mesa del Señor. 17De ella saldrán sumos sacerdotes, jueces y escribas; con su boca cus­todiarán el santuario.
18Me desperté y comprendí que esta visión era semejante a la ante­rior. 19Guardé todo ello en mi corazón y no se lo comuniqué a ningún ser humano sobre la tierra.
9 -1Dos días después subimos Judá y yo con nuestro padre a visitar a Isaac. 2Mi abuelo me bendijo según lo que se me había prometido en las visiones, pero no quiso venir con nosotros a Betel. 3Cuando llegamos allí, mi padre Jacob tuvo una visión sobre mí: que yo sería su sacerdote ante Dios. 4Levantándose de mañana, ofrendó al Señor por mi medio el diezmo de todo. 5Llegamos a Hebrón para morar allí: 6Isaac me exhor­taba continuamente a tener siempre presente la ley del Señor, tal como me indicó el ángel del Señor. 7Él me enseñó también las disposiciones del sacerdocio, de los sacrificios, holocaustos, primicias, sacrificios volun­tarios y pacíficos. 8Me instruía cada día continuamente y andaba ocu­pado ante el Señor por mi causa. 9Me decía:
—Guárdate, hijo, del espíritu de la fornicación, pues es perseverante y va a profanar el santuario por medio de tu descendencia. 10Toma mujer en tu juventud, irreprochable y sin mancilla, y que no proceda de estirpes extranjeras. 11Báñate antes de entrar en el santuario, y al momento de sacrificar, lávate, y cuando de nuevo profanes la ofrenda, lávate otra vez. 12Ofrece al Señor (la leña de) doce árboles de hoja perenne, como me enseñó Abrahán a mí. 13Ofrece sacrificios al Señor de todo animal y volátil puro. 14Ofrece las primicias de todo primogénito y del vino. Sazo­narás todos los sacrificios con sal.
10 -1Guardad, pues, hijos, todo cuanto os ordeno, porque os he comunicado lo que he oído de mis padres. 2Inocente soy de vuestras impiedades y prevaricaciones que cometeréis al final de los tiempos [contra el Salvador del mundo], actuando impíamente, haciendo errar a Israel y acarreándole grandes males de parte del Señor. 3Actuaréis tan malvada­mente en Israel, que Jerusalén no podrá resistir ante vuestra maldad, [se rasgará en dos la cortina del templo con tal de no cubrir vuestra desver­güenza], 4seréis desperdigados como cautivos entre los gentiles y servi­réis de oprobio, maldición y desprecio. 5La casa que se elegirá el Señor ha de llamarse Jerusalén, como se halla escrito en el libro de Henoc, el justo.
11 -1Tomé mujer cuando tenía veintiocho años; su nombre era Melca. 2Concibió, parió un hijo y le puso por nombre Gersán; porque éramos extranjeros en nuestra propia tierra. 3Vi en visión sobre él que no habría de estar entre los primeros. 4Kaat nació cuando tenía yo treinta y cinco años, hacia la puesta del sol. 5Vi de él en visión que estaba en lo alto, en medio de toda la asamblea. 6Por ello le llame Kaat [que sig­nifica comienzo de la grandeza y del avance]. 7Melca me parió un tercer hijo, Merarí, en el año cuadragésimo de mi vida. Como su madre tuvo dificultades en el alumbramiento, le llamó Merarí, que significa «mi amar­gura»; [él, ciertamente, murió]. 8Jokábed nació en Egipto en el año sexagésimo cuarto de mi vida, pues gozaba de renombre entonces entre mis hermanos.
12 -1Gersán tomó mujer, que le parió a Lomrí y a Semeí. 2Los hi­jos de Kaat fueron: Ambrán, Isaar, Hebrón y Oziel. 3Los de Merarí se llamaron Moolí y Omusí. 4En el año nonagésimo cuarto de mi vida tomó Ambrán a Jokábed, mi hija, como mujer (en el mismo día habían nacido él y mi hija). 5Ocho años tenía cuando entré en tierra de Canaán; dieci­ocho cuando maté a Siquén, diecinueve cuando fui consagrado sacerdote, y veintiocho cuando tomé mujer; con cuarenta años entré en Egipto. 6Vosotros sois, hijos míos, la tercera generación. 7Cuando yo tenía ciento dieciocho años, murió José.
13 -1Hijos míos, esto os mando ahora:
temed a nuestro Señor con todo el corazón;
caminad con sencillez de acuerdo con su ley.
2Enseñad a leer a vuestros hijos,
para que tengan sabiduría durante toda su vida,
leyendo sin descanso la ley de Dios.
3Porque todo aquel que conoce la ley del Señor, tendrá honra;
no será un extraño allá donde vaya.
4Conseguirá en verdad muchos amigos, más que sus padres.
Muchos hombres anhelarán ser su servidor
y escuchar la ley de sus labios.
5Obrad la justicia, hijos míos, sobre la tierra,
y la hallaréis en los cielos.
6Sembrad el bien en vuestras almas,
para que lo encontréis en vuestras vidas.
Pues, si sembráis el mal,
cosecharéis inquietud y tribulación.
7Adquirid diligentemente la sabiduría con el temor de Dios.
Porque, aunque os conduzcan a la esclavitud,
destruyan las ciudades y sus tierras,
perezcan el oro, la plata y todas las riquezas,
nadie podrá arrebatar al sabio la sabiduría,
salvo la ceguera de la impiedad y la obstinación pecaminosa.
8La sabiduría será para él luz entre los enemigos,
patria en tierra extraña y amiga en medio de los adversarios.
9Si enseñas esto y lo pones en práctica,
te sentarás en el trono con los reyes,
como José nuestro hermano.
14 -1Hijos, sé por el libro de Henoc que al final pecaréis contra el Señor, lanzando vuestras manos a toda clase de maldad. Pero vuestros hermanos se avergonzarán de vosotros y os convertiréis en oprobio a los ojos de los gentiles. [2Vuestro padre Israel estará limpio de las impie­dades de los sumos sacerdotes, quienes pondrán sus manos sobre el salva­dor del mundo]. 3El cielo es más puro que la tierra; y vosotros, las lu­minarias de Israel, sois como el sol y la luna. 4¡Qué no harán los gentiles si la impiedad os convierte en tinieblas y atraéis la maldición sobre vues­tra raza... sobre la que brilla la luz de la ley, otorgada a vosotros para iluminación de todos los mortales! ¡Ésta es la que pretendéis aniquilar enseñando mandamientos contrarios a los preceptos de Dios! 5Saquearéis las ofrendas del Señor, robaréis de sus porciones, os apropiaréis de lo más selecto antes del sacrificio, devorándolo luego con prostitutas, llenos de desprecio (por la ley divina). 6Enseñaréis por avaricia los manda­mientos del Señor, profanaréis a las mujeres casadas, mancharéis a las vírgenes de Jerusalén y os uniréis a prostitutas y adúlteras. Tomaréis como mujeres a las hijas de los gentiles, purificándolas con una purificación ilegal, y vuestra unión será como las de Sodoma y Gomorra, por la impiedad. 7Os hincharéis de orgullo por vuestro sacerdocio, insolentándoos contra los hombres. Y no sólo eso, sino incluso contra los manda­mientos de Dios; 8llenos de orgullo, os burlaréis de lo santo entre risas y desprecio.
15 -1Por todo ello, el templo que se elegirá el Señor quedará de­sierto y profanado; vosotros seréis conducidos a la esclavitud entre las naciones. 2Seréis para ellos abominación, y el justo juicio de Dios os con­denará a oprobio y vergüenza eternos 3y todos los que os vean huirán de vosotros. 4Si no fuera por Abrahán, Isaac y Jacob, nuestros antepasados, ni uno sólo de mi descendencia quedaría sobre la tierra.
16 -1He leído en el libro de Henoc que andaréis errantes durante setenta semanas y que mancharéis el sacerdocio y profanaréis los sacrificios. 2Alteraréis la ley y despreciaréis las palabras de los profetas. Por vuestra mala conducta perseguiréis a los justos y odiaréis a los piadosos, abominando las palabras de quienes profieren la verdad. 3[Al hombre que renovará la ley por la potencia del Altísimo lo tacharéis de impostor y al final —tal como lo pensasteis— lo mataréis sin llegar a conocer su dignidad, permitiendo, por vuestra maldad, que se derrame sangre ino­cente sobre vuestras cabezas]. 4Por su causa quedará desierto vuestro santuario, impuro hasta el suelo. 5No habrá lugar vuestro que sea puro. Diseminados entre los gentiles, seréis para ellos una maldición hasta que él os visite de nuevo y, lleno de compasión, os reciba [en la fe y en el agua].
17 -1Ya que habéis oído lo de las setenta semanas, escuchad ahora lo del sacerdocio. 2En cada jubileo habrá un sacerdocio. En el primero, el primer ungido para el sacerdocio será grande y hablará con Dios como con un padre, y su sacerdocio será perfecto con el Señor. [Y en el día de su alegría resucitará para salvación del mundo.] 3En el segundo jubi­leo, el ungido será presa del dolor por los amados, pero su sacerdocio será honorable, y todos le honrarán. 4El tercer sacerdote será recibido con tristeza. 5El cuarto vivirá entre dolores, porque la maldad se amon­tonará sin límites contra él, pues todos los habitantes de Israel odiarán a su prójimo. 6El quinto será recibido en momento de tinieblas; 7de igual modo, el sexto y el séptimo. 8Durante su época habrá tal profana­ción, que no puedo hablar de ella ante Dios ni ante los hombres: ellos, que la cometen, lo sabrán. 9 Por esto se verán sometidos a la esclavitud y al pillaje; su tierra y su hacienda desaparecerán. 10Pero en la quinta semana volverán a su tierra desolada y reedificarán la casa del Señor. 11En el séptimo vendrán sacerdotes idólatras, pendencieros, codiciosos, soberbios, impíos, licenciosos y corrompedores de muchachos y animales.
18 -1Después que el Señor haya tomado venganza de ellos se inte­rrumpirá el sacerdocio.
2Entonces suscitará el Señor un sacerdote nuevo,
a quien serán reveladas todas las palabras del Señor.
Él juzgará rectamente en la tierra durante muchos días.
[3Su estrella se levantará en el cielo como un rey, brillando como luz del conocimiento al igual que el sol durante el día, y será ensalzado en el mundo hasta su recepción.]
4Brillará como el sol en la tierra,
eliminará todas las tinieblas bajo el cielo,
y habrá paz en todo el mundo.
5Los cielos se regocijarán en sus días,
y la tierra se alegrará.
Las nubes exultarán;
el conocimiento del Señor se verterá sobre la tierra
como agua de los mares;
y los ángeles de la gloria [de la faz del Señor]
se alegrarán en él.
[6Los cielos se abrirán] y desde el templo glorioso bajará sobre él la santificación con la voz del Padre, como la de Abrahán a Isaac.
7Le será concedida la gloria del Altísimo, y el espíritu de sabiduría y santidad reposará sobre él [en agua].
8Él transmitirá a sus verdaderos hijos la grandeza del Señor por siempre,
y no tendrá otro sucesor de generación en generación eternamente.
9Durante su sacerdocio, los pueblos gentiles de la tierra abundarán en conocimiento
y se verán iluminados por la gracia del Señor.
[Pero Israel disminuirá por la ignorancia y se llenará de tinieblas en su duelo.]
Durante su sacerdocio se eliminará el pecado, y los impíos cesarán de obrar el mal.
[Pero los justos encontrarán descanso en él.]
10Él abrirá ciertamente las puertas del paraíso y apartará de Adán la espada amenazante.
11A los santos dará a comer del árbol de la vida, y el espíritu de la santificación estará sobre ellos.
12Él atará a Beliar
y dará poder a sus hijos para pisotear a los malos espíritus.
13El Señor se regocijará en sus hijos
y pondrá sus complacencias en sus amados para siempre.
14Entonces exultarán Abrahán, Isaac y Jacob. Yo me alegraré también y todos los santos se revestirán de alegría.
19 -1Ahora, hijos míos, escuchad esto: escoged vosotros mismos entre la oscuridad y la luz; entre la ley del Señor y las obras de Beliar.
2Respondimos todos a nuestro padre:
—Caminaremos delante del Señor, según su ley.
3Añadió nuestro padre:
—Testigos son el Señor y sus ángeles; testigo yo y todos vosotros de las palabras de mi boca.
Respondimos:
—Testigos somos.
4Y así acabó nuestro padre de dar órdenes y recomendaciones a sus hijos; extendió sus pies y se unió a sus padres tras haber vivido ciento treinta y siete años. 5Le colocaron en un ataúd, y posteriormente lo en­terraron en Hebrón al lado de Abrahán, Isaac y Jacob.


Apéndices

I

4Q 213 TestLeva

Es éste un fragmento arameo, hallado en Qumrán, que muestra un doble paralelo. Por un lado, la plegaria de Leví (primera columna) es semejante a la expansión del ms. e a TestLev 2,3; por otro lado, la segunda columna tiene notables puntos de contacto con la tradición de TestLev 2,3-6. El texto ha sido editado por J. T. Milik, Le Testament de Lévi en araméen
Columna primera:
1-7 (vacat)
8 . . . . alcé al cielo
9 . . . . los dedos de mis manos y mis brazos
10 . . . hablé (así) Señor, tú
11 . . . tú sólo sabes
12 . . . camino de la verdad. Aparta
13 . . . maldad; fornicación . . .
14 . . . sabiduría, inteligencia y fortaleza
15 . . . (para) hallar gracia ante ti
16 . . . lo que es bueno y hermoso ante ti
17 . . . no permita que domine sobre mí mi enemigo (¿Satán?)
18 . . . Acércame, Señor, a ti . . .
Columna segunda:
1-7 (vacat)
8 la plegaria de tu siervo . . .
9 juicio verdadero . . .
10 el hijo de tu siervo . . .
11 partí hacia . . .
12 mi padre Jacob y . . .
13 de Abelmain (= Abelmaul). Luego . . .
14 descansé sentándome . . .
15 vi entonces una visión . . .
16 al verla. Contemplé el cielo . . .
17 . . . (Un monte = TestLev 2,5) se levantaba hasta que tocó el cielo . . .
18 las puertas del cielo. Y un ángel . . .


II

A continuación ofrecemos dos adiciones del ms. e a TestLev 2,3 y 18,2. En este último damos prioridad al texto griego y sólo imprimimos los correspondientes fragmentos arameos (y siríaco) cuando aparecen sin paralelo griego. Ambas tradiciones proceden probablemente de un original perdido, quizá hebreo, pues dan la impresión de ser independientes entre sí, como prueban sus diversas corrupciones internas. La versión aramea es normalmente más insegura desde el punto de vista crítico. Como textos base utilizamos los impresos en los apéndices III y siguientes de la edición crítica de Charles (1908), junto con el de De Jonge.


1. Expansión del ms. e a TestLev 2,3

1Lavé entonces mis vestidos, los purifiqué en agua limpia, 2me lavé todo entero en agua viva e hice que mi comportamiento fuera totalmente recto. 3Levanté entonces mis ojos y mi rostro hacia el cielo, abrí mi boca y pronuncié unas palabras. 4Extendí mis brazos y mis dedos hacia la verdad, formulé una plegaria y dije ante los santos:
5—Señor, conoces todos los corazones y tú sólo percibes los pensamientos de la mente. 6Mis hijos están ahora conmigo: concédeme los caminos de la verdad. 7Aleja de mí, Señor, el espíritu injusto y el pensamiento malvado y aparta de mí la fornicación y la ira. 8Muéstrame, Señor, el Espíritu Santo y otórgame buen consejo, sabiduría y conocimiento 9para obrar lo que te agrada, hallar gracia ante ti y alabar las palabras que tú me dirijas. 10Que Satanás no tenga fuerzas para apartarme de tu camino. 11Apiádate de mí y acércame a ti para que sea tu siervo y te sirva fielmente. 12Rodéeme la muralla de tu paz y protéjame todo mal el refugio de tu poder. 13Otórgamelo (?) . . . y borra la impiedad bajo el cielo y acaba con ella en la faz de la tierra. 14Limpia mi corazón, Señor, de toda impureza y me elevaré hacia ti (?). 15No apartes tu rostro del hijo de tu siervo Jacob. Tú, Señor, bendijiste a Abrahán, mi padre, y a Sara, mi madre. 16Tú prometiste darles una descendencia justa y bendita por siempre. 17Oye la voz de tu siervo Leví, que quiere estar cerca de ti. 18Haz partícipes de tus palabras a mí y a mis hijos eternamente, para que juzguemos con rectitud por siempre, y no apartes nunca de tu rostro al hijo de tu siervo.
Guardé silencio mientras continuaba (interiormente) mi súplica.


2. Fragmentos arameos de la “Genizah” de El Cairo (TestLev 18,2)

4. . . Paz, y todo lo más deseable de las primicias de la tierra (sirva para ti como) alimento. Mas al reino de la espada (pertenecen) pelea, guerra, batalla, desastre, rabia, matanza y hambre. 5Unas veces podrás comer, y otras pasarás hambre. En unos momentos trabajarás, y en otros descansarás. Unas veces dormirás, y otras huirá el sueño de tus ojos. 6Considera ahora cómo te ha hecho mayor que todos y cómo te otorgamos la grandeza de la paz eterna. 7Pasaron dos semanas cuando desperté de mi sueño. Entonces dije: “Una visión es igual a la otra”. Y me admiré que toda la visión se refiriera a mí.
Entonces oculté todo en mi corazón y no se lo revelé a nadie. 8Subimos a casa de mi padre Isaac, y también él me bendijo del mismo modo. 9Entonces cuando vio Jacob . . . ofreció el diezmo de todo cuanto poseía según el rito (que había formulado) . . . así fui el primero al frente del sacerdocio, (por lo que) a mí (como único) entre todos mis hermanos me entregó una ofrenda . . . para Dios. Me revistió con las vestiduras sacerdotales y colmó mis manos (de dones). Fui constituido sacerdote del Dios eterno (?). Ofrecí todos mis sacrificios y bendije a mi padre con todas mis fuerzas, y también a mis hermanos. 10Entonces todos ellos me bendijeron a mí. También (nuestro) padre me bendijo, y terminé de ofrecer mis ofrendas en Betel.


3. Expansión del ms. e (griego) a TestLev 18,2

11Subimos desde Betel y nos alojamos en la hacienda de Abrahán, nuestro abuelo, junto a Isaac, nuestro padre. 12Éste nos vio a todos y nos bendijo con alegría. 13Cuando supo que yo oficiaba como sacerdote del Señor, dueño del cielo, comenzó a enseñarme las leyes del sacerdocio. Me habló así:
14—Hijo Leví, guárdate de toda impureza. Tus derechos son superiores a los de todo ser humano. 15Te anuncio ahora la norma verdadera y no te ocultaré absolutamente nada, sino que te instruiré. 16Guárdate de todo contacto carnal, de toda impureza y fornicación. 17Toma para ti una mujer de mi estirpe y no profanes tu linaje con prostitutas. Pues tú procedes de linaje santo . . . santifica tu linaje . . . tú serás sacerdote santo para el linaje de Abrahán. 18Estás cerca del Señor y de su santuario; mantente limpio en tu cuerpo de toda impureza humana. 19Cuando penetres en el santuario, báñate primero con agua y cúbrete luego con la vestidura sacerdotal. 20Cuando te hayas revestido, lávate de nuevo las manos y los pies antes de acercarte al altar con las ofrendas. 21Cuando vayas a ofrecer los dones que conviene presentar sobre el altar, lávate de nuevo las manos y los pies. 22Ofrece en primer lugar la leña partida, observando de antemano que se halle limpia de impureza.
23Me indicó doce clases de madera, para ofrecerlas sobre el altar, que producen humo de suave fragancia. 24Éstos son sus nombres: cedro, lauro (?), lentisco, abeto, pino, fresno (?), sabina (?), higuera, ciprés, laurel y bálsamo. 25Estas especies nombró, porque son las que deben colocarse bajo el holocausto sobre el altar. Cuando el fuego comience a prender en ellas, vierte la sangre sobre los costados del altar. 26Lávate otra vez, eliminando la sangre de tus manos y pies. Luego comienza a ofrecer los miembros salados. 27Presenta primero la cabeza y cúbrela con grasa, de modo que no se vea sangre sobre ella. 28Después, el cuello; luego, las paletillas, y posteriormente, el pecho con los costados. Más tarde, la cadera con el espaldar. Finalmente, las pezuñas bien limpias, con las entrañas. 29Todo bien salado, abundantemente, como conviene a cada una. 30Posteriormente ofrece harina mezclada con aceite; vierte vino y haz humear encima el incienso. Ejecuta tu tarea ordenadamente, y sea tu ofrenda aceptable y de buen aroma ante el Señor Altísimo. 31Cuanto hagas, ejecútalo con orden, según peso y medida. No añadas lo que no convenga . . . así es como conviene ofrecer la leña sobre el altar. 32Para un toro de buen tamaño es necesario un talento de leña; mas cuando se ofrece sólo grasa, seis minas. Para el segundo toro, cincuenta minas; pero si se trata sólo de su grasa, cinco. 33Para un ternero de buen tamaño, cuarenta minas. 34Si se trata de un carnero o de un macho cabrío, treinta minas, y para la grasa, tres. 35Si es un cordero o cabrito, veinte minas, y para su grasa, dos. 36Para un cordero o cabrito añales, de buen tamaño, quince minas, y para su grasa, mina y media. 37El toro grande ha de recibir suficiente sal como para que resulte bien sazonada su carne. Luego ofrécelo sobre el altar. Una medida basta para un toro. Lo que sobre aprovéchalo para salar la piel. 38Para el segundo toro toma cinco sextas partes de la medida, y para el novillo, la mitad. 39Para el carnero y macho cabrío, también la mitad. 40Para el cordero y cabrito, un tercio junto con la harina correspondiente. 41Para el toro grande y para el segundo, junto con el novillo, toma una medida de harina. 42Para el carnero y macho cabrío, dos partes, y para el cordero y cabrito, un tercio de la medida. El aceite: 43un tercio de medida para el toro, mezclado con la harina. 44Para el carnero, una sexta parte, y para el cordero y oveja, una octava. El vino para el toro y el carnero se expenderá conforme a la cantidad del aceite; para el cabrito líbalo con generosidad. 45Para el toro toma seis siclos de incienso; la mitad para el carnero, y para el cabrito, un tercio. Que toda la harina sea amasada. 46Si la ofreces sola, no sobre la grasa, la acompañarás con dos siclos de incienso. Un tercio de medida es un tercio del efá. 47Dos tercios de bato y una mina de peso son cincuenta siclos. La cuarta parte de un siclo es cuatro termas de peso. El siclo es como dieciséis termas y una medida de peso.
48—Ahora, hijo mío, escucha mis palabras y presta oído a mis recomendaciones. Que no se aparten mis palabras de tu corazón durante toda tu vida, pues eres sacerdote santo del Señor, 49y sacerdotes serán tus descendientes. Ordena a tus hijos que obren conforme a las normas que hoy te he señalado. 50Así me ordenó hacer mi padre Abrahán y transmitirlo a mis hijos. 51Ahora, hijo mío, me alegro que hayas sido escogido para el sacerdocio santo y para ofrecer sacrificios al Señor Altísimo, tal como conviene según lo ordenado. 52Cuando recibas un presente (de cualquier tipo de carne para ofrendarlo en sacrificio al Señor), acepta la leña según el orden que te he prescrito, e igualmente recibe de las manos de aquéllos la sal, harina, vino e incienso para las víctimas. 53En todo momento, cuando te acerques al altar, lava tus manos y tus pies; cuando salgas del santuario, no dejes que queden rastros de sangre sobre tus vestiduras. No enciendas fuego en el mismo día (?). 54Limpia continuamente tus manos y pies de (cualquier resto) de carne. 55Que no se vean sobre ti restos de sangre y vida (?), pues la sangre es la vida de la carne. 56Cuando te dispongas en tu casa a comer algo de carne, oculta su sangre en la tierra antes de ingerirla: así no comerás nunca sangre. 57De este modo me lo ordenó mi padre Abrahán, y así lo he encontrado, sobre la sangre, en las escrituras de Noé. 58Hijo mío querido, te aseguro que tu padre te ama especialmente y que eres santo del Señor Altísimo. Serás más amado que todos tus hermanos. 59Por tu descendencia se recibirán bendiciones en la tierra, y tu linaje será inscrito por siempre en el memorial del libro de la vida. 60Tu nombre y el de tu linaje no será borrado de él jamás. 61Hijo mío, Leví, tu linaje será bendito sobre la tierra por todas las generaciones.
62Al cumplirse en mi vida cuatro semanas de años, cuando tenía, pues, veintiocho, tomé mujer del linaje de Abrahán, mi padre. Su nombre era Melca, hija de Batuel, el hijo de Labán, hermano de mi madre. 63Concibió de mí, parió un primer hijo, y le puse por nombre Gersán, pues me dije: Forastero será mi linaje en la tierra donde nací. 64En una visión vi que el niño y su linaje serían apartados del sacerdocio. 65Treinta años tenía yo cuando nació él, en el mes décimo, hacia la puesta del sol. 66Concibió de nuevo Melca y, tras el tiempo oportuno de gestación, parió un hijo, a quien puse por nombre Kaat. 67Cuando nació, vi que en él habrían de congregarse todos los pueblos, que poseería el sumo sacerdocio y que él y su linaje tendrían el señorío sobre reyes y el sacerdocio en Israel. 68Kaat nació cuando yo tenía treinta y cuatro años, en el primer mes, el día primero, a la salida del sol. 69Me uní de nuevo con Melca, que concibió y me parió un tercer hijo, a quien llamé Merarí, pues sufrí por él.
70 (Arameo sólo). En el año cuadragésimo de mi vida dio a luz, en el tercer mes. 71Me uní a ella otra vez, concibió y me parió una hija, y le puse por nombre Jokébed. (Me) dije: “Me ha parido (esta hija) para mi honra, pero también me la ha alumbrado para gloria de Israel”. 72En el año sexagésimo cuarto de mi vida (la) alumbró, en el primer día del mes séptimo después de nuestra subida a Egipto. 73En el año decimosexto entramos a la tierra de Egipto. A mis hijos les fueron entregadas como esposas las hijas de mis hermanos, quienes, en su momento, les parieron hijos. 74Los nombres de los hijos de Gersán son: Libní y Simeí; y los de los hijos de Kaat son: Amram, Jizhar, Hebrón y Uziel. Los nombres de los hijos de Merarí son: Mahlí y Musaí. 75Amram tomó para sí como mujer a Jokébed, mi hija, cuando todavía vivía yo, en el año nonagésimo cuarto de mi vida. 76Y cuando nació Amram, lo llamé así, pues a la hora de su nacimiento me dije: Este niño [Amram] sacará al pueblo de la tierra de Egipto. Por eso le puse por nombre “pueblo exaltado”. 77En un (mismo) día nacieron él y Jokébed, mi hija.

(Arameo) 78Tenía dieciocho años cuando subí a la tierra de Canaán. Y contaba dieciocho cuando maté a Siquén y terminé con los obradores de iniquidad. 79Cuando tuve diecinueve años fui consagrado sacerdote, y a los veintiocho tomé mujer. 80Tenía cincuenta y ocho cuando subimos a la tierra de Egipto. Viví allí ochenta y nueve años. 81Todos los días de mi vida fueron ciento treinta y siete años.
(Siríaco) De nuevo (preguntamos): ¿cuánto vivió Leví? Lo que manifiesta en su testamento. Dice Leví en su testamento: 78Tenía ocho años cuando subí a la tierra de Canaán. Y contaba dieciocho cuando maté a Siquén y aniquilé a todos los obradores de iniquidad. 79Cuando tuve diecinueve años fui consagrado sacerdote, y a los veintiocho tomé mujer. 80Tenía cuarenta años cuando subí a Egipto. Viví allí noventa años. 81Todos los años de mi vida fueron ciento treinta y siete.

(Arameo) Y (pude) ver a mis descendientes de la tercera generación antes de morir. 82En el año centésimo decimoctavo de mi vida, cuando murió José mi hermano, convoqué a mis hijos y nietos y comencé a explicarles todo lo que llevaba en mi corazón. 83Dije así a mis hijos:
—Oíd las palabras de Leví vuestro padre
y escuchad los preceptos del amado de Dios.
84A vosotros, hijos míos, os doy órdenes,
y la verdad a vosotros os muestro, amados míos.
85Que el conjunto de vuestras obras sea la verdad,
y por siempre permanezca entre vosotros la justicia.
86Que la verdad . . .
y sea su cosecha bendita.
87El que siembre el bien, bien cosecha,
y el que siembra el mal, sobre él se vuelve su semilla.
88Mas ahora, hijos míos, instruid a vuestros hijos
en el libro de instrucción y sabiduría,
y goce la sabiduría entre vosotros de honra perpetua.
89El que enseña la sabiduría tendrá gloria en ella,
y el que la desprecia será entregado al oprobio.
90Mirad, hijos míos, a José mi hermano,
que instruye (con) la Escritura y (enseña) disciplina y sabiduría.
91 . . . no es un extraño en ella
y no se asemeja a un forastero . . .
Pues todos le otorgan gloria por ella,
ya que anhelan aprender de su sabiduría
92Numerosos son sus amigos,
y abundantes los que le saludan.
93Sobre un trono glorioso lo hacen sentar
para oír sus sabias palabras.
94Gran tesoro de gloria es la sabiduría
y enorme riqueza para todos los que la consiguen.
95Aunque se acerquen reyes poderosos y numeroso pueblo,
un ejército (de) caballeros y numerosos carros,
conquisten . . . la tierra y la ciudad
y apresen cuanto en ella hay,
no podrán robar el tesoro de la sabiduría
ni lograrán encontrar sus secretos.


4. Expansión del texto eslavo a TestLev 7,4
(Traducción sobre la edición de N. Tichonravov)

Considera tú, judío, este pensamiento, y acércate a la visión de Leví —a lo que éste puso de manifiesto— como a un ángel maravilloso descendido del cielo. El ángel dijo a Leví:
—Tú estarás cerca del Señor y serás su servidor; revelarás sus misterios a los hombres y anunciarás al que quiere salvar a Israel. No conoces, judío, al ángel del Señor que anuncia a vuestros antepasados la salvación de Israel, pues no se te ha manifestado la palabra, a saber: que el Señor (por la descendencia) de Judá salva a todo el género humano. Considera, pues, desgraciado, que no es un ángel ni un ser humano, ni (otro) mediador, sino el Señor mismo quien nos salva. Esto es, pues, lo que al principio te hemos manifestado: que el Señor será engendrado de la tribu de Judá, de María virgen. Pues el mismo Leví era (del orden) levítico (!); era, por tanto, sacerdote del pueblo. Por este motivo era sacerdote el Señor, pues el ángel dijo a Leví:
—De ti y de Judá se mostrará el Señor a los hombres salvando por sí mismo a todo el género humano sin sangre.
Considera cómo los ángeles de Dios no ofrecen en sacrificio al Señor la sangre de los novillos ni la de los machos cabríos, sino que dan gracias al Señor con un sacrificio puro. Del mismo modo, también nosotros los cristianos ofrecemos al Señor el cuerpo y la sangre (como) ofrenda pura según el orden de Melquisedec. Considera, pues, también esto otro y convéncete de que el Señor juzga a los hijos de los hombres. No por vosotros (solamente), desgraciados, ejecuta el Señor su sentencia con el fuego inextinguible, con el gusano incansable y disponiéndoos (?) piedras de escándalo (?). Porque vosotros clavasteis en la cruz al Señor. Y el sol —dijo— se oscureció. ¿Acaso no se oscureció el sol cuando crucificasteis al Señor como dice el santo evangelio? Entonces hubo tinieblas sobre toda la tierra desde la hora tercia hasta la nona, secándose las aguas y quedando prisionero el Hades.
Indícame, pues, tú. Cuando quedó el Hades prisionero, ¿qué clase de enemigos armados entraron en el Hades? (No fue así,) sino que el mismo Señor, después de haber yacido en la tumba, penetró en el Hades, liberando a Adán, el primer llamado de aquella prisión subterránea. Pues él era el Señor de cielos y tierra; por eso vino, para apoderarse del Hades. Mas aunque padeció, su naturaleza era impasible, pues con su padecimiento concedió la impasibilidad al género humano. Pero los hombres ignorantes permanecen sin justicia. ¿Quién, pues, carente de entendimiento, se opuso? ¡Vosotros, infelices! Vosotros, pues, habéis permanecido en la injusticia. Por este motivo seréis condenados a torturas. Oyó —dijo— el Altísimo la plegaria. Apártate de la injusticia y conviértete en su hijo y servidor. Considera, pues, cómo anteriormente existía el Hijo de Dios y servía ante él —dijo.
Te dará la bendición, a ti y a todo tu linaje, hasta que el Señor visite a todas las naciones, (enviando) lleno de piedad a su Hijo para siempre. Sobre él pusieron sus manos vuestros hijos y lo maltrataron. Considera cómo nos envió el Dios misericordiosos a su Hijo para siempre y cómo vosotros, desgraciados, pusisteis sobre él vuestras manos y maltratasteis al Hijo de Dios. Por esta razón —dijo— se os dará inteligencia para que instruyáis a vuestros hijos sobre ello. Así, el que lo bendiga será bendito, y el que lo maldiga quedará aniquilado. Haced memoria: ¿quién es el que bendice al Hijo de Dios y quiénes los que creen en él en verdad? Nosotros, los cristianos, le adoramos, mientras que vosotros lo crucificasteis. Por ello habéis atraído en verdad sobre vosotros mismos la perdición. Pereceréis, y una pequeña parte vuestra será dispersada en el mundo. Esta porción recibirá cargas, tristeza y daño no pequeños. Considerad, pues, lo que fue dicho a Leví desde el cielo: “A ti te he dado la bendición de la pureza hasta que yo venga y habite en Israel”.
Pero vosotros, infelices, no comprendéis que vendrá el Señor con el deseo de salvar a Israel. Vosotros blasfemasteis continuamente contra el Señor, a fin de que nosotros por ello, estando en otro lugar (?), recibamos su divina ley. Mas vosotros, desgraciados, hechos semejantes al Satanás antiguo por vuestro orgullo, caeréis en la perdición.



TESTAMENTO DE JUDÁ

Sobre la valentía, la avaricia y la fornicación

1 -1Copia de las palabras de Judá dirigidas a sus hijos antes de su muerte. 2Se congregaron todos y fueron a verle. Entonces les dijo:
3—Yo fui el cuarto hijo de mi padre. Mi madre me llamó Judá, pues a sí misma se decía: «Doy gracias al Señor porque me ha dado un cuarto hijo». 4Yo era rápido y diligente en mi juventud y obedecía a mi padre en todo, 5respetando a mi madre y a su hermana. 6Cuando me hice hom­bre, mi padre me bendijo así: «Serás rey y tendrás éxito en todas tus cosas».
2 -1El Señor me concedió gracia en todas mis obras, en el campo y en la casa. 2Cuando me di cuenta de que podía competir con las ciervas en velocidad, cacé una y la preparé como comida para mi padre. 3Vencía a las gacelas en la carrera y apresaba todo lo que había en la llanura. Me apoderé de una yegua salvaje y la domé. 4Maté a un león y arranqué a un cabrito de su boca. Arrastrando a un oso por las patas, lo lancé por un precipicio. A cualquier animal salvaje que se me enfrentaba lo desgarraba como si fuera un perro. 5Competí con un jabalí, le gané a la carrera y lo destrocé. 6En Hebrón, un leopardo cayó sobre un perro; lo agarré por la cola, lo lancé como si fuera un venablo y se reventó en dos. 7A un toro salvaje que pastaba en la región lo agarré por los cuernos, le di vueltas en círculo, lo cegué y lo aniquilé derribándolo en tierra.
3 -1Cuando avanzaron contra mis rebaños los dos reyes de los cananeos, cubiertos con corazas y con mucha gente a su alrededor, corrí en solitario contra el rey Asur, lo agarré, le golpeé en sus grebas, lo tiré al suelo y acabé así con él. 2También eliminé al otro rey, Tafué, que se mantenía a lomos de su caballo; así dispersé a todo el ejército. 3Contra el rey Acor, un gigante que lanzaba sus dardos a caballo por delante y por detrás, levanté una piedra de sesenta libras, la lancé, golpeé a su caballo y lo maté. 4Luché luego contra Acor durante dos horas y lo maté también: dividí en dos partes su escudo y le corté los pies. 5Cuando es­taba despojándole de su coraza, ocho compañeros suyos se dispusieron a luchar contra mí. 6Enrollé mi capa en mi brazo, lancé contra ellos piedras con mi honda; maté a cuatro, y el resto huyó. 7Jacob, mi padre, acabó con Beelisa, el jefe de todos los reyes, un gigante forzudo de doce codos de estatura. 8Les invadió el terror y dejaron de hacernos la guerra. 9Por esta razón no se angustiaba mi padre con las guerras, ya que yo estaba entre mis hermanos; 10pues había tenido una visión sobre mí: que un ángel poderoso me seguía en todas mis acciones, de modo que no podía ser vencido.
4 -1En el sur tuvimos una guerra más encarnizada que en Siquén. Me dispuse en orden de batalla con mis hermanos, perseguí a mil hom­bres y maté a doscientos de ellos y a cuatro reyes. 2Me lancé contra ellos sobre la muralla y abatí a otros dos reyes. 3Así liberamos Hebrón y recu­peramos a todos los prisioneros de esos reyes.
5 -1Al día siguiente nos fuimos a Areta, ciudad fuerte, amurallada e inaccesible, que nos amenazaba de muerte. 2Gad y yo nos acercamos a la ciudad por el este, y Rubén y Leví, por el occidente y el sur. 3Los de la muralla pensaron que estábamos solos y se lanzaron hacia abajo contra nosotros. 4Entonces, secretamente, mis hermanos escalaron la mu­ralla ayudándose de clavijas y entraron a la ciudad sin que los enemigos se enteraran. 5Tomamos la ciudad a punta de espada. Otros habían huido a la torre, pero le prendimos fuego y así nos apoderamos de todo. 6Cuando nos retirábamos, los hombres de Tafué cayeron sobre nuestro botín de prisioneros. Se lo dejamos a nuestros hijos y luchamos contra ellos hasta Tafué misma. 7Los matamos, incendiamos su ciudad y pillamos to­do lo que en ella había.
6 -1Cuando estábamos cerca de las aguas de Cozebá, los hombres de Jobel vinieron contra nosotros en son de guerra. 2Peleamos contra ellos y matamos a sus aliados, los de Silón, sin darles la oportunidad de salir contra nosotros. 3Los de Maquir se nos enfrentaron al quinto día para apoderarse de nuestro botín. Nos lanzamos contra ellos y los vencimos en una ruda batalla, puesto que había entre ellos gran cantidad de va­lientes. Los matamos antes de que completáramos la subida. 4Cuando nos acercamos a su ciudad, sus mujeres hacían rodar piedras contra nosotros desde lo alto del monte en que estaba emplazada la villa. 5Ocultándonos Simeón y yo por detrás, nos apoderamos de las alturas y aniqui­lamos toda la ciudad.
7 - 1 al día siguiente nos comunicaron que el rey de la ciudad de Gaas venía contra nosotros con una muchedumbre fuertemente armada. 2Dan y yo, fingiéndonos amorreos, entramos como aliados en su ciudad. 3En medio de la oscuridad nocturna vinieron nuestros hermanos, les abrimos las puertas y los aniquilamos a ellos y a sus propiedades. Nos repartimos todas sus riquezas y abatimos sus tres murallas. 4Nos acercamos a Tamná, donde se habían concentrado en su huida las huestes de los reyes ene­migos. 5Me insultaron y me irrité. Me lancé hacia la cima contra ellos, mientras me arrojaban flechas y piedras con sus hondas. 6Si Dan, mi hermano, no hubiera luchado conmigo, habrían podido matarme. 7Pero nos lanzamos contra ellos con gran ira, y huyeron todos. Yendo por otro camino, suplicaron a mi padre, quien firmó con ellos la paz. 8No les hicimos ningún daño, sino que concluimos un tratado y les devolvimos todo nuestro botín. 9Yo edifiqué Tamná, y mi padre, Rambael. 10Tenía yo veinte años cuando tuvo lugar esta guerra. 11Los cananeos nos tenían miedo, a mí y a mis hermanos.
8 -1Poseía yo muchos rebaños y, como mayoral, a Irán el odolamita. 2Cuando yo me dirigía hacia él, vi a Barsán, rey de Odolán, que preparó para nosotros un banquete. Me exhortó a que aceptara a su hija Besué como mujer. 3Ella me parió a Er, Onán y Selón. A dos de ellos los hizo morir el Señor sin hijos. Pero Selón vivió, y vosotros sois sus hijos.
9 -1Durante dieciocho años, desde que llegamos de Mesopotamia de casa de Labán, mantuvimos la paz, mi padre y nosotros, con Esaú, su hermano, e igualmente con los hijos de éste. 2Cuando pasaron estos años, teniendo yo cuarenta, vino contra nosotros Esaú, el hermano de mi padre, con multitud de gentes valerosas y fuertemente armados. 3Esaú cayó bajo el arco de Jacob, fue llevado (casi) muerto al monte Seír y murió cuando se dirigía a Eirramna. 4Nosotros perseguimos a los hijos de Esaú. Tenían éstos una ciudad con muros de hierro y puertas de bronce. No pudimos entrar en ella, sino que asentamos nuestro campamento y los sometimos a asedio. 5Como no abrían las puertas después de veinte días, ante sus mismos ojos acerqué una escalera y puse el escudo sobre mi cabeza. Subí entonces, recibiendo una lluvia de piedras de hasta tres talentos de peso. Pero subí y maté a cuatro de los más aguerridos entre ellos. 6Al día siguiente ascendieron Rubén y Gad y mataron a otros seis. 7Entonces nos pidieron la paz. Nos avenimos al consejo de nuestro padre y los aceptamos como tributarios. 8Nos proporcionaban doscientas medi­das de trigo, quinientas de aceite y mil quinientas de vino hasta que ba­jamos a Egipto.
10 -1Después de estos acontecimientos, mi hijo Er trajo a Tamar, hija de Arán, desde Mesopotamia y la tomó como mujer. 2Pero Er era malvado y tenía dudas de Tamar porque no era de la tierra de Canaán. Un ángel del Señor lo mató durante la noche del tercer día. 3Él no llegó a conocerla, siguiendo las malas artes de su madre, pues no quería tener hijos de ella. 4En los días mismos de la fiesta de bodas se la di por esposa a Onán. Pero éste, por su maldad, no la conoció, aunque vivió con ella un año. 5Cuando lo amenacé, se acostó ciertamente con ella, pero dejaba perecer su esperma sobre la tierra, según la orden de su madre. También él murió por su maldad. 6Quise luego dársela por esposa a Selón, pero mi mujer Besué no lo permitió. Quería mal a Tamar porque no era de las hijas de Canaán, como ella.
11 -1Yo sabía que era malo el linaje de Canaán, pero el impulso de la juventud cegó mi corazón. 2La vi cuando escanciaba vino; la embria­guez me sedujo y caí a sus pies. 3Ella, estando yo ausente, se fue y tomó para Selón mujer entre las hijas de Canaán. 4Cuando supo lo que había hecho, la maldije en medio del dolor de mi alma. 5Ciertamente, ella murió también por la maldad de sus hijos.
12 -1Tras estos hechos, dos años después, siendo ya viuda, oyó Tamar que yo subía a esquilar las ovejas. Se engalanó de novia y se sentó delante de la puerta, en la ciudad de Enán, 2pues existe la costumbre entre los amorreos de que la prometida en matrimonio se siente como ramera durante siete días a la puerta de la ciudad. 3Yo me había embria­gado y no la conocí por los efectos del vino. Su belleza me sedujo gracias a la forma de sus adornos. 4Me incliné ante ella y le dije:
—Voy a tu casa.
Me respondió:
—¿Qué me das?
Yo le entregué mi bastón, mi cinturón y la diadema real. Me uní a ella, y quedó encinta. 5Sin saber lo que ella había hecho, quise matarla. Pero ella me envió secretamente las prendas y me hizo avergonzarme. 6La llamé y escuché las palabras secretas que, durmiendo con ella, había pronunciado en mi embriaguez. No pude matarla porque la cosa venía de Dios. 7Yo me decía: ¿acaso ha actuado con engaño tras recibir de otra las prendas? 8Pero no me acerqué a ella hasta los días de mi muerte, ya que había cometido esta impiedad en todo Israel. 9Los vecinos de la ciudad decían, además, que en la puerta no había ninguna prostituta; que había venido de otra región y que se había sentado allí durante poco tiempo. 10Pensé que nadie se había enterado de que yo había ido a su casa. 11Después de estos sucesos fuimos a Egipto, junto a José, a causa del hambre. 12Cuarenta y seis años tenía entonces, y viví allí setenta y tres.
13 -1Hijos míos, oíd lo que os ordena vuestro padre; guardad todas mis palabras, para que cumpláis los preceptos del Señor y obedezcáis los mandamientos del Señor Dios. 2No caminéis tras vuestros deseos ni según los pensamientos de vuestras mentes con el orgullo de vuestros corazones. No os vanagloriéis con la fortaleza de vuestra juventud, por­que también eso es malo ante los ojos del Señor. 3Yo me había gloriado de que, durante mis guerras, no me había engañado ningún rostro de mujer hermosa y había colmado de oprobios a Rubén, a causa de Bala, la mujer de mi padre. Pero los espíritus de la envidia y la fornicación se dispusieron contra mí hasta que caí ante Besué, la cananea, y ante Tamar, la esposa de mis hijos. 4Decía yo a mi suegro: «Deliberaré con mi padre y así aceptaré a tu hija». Pero él no quiso y me mostró una cantidad inmensa de oro a disposición de su hija, ya que era rey. 5La adornó con oro y perlas e hizo que ella, luciendo toda su belleza, nos escanciara en el banquete. 6El vino desvarió mis ojos, y el placer cegó mi corazón. 7Ena­morado de ella, caí y transgredí el mandamiento del Señor y de mis pa­dres tomándola como mujer. 8Pero el Señor me pagó de acuerdo con los designios de mi corazón, puesto que no sentí alegría con sus hijos.
14 - 1Hijos míos, no os embriaguéis de vino, porque éste aparta la mente de la verdad, la impulsa al ímpetu del deseo y conduce los ojos hacia la perdición. 2Pues el espíritu de la fornicación utiliza al vino como servidor para proporcionar placer a los sentidos; ambos roban también la fuerza del hombre. 3Si alguno bebe vino hasta embriagarse, éste excita su mente hacia la fornicación por medio de sucios pensamientos y caldea su cuerpo para la unión carnal, y si se halla presente la causa del deseo, comete el pecado sin el menor pudor. 4Así es el vino, hijos míos, porque el borracho no se avergüenza ante nadie. 5A mí, pues, me extravió tam­bién él para que no sintiera vergüenza ante la muchedumbre de los ciu­dadanos: a los ojos de todos me incliné ante Tamar. Cometí un gran pe­cado y levanté el velo de la impureza de mis hijos. 6Por culpa del vino no sentí respeto del mandamiento de Dios y tomé como mujer a una cananea. 7Por ello, el que bebe vino necesita inteligencia, hijos míos. Y ésta es la sensatez en la bebida: beber sólo mientras se mantiene la decencia. 8Pero si se pasa esta frontera, (el vino) irrumpe en la mente y suscita al espíritu del error y hace al ebrio hablar lo indecoroso, trans­gredir la ley sin sentir vergüenza, llegando incluso a gloriarse en el des­honor juzgándolo algo hermoso.
15 -1El fornicario no siente que sufre daño ni se avergüenza cuando pierde la honra. 2Uno que fornica, aunque sea rey, queda desposeído de la realeza, pues resulta esclavo de la fornicación, tal como me ocurrió a mí. 3Entregué mi báculo, es decir, el apoyo de mi tribu; mi cinturón, es decir, mi poderío, y la diadema o, lo que es lo mismo, la honra de mi reino. 4Luego, arrepentido de ello, ni gusté del vino ni de la carne hasta mi senectud, ni gocé de ningún tipo de alegría. 5El ángel del Señor me indicó que las mujeres dominan siempre tanto al rey como al mendigo. 6Al rey le despojan de su honor, al valiente de su energía y al meneste­roso hasta del más pequeño sustento de su pobreza.
16 -1Guardad, pues, hijos míos, el límite del vino, pues hay en él cuatro espíritus malvados: del deseo, del ardor, del libertinaje y del lucro infame. 2Si bebéis vino en momentos de alegría, hacedlo con temor de Dios y guardando la compostura. Si no bebéis con esta disposición y se aparta de vosotros el temor de Dios, vendrá luego la embriaguez, y con ella se introducirá la desvergüenza. 3Si no (guardáis la compostura), no bebáis en absoluto, para que no pequéis con palabras ultrajantes, en pe­leas, calumnias y transgresiones de los mandamientos de Dios, perecien­do antes de hora. 4El vino descubre a los extraños los secretos de Dios y de los hombres, al igual que yo revelé los mandatos de Dios y los secretos de mi padre Jacob a Besué, la cananea, a quien Dios ordenó no desvelárselos. El vino es causa de disputa e intranquilidad.
17 -1Os ordeno, pues, hijos míos, que no pongáis vuestro amor en el dinero ni dirijáis vuestra mirada a la belleza de las mujeres, porque por el dinero y la hermosura me extravié con Besué, la cananea. 2Yo sé que, por culpa de esas dos cosas, vosotros, mi raza, caeréis en el mal. 3Sé también que esas dos cosas echarán a perder a los sabios de entre mis hijos y harán que mengüe el reino de Judá, que me otorgó el Señor por la obediencia a mi padre. 4Pues nunca entristecí a Jacob, mi padre, ya que ejecuté todo lo que me ordenó. 5Abrahán, el padre de mi padre, me prometió en su bendición que había de reinar en Israel, y del mismo modo me bendijo Isaac. 6Yo sé que de mí se establecerá la realeza.
18 -1También he leído en los libros de Henoc el justo las maldades que comentaréis (cometeréis?) en los días postreros.
2Guardaos, pues, hijos míos de la fornicación y del amor al dinero;
escuchad a Jacob, vuestro padre,
3porque tales cosas os apartan de la ley de Dios
y ciegan las deliberaciones de la mente.
Inculcan el orgullo,
y no permiten al hombre apiadarse de su prójimo.
4Privan al alma de toda bondad
y lo constriñen a trabajos y labores;
le roban el sueño,
y le consumen las carnes.
5Ponen trabas a los sacrificios a Dios,
no se acuerdan de su alabanza,
no obedecen las palabras de los profetas
y odian los discursos piadosos.
6Sirviendo a dos pasiones contrarias a los mandatos de Dios, el hombre no puede obedecer a la divinidad; aquéllas ciegan su alma y camina du­rante el día como si fuera de noche.
19 -1Hijos míos, el amor al dinero conduce a los ídolos: (los hom­bres,) engañados por él, creen en dioses que no son. La avaricia hace caer en el desvarío al que la posee. 2Por el dinero perdí yo a mis hijos, y habría muerto sin ninguno a no ser por la penitencia de mi carne, la humildad de mi alma y las plegarias de Jacob, mi padre. 3Pero el Dios de mis padres, compasivo y misericordioso, me perdonó porque obré por ignorancia. 4El príncipe del error me cegó, y no tuve en cuenta cómo el hombre y la carne están corrompidos por el pecado. Pero aprendí mi debilidad cuando pensaba que era invencible.
20 -1Sabed, pues, hijos míos, que dos espíritus tienen su asiento en el hombre: el de la verdad y el del error. 2En medio de ellos se halla el espíritu intelectivo de la mente y se inclina adonde quiere. 3Las obras de la verdad y las del error están escritas sobre el pecho del hombre, y el Señor conoce cada una de ellas. 4No hay momento en el que puedan pasar inadvertidas las obras humanas porque están grabadas ante el Señor sobre el pecho, en sus huesos. 5El espíritu de la verdad da testi­monio de todo lo bueno y acusa de lo malo. El pecador queda envuelto por el fuego de su propio corazón y no puede levantar su rostro hacia el Juez.
21 -1Ahora, hijos míos, amad a Leví, para que permanezcáis en pie; no os levantéis contra él, para que no perezcáis. 2A mí me otorgó el Señor el reino, pero a él el sacerdocio, subordinando el primero al se­gundo. 3A mí me dio lo terrenal; a él, lo celestial. 4Como supera el cielo a la tierra, así aventaja el sacerdocio de Dios a la realeza terrena, si el primero no se aparta del Señor por el pecado ni se ve dominado por la realeza terrestre. 5A él y no a ti ha elegido el Señor para acercarse a Él, para comer de su mesa y de sus primicias, las delicias de los hijos de Israel. 6Tú reinarás en Jacob y serás para ellos como el mar. Como en el piélago los justos y los injustos son llevados de un lado a otro, los unos como cautivos y los otros enriqueciéndose, así habrá en ti toda clase de hombres: unos sufrirán peligros y caerán prisioneros; otros se enri­quecerán por la rapiña.
7Los reyes serán como grandes cetáceos,
tragándose a los hombres como peces.
Esclavizarán a los libres, hombres y mujeres,
y expoliarán casas, campos, rebaños y riquezas.
8Llenarán impíamente los buches de cuervos e ibis con las carnes de muchos.
Adelantarán en la maldad,
enorgulleciéndose en su avaricia.
9Serán falsos profetas, como huracanes,
y perseguirán a todos los justos.
22 -1El Señor atraerá sobre ellos divisiones de unos con otros, y habrá continuas luchas en Israel. 2Mi reino acabará entre gentes extra­ñas, hasta que venga la salvación de Israel, [hasta la venida del Dios justo], para que Jacob [y todos los pueblos] puedan descansar en paz. 3Él guardará la fortaleza de mi reino para siempre, pues el Señor me juró solemnemente que permanecería la realeza de mi descendencia en todo momento, por siempre.
23 -1Siento mucha pena, hijos míos, por las inmoralidades, magias y actos idolátricos que ejecutaréis contra el reino, siguiendo los pasos de adivinos, démones y erróneos augurios. 2Haréis de vuestras hijas baila­rinas y cortesanas y os mezclaréis con las abominaciones de los gentiles. 3Por ello atraerá el Señor sobre vosotros hambre y peste, muerte y espa­da vengadora, asedio de ciudades, perros que desgarran las carnes de sus enemigos, insultos de los amigos, perdición e inflamación de ojos, ani­quilación de los hijos, rapto de las esposas, rapiña de vuestros bienes, incendio del templo de Dios, desolación de vuestra tierra y cautividad entre los gentiles. 4De entre vosotros castrarán los eunucos para sus mujeres. 5Pero cuando os volváis al Señor con un corazón perfecto, arre­pentidos y caminando según todos los mandamientos de Dios, os visitará el Señor con misericordia y os sacará de la esclavitud de vuestros ene­migos.
24 -1Después de esto se levantará en paz un astro de la estirpe de Jacob [y surgirá un hombre de mi semilla como sol justo, caminando junto con los hijos de los hombres en humildad y justicia, y no se hallará en él ningún pecado. 2Los cielos se abrirán sobre él para verter las bendiciones del Espíritu del Padre Santo. Él mismo derramará también el espíritu de gracia sobre vosotros. 3Seréis sus hijos en la verdad y cami­naréis por el sendero de sus preceptos, los primeros y los últimos. 4Éste es el retoño del Dios Altísimo y la fuente misma para vida de todo ser humano]. 5Brillará entonces el cetro de mi reino, y de vuestra raíz na­cerá un tallo. 6En él surgirá un báculo justo para los gentiles, para hacer justicia y salvar a cuantos invoquen al Señor.
25 -1Luego, volverán a la vida Abrahán, Isaac y Jacob; y mis her­manos y yo seremos jefes de nuestras tribus en Israel: Leví, el primero; yo, el segundo; el tercero, José; el cuarto, Benjamín; el quinto, Simeón; el sexto, Isacar, y así, sucesivamente, todos. 2El Señor bendecirá a Leví; el ángel de la faz, a mí; las potestades gloriosas, a Simeón; el cielo, a Rubén; a Isacar, la tierra; el mar, a Zabulón; las montañas, a José; la tienda, a Benjamín; las luminarias del cielo, a Dan; las delicias, a Nef­talí; el sol, a Gad; los olivos, a Aser.
3Habrá un solo pueblo del Señor y una lengua;
no existirá ya el espíritu engañoso de Beliar,
porque será arrojado al fuego para siempre jamás.
4Los que hayan muerto en la tristeza resucitarán en gozo,
y los que hayan vivido en pobreza por el Señor se enriquecerán;
los necesitados se hartarán;
se fortalecerán los débiles,
y los muertos por el Señor se despertarán para la vida.
5Los ciervos de Jacob correrán con gozo,
y las águilas de Israel volarán con alegría;
[los impíos se lamentarán; gemirán los pecadores],
y todos los pueblos alabarán al Señor por siempre.
26 -1Guardad, pues, hijos míos, toda la ley del Señor, porque hay una esperanza para todos los que hacen rectos sus caminos. 2Les dijo:
—Hoy muero ante vuestros ojos con ciento diecinueve años. 3No me enterréis con un vestido lujoso ni me abráis el vientre —porque tales cosas hacen los reyes—, sino conducidme a Hebrón con vosotros.
4Tras haber dicho estas palabras, se durmió Judá. Sus hijos hicieron según lo que les había ordenado y lo enterraron en Hebrón con sus padres.


Apéndice
Midrás Wayyisau

Sobre este midrás, se edita la parte que corresponde a Jub 37,14.17; 38,2-3.5-10.12-15. Aquí traducimos del hebreo el fragmento de esta composición en que se parafrasea el TestJud. El texto base es el de R. H. Charles , más elaborado que el presentado por Jellinek en su Beth-ha-Midrash III, 1-3. los números entre paréntesis, los pasajes correspondientes del TestJud.

«Partieron, y cayó el terror de Dios . . . » (Gén 35,5). Dijeron: Dos hijos de Jacob llevaron a cabo esta acción tan grande . . . si se reunieran todos podrían destruir el mundo. Cayó el temor de Dios (Santo, bendito sea) sobre ellos, por eso no persiguieron a los hijos de Jacob. Nuestros maestros dijeron: Aunque no fueron tras ellos esta vez, poco después dos de aquéllos les persiguieron. Se pusieron de acuerdo los reyes de los amorreos contra los hijos de Jacob y trataron de acabar con ellos en el valle de Siquén.
Después de estos sucesos volvieron Jacob y sus hijos a Siquén y se quedaron allí a vivir. Dijeron algunos: No fue suficiente el que mataran a todos los hombres de Siquén, sino que se apoderaron también de su país.
Se juntaron todos y vinieron contra ellos para matarlos. Cuando lo vio Judá, se puso de su salto en medio de las escuadras de los adversarios y mató, en primer lugar, a Yasub, rey de Tappuah, que iba cubierto de la cabeza a los pies, de hierro y cobre, cabalgando sobre un caballo, y arrojaba desde él por delante y por detrás venablos con las dos manos. No erraba en ningún lugar donde los lanzaba, pues era un guerrero valeroso lanzando con las dos manos (3,2-3).
Cuando lo vio Judá, no se atemorizó de él ni de su arrogancia. Dio un salto y corrió a su encuentro. Tomó una piedra del suelo de sesenta «sela‘im» de peso y la lanzó contra él cuando se hallaba a una distancia de dos terceras partes de un estado, lo que hace 173 codos. Él venía al encuentro de Judá adornado con todos los arreos de hierro y arrojando venablos. Judá le golpeó con la piedra sobre el escudo y lo derribó del caballo. Quiso incorporarse al punto, pero Judá corrió e intentó matarlo antes de que se levantase de tierra. Mas él, rápidamente, se incorporó ante Judá y se dispuso a luchar contra él, escudo contra escudo; enarboló su espada y trató de cortar la cabeza de Judá. Éste levantó su escudo ante la espada y paró el golpe con él, que se dividió en dos (3,4).
¿Qué hizo Judá? Se dio media vuelta y le golpeó con su espada cortando sus pies por encima de los tobillos. Entonces cayó a tierra, e igualmente la espada de su mano. Judá saltó hacia él y le cortó la cabeza. Pero mientras le despojaba de su armadura, vinieron contra él nueve de sus compañeros. Al primero que se acercó le tiró Judá una piedra, le dio en la cabeza y cayó su escudo de la mano. Lo cogió Judá y continuó haciendo frente a los otros ocho (3,5).
Leví, su hermano, se acercó y permaneció junto a él; disparó sus flechas y mató a ’Ailón rey de Ga‘iš (Gén 26,34; Jos 24,30). Judá mató a los ocho restantes. Jacob, su padre, se acercó y mató a Zeruré, rey de Silo, mas ninguno de ellos se levantó contra los hijos de Jacob, pues no tenían corazón para resistir, sino para huir.
Los hijos de Jacob los persiguieron, y Judá mató aquel día a mil antes de que se pusiera el sol. El resto de los hijos de Jacob partió de Tel Siquén, del lugar en que habían estado resistiendo, y los persiguieron a toda prisa hasta que salieron a la explanada de la ciudad. Y allí mismo trabaron una batalla más encarnizada que las que habían entablado en el valle de Siquén (4,1).
Disparó Jacob sus flechas y mató a Far‘aton, rey de Hazor; a Pesusé, rey de Sartán (1 Mac 9,50); a Labán rey de Aram, y a Šebir, rey de Mahanaim.
Judá fue el primero en subir a la muralla de Hazor. Cuatro guerreros se dispusieron a luchar contra él antes de que se acercara Neftalí, que subía detrás. Aún no había ascendido y ya Judá había matado a aquellos cuatro guerreros, y Neftalí se aprestó y subió tras él. Se colocó Judá a la derecha de la muralla y Neftalí a la izquierda, y (pronto) se vieron rodeados por enemigos que pretendían darles muerte. El resto de los hijos de Jacob se puso en movimiento y subieron detrás de ellos, rompieron su resistencia y conquistaron aquel día Hazor. Mataron a todos los guerreros sin excepción e hicieron prisioneros al resto (4,2).
El segundo día fueron contra Sartán y también allí entablaron combate, pues era una ciudad amurallada y segura de su fortaleza, que atacaba a todo el que se aproximaba a ella. No había espacio para acercarse a la muralla porque era resistente y muy elevada y no había lugar para conquistarla (5,1).
Aquel día se apoderaron de aquella ciudad. Subieron a la muralla; Judá, el primero, desde oriente; Gad, desde poniente; Simeón y Leví, desde el norte, y Rubén y Dan, desde el sur. Se acercaron Isacar y Neftalí e incendiaron los espigones de las puertas de la ciudad. Se luchaba con dureza sobre la muralla hasta que subieron allí las tropas de sus aliados. Resistieron contra ellos en la torre hasta que Judá la conquistó. Después subió a lo alto de la torre y mató a doscientos hombres sobre su techo antes de bajar de ella (5,2-5).
Todos los de la ciudad se aunaron y mataron a los extranjeros. No dejaron vivo a ninguno de ellos, porque eran hombres fuertes y valientes para la guerra. Sacaron a los prisioneros de allí y se retiraron tras ellos marchando a Tappuah. Cuando salieron los de Tappuah a librar a los prisioneros de sus manos ―a los que habían cogido en la llanura de la ciudad―, se fueron hacia Arbael y mataron a los hombres que había salido a librar a los prisioneros (5,6-7).
Al tercer día fueron a Tappuah por la mañana y, cuando reunían a los prisioneros, vinieron los habitantes de Silo para entablar combate. Se revistieron entonces de sus armas y salieron tras ellos, matándoles a todos antes de mediodía, entrando después de las mujeres en Silo, sin darles ocasión de resistir. Aquel día se apoderaron de la ciudad y sacaron a los prisioneros. Vino el bloque de sus aliados que habían dejado en Tappuah, y junto con ellos saquearon la ciudad (6,1-3).
El día cuarto cruzaban ante los campamentos de Šebir. Salieron entonces a librar a los prisioneros y bajaron al medio del valle. Se prepararon (los hijos de Jacob), subieron tras ellos y los mataron antes de que alcanzaran la altura. Ese día salieron los hombres del campamento de Šebir ante ellos y les arrojaban piedras. Durante el día, los hijos de Jacob capturaron y dieron muerte a todos los guerreros. Libraron a todos los prisioneros y los juntaron a los que ya tenían con ellos (6,3-5).
El día quinto fueron a Go‘aš, porque oyeron que estaban allí reunidos gran multitud de amorreos y decían que venían contra ellos. Pero Go‘aš era una ciudad fortificada, una de las ciudades de los reyes de los amorreos. Fueron allí y entablaron combate con la ciudad hasta el mediodía y no pudieron capturarla porque tenía tres murallas, una detrás de otra. Se prepararon para el asedio, mientras les insultaban. En aquel momento desbordó la cólera de Judá, y un espíritu de venganza entró en él y le sacudió con todo su poder. Subió el primero a la muralla y estuvo a punto de morir Judá. Si no hubiera estado su padre Jacob, habría muerto allí, de no haber disparado su arco y matado a diestra y siniestra (7,1-3).
A su derecha estaban unos que arrojaban piedras contra él, y a su izquierda y por delante, otros dispuestos a la batalla; todos ellos trataban de abatirlo de la muralla, cuando subió Dan, su hermano, y los hizo retroceder. Neftalí iba el tercero detrás de ellos, y Simeón y Leví apremiaron y subieron por la tarde. Los cinco se opusieron y no les dieron ocasión de resistir, matando una gran mayoría de ellos, y así continuaron hasta que se formó un río de sangre.
Aquel día capturaron la ciudad al caer el sol y mataron a todos los guerreros. Hicieron salir a los prisioneros y marcharon a reposar fuera de la ciudad porque estaban fatigados (7,4-7).
El día sexto se reunieron todos los amorreos y vinieron por sí mismos sin arreos de guerra, se postraron ante ellos y solicitaron que se les otorgara la paz. Así lo hicieron, y les devolvieron Timná y toda la tierra de su contorno. Entonces Jacob hizo la paz con ellos, y ellos restituyeron a los hijos de Jacob todo el ganado del que se había apoderado, dos por uno: les impusieron un tributo y les devolvieron los prisioneros. Se retiró Jacob a Timná (léase: ‘y construyó Jacob Timná, con CrYer y TestJud) y Judá a Arbael. Desde entonces en adelante, permanecieron en paz con los amorreos (7,8-11).



TESTAMENTO DE ISACAR

Sobre la sencillez

1 -1Copia de las palabras de Isacar. Convocó a sus hijos y les ha­bló así:
—Escuchad, hijos, a Isacar, vuestro padre; prestad oído a las pala­bras del amado del Señor. 2Nací como quinto hijo de Jacob, como pre­mio por las mandrágoras. 3Rubén trajo mandrágoras del campo; Raquel le salió al encuentro y se las quitó. 4Lloraba Rubén por ello, y a sus gritos salió Lía, mi madre. 5Estas mandrágoras eran manzanas de excelente aroma, producidas por la tierra de Arán, en las alturas, bajo una catarata escarpada.
6Dijo Raquel:
—No te las devolveré; serán mías en vez de hijos.
7Eran dos manzanas. Replicó Lía:
—Debiera bastarte el haberme arrebatado al varón de mi doncellez. ¿Vas a llevarte también éstas?
8Respondió:
—Que Jacob pase contigo esta noche por las mandrágoras de tu hijo.
9Díjole Lía:
—No seas jactanciosa ni te gloríes: Jacob es mío; yo soy la mujer de su juventud.
10Raquel replicó:
—¿Cómo? Él fue primero mi prometido y por mí sirvió a mi padre catorce años. 11¿Qué voy a hacer contigo, ya que han crecido los engaños y las maquinaciones de los hombres y el dolor avanza sobre la tierra? De lo contrario no habrías visto el rostro de Jacob. 12Pues tú no eres su mujer, sino que con engaño te introdujeron en vez de mí. 13Mi padre me engañó y me hizo ir aquella noche a otro sitio, no permitiéndome ver nada. Si yo hubiera estado allí, no hubiera sucedido esto.
14Añadió Raquel:
—Toma una mandrágora, y por la otra te dejo a Jacob durante una noche.
15Jacob conoció a Lía, la cual quedó embarazada y me dio a luz. A causa de este salario fui llamado Isacar.
2 -1Se le apareció entonces a Jacob un ángel del Señor y le dijo:
—Raquel parirá dos hijos, porque despreció la unión con varón y escogió la continencia.
2Si Lía, mi madre, no hubiera cambiado las dos manzanas por la unión con Jacob, habría parido ocho hijos. Pero alumbró a seis, y Raquel los otros dos. El Señor la visitó por las mandrágoras, 3pues vio que desea­ba unirse a Jacob por los hijos, no por deseo de placer. 4Al día siguiente volvió a ceder a Jacob para recibir la otra mandrágora. Así, por las mandrágoras hizo Dios concebir a Raquel. 5Porque, apeteciéndolas, no las comió, sino que las ofreció al Señor en su templo, presentándoselas al sacerdote del Altísimo que oficiaba en aquel momento.
3 -1Cuando crecí, caminé con rectitud de corazón. Me hice labrador de las tierras de mis padres y hermanos y les llevaba los frutos de los campos en cada estación. 2Mi padre me bendijo, pues vio que procedía con sencillez. 3No era entrometido, ni malvado, ni malicioso con mi pró­jimo. 4No hablaba mal de ninguno ni criticaba la vida de nadie, procediendo con ojos sencillos. 5Por esta razón tomé mujer a los treinta años, porque la tarea devoraba mi energía. No tenía la mente puesta en el placer que las mujeres proporcionan, sino que por el trabajo el sueño me vencía. 6Mi padre se alegraba siempre por mi sencillez. Si conseguía algo con mi trabajo, ofrecía en primer lugar al Señor, por medio del sacer­dote, los frutos y las primicias; luego, a mi padre, y en tercer lugar venía yo. 7El Señor duplicaba los bienes por mis manos, y Jacob sabía que Dios cooperaba con mi sencillez. 8A los pobres y afligidos les proporcio­naba los bienes de la tierra con sencillez de corazón.
4 - 1Oídme ahora, hijos míos, y proceded con sencillez de corazón, porque sé que en ella reside toda la complacencia del Señor.
2El sencillo no ansía el oro,
no abusa de su prójimo,
no anhela los variados manjares,
no gusta de vestimentas especiales,
3ni se desea a sí mismo una vida larga en años,
sino que espera sólo la voluntad de Dios.
4Los espíritus del error nada pueden contra él,
pues no pretende complacerse en la belleza mujeril
para no manchar su mente con desvaríos.
5La envidia no se introduce en sus deliberaciones,
ni la malicia se apodera de su alma,
ni piensa continuamente en la abundancia con insaciable deseo.
6Procede con rectitud de alma,
y todo lo contempla con sencillez de corazón,
no aceptando en sus ojos las maldades del error mundano
para no ver torcidamente los mandamientos del Señor.
5 -1Guardad la ley de Dios, hijos míos, y conseguid la sencillez; ca­minad sin malicia, no indagando indiscretamente en los mandamientos de Dios ni en las acciones del prójimo. 2Amad, por el contrario, al Señor y al prójimo y tened compasión del pobre y del débil. 3Ofreced vuestras espaldas a la agricultura y afanaos en las labores de la tierra, en toda clase de labranza, presentando al Señor con alegría los dones. 4Porque el Señor te ha bendecido con las primicias de la tierra, tal como bendijo a todos los santos desde Abel hasta ahora. 5 Pues no se te ha dado otra herencia que la grosura de la tierra, cuyos frutos nacen con trabajo. 6Mi padre Jacob me bendijo con la bendición de la tierra y con las primicias de los frutos. 7Leví y Judá han recibido la gloria del Señor entre los hijos de Jacob, pues él ha repartido su herencia: a uno, el sacerdocio; al otro, la realeza. 8Obedecedles, pues, y proceded con la sencillez de vuestro padre... [porque a Gad le ha sido concedido aniquilar las hordas piráti­cas que acosan a Israel].
6 -1Yo sé, hijos míos, que en los últimos tiempos dejarán vuestros hijos la sencillez y se unirán a deseos insaciables. Abandonando la ino­cencia se acercarán a la malicia, y olvidando los preceptos del Señor se harán discípulos de Beliar. 2Dejando a un lado la agricultura, seguirán las malvadas intenciones de sus pensamientos. Se verán dispersados entre los pueblos y servirán a sus enemigos. 3Decid estas cosas a vuestros hijos para que, si pecaren, se vuelvan rápidamente hacia el Señor. 4Porque él es misericordioso y se apiadará de ellos para hacerlos volver hacia su patria.
7 -1Tengo ahora ciento veintidós años y no tengo conciencia de que haya habido en mí pecado mortal.
2No he conocido a ninguna mujer, salvo la mía,
ni forniqué alzando mis ojos.
3No he bebido vino hasta el desvarío,
ni deseé los bienes apetecibles de mi prójimo.
4El engaño no se asentó en mi corazón,
ni la mentira subió a mis labios.
5Uní mis gemidos a los de los hombres doloridos,
y di parte de mi pan a los pobres.
No comía solo;
no removí los mojones.
Durante toda mi vida fui piadoso y dije verdad.
6Amé al Señor con todas mis fuerzas,
e igualmente a los hombres como a mis hijos.
7Haced lo mismo, hijos míos,
y el espíritu de Beliar huirá de vosotros,
y ninguna obra malvada se enseñoreará de vosotros.
Dominaréis a las fieras salvajes,
teniendo con vosotros al Dios del cielo
[que camina con los hombres de sencillo corazón].
8Les ordenó que le subieran a Hebrón y lo enterraran allí, en la cue­va, con sus padres. 9Extendió sus pies y murió, el quinto (de los hijos de Jacob), en una hermosa vejez pleno de vigor y con todos los miem­bros sanos. Y se durmió el sueño eterno.



TESTAMENTO DE ZABULÓN

Sobre la compasión y misericordia

1 -1Copia (de las palabras) de Zabulón, del testamento que dio a sus hijos a la edad de ciento catorce años, dos después de la muerte de José. 2Les dijo:
—Oídme, hijos de Zabulón; prestad atención a la palabra de vuestro padre. 3Yo soy Zabulón, un buen regalo para mis padres. Al nacer yo, se enriqueció muchísimo nuestro padre en rebaños de ovejas y bueyes, ya que consiguió su lote por los bastones de dos colores. 4No tengo con­ciencia, hijos míos, de ningún pecado durante mi vida, salvo de pensa­miento. 5No me acuerdo de ninguna transgresión de la ley, salvo el pe­cado de ignorancia cometido contra José, porque determiné con mis her­manos no decir nada a mi padre de lo sucedido. 6Mucho lloré en secreto, pues temía a mis hermanos, ya que habían convenido todos que, si al­guien desvelaba el secreto, sería pasado por la espada. 7Pero cuando querían acabar con José, les exhorté con muchísimas lágrimas a que no cometieran tal impiedad.
2 -1Habían llegado Simeón y Gad, airados contra José, dispuestos a aniquilarle. Cayendo de hinojos, éste les decía:
2—Apiadaos de mí, hermanos míos; tened compasión de las entrañas de Jacob, nuestro padre. No pongáis vuestras manos sobre mí para verter sangre inocente, ya que no he faltado contra vosotros. 3Y si lo hubiera hecho, aplicadme un correctivo, pero no levantéis vuestras manos, a causa de Jacob, nuestro padre.
4Después que, afligido, pronunció estas palabras, me sentí movido a compasión y comencé a llorar. Mi corazón se derritió en mi interior, y toda la masa de mis entrañas se reblandeció en mí. 5Lloraba José, y yo con él; mi corazón palpitaba con fuerza, las articulaciones de mi cuerpo se descoyuntaron y no podía tenerme en pie. 6Viendo José que lloraba yo con él y que los demás se lanzaban a matarle, se escondió detrás de mí suplicándoles. 7Rubén intervino así:
—Hermanos, no lo matemos, sino arrojémosle a una de esas cisternas secas que cavaron nuestros padres y en las que no hallaron agua. 8Pues por esta razón había impedido el Señor que subiera agua por ellas, para que José pudiera salvarse. 9Así lo hizo el Señor hasta que vendieron a José a los ismaelitas.
3 -1Hijos míos: yo no tuve parte en el precio de venta de José. 2Pero Simeón, Gad y los otros seis de nuestros hermanos tomaron el dinero de la venta de José y se compraron sandalias para ellos, sus mujeres e hijos. Dijeron así:
3—No compraremos con él alimentos, ya que es el precio de la san­gre de nuestro hermano, sino que lo pisotearemos con nuestros pies, pues dijo que iba a reinar sobre nosotros. Así veremos en qué paran sus ensueños.
4Por esta razón se halla escrito en el libro de la Ley de Moisés: «Al que no quiera suscitar descendencia a su hermano, desátenle las sandalias y escúpanle a la cara». 5Los hermanos de José no querían que éste vivie­ra, por eso el Señor les desató la sandalia que se habían calzado contra José, su hermano. 6Pues, llegados a Egipto, fueron los siervos de José quienes les desataron las sandalias ante la puerta de la ciudad, y así se arrodillaron ante su hermano, como ante el faraón. 7No sólo se arrodi­llaron, sino que fueron cubiertos de esputos inmediatamente, aún de hinojos ante él. Y así quedaron confundidos ante los egipcios, 8pues éstos escucharon luego todas las maldades que habían hecho a José.
4 -1Después de arrojarle a la cisterna se pusieron a comer. 2Yo no probé bocado durante dos días con sus noches, lleno de pena por José. Tampoco Judá comió con ellos, sino que estaba vigilando el pozo, teme­roso de que Simeón y Gad fueran y lo mataran. 3Viendo que yo no co­mía, dispusieron que lo vigilase hasta su venta. 4Pasó José en la cisterna tres días con sus noches, y lo vendieron así, hambriento. 5Se enteró Ru­bén de que José había sido vendido en su ausencia, rasgó sus vestiduras y se lamentó con estas palabras:
—¿Cómo podré mirar al rostro de Jacob, mi padre?
6Tomó el dinero y corrió tras los mercaderes, pero no halló a nin­guno, ya que, dejando el camino principal, habían tomado un atajo a través del país de los trogloditas. 7Rubén no comió durante ese día. Se acercó entonces Dan y le dijo:
8—No llores ni te lamentes, pues se me ha ocurrido lo que vamos a decirle a nuestro padre. 9Sacrifiquemos un cabrito, impregnemos con su sangre el manto de José y digamos: «Mira si es éste el manto de tu hijo».
Y así lo hicieron, 10pues cuando iban a vender a José le despojaron del manto de nuestro padre y lo cubrieron con uno viejo, de un esclavo. 11Simeón tenía el manto y no quería entregárnoslo, pues deseaba ras­garlo con su espada, airado porque José, a quien no había podido matar, aún vivía. 12Nos levantamos todos contra él y le dijimos:
—Si no nos lo das, diremos que tú solo has cometido esta maldad en Israel.
13Él lo entregó, y obraron tal como había dicho Dan.
5 -1 Ahora, hijos míos, os conmino a que guardéis los mandamientos del Señor, seáis misericordiosos con el prójimo y mostréis entrañas de misericordia hacia todos, no sólo hacia los seres humanos, sino también hacia los irracionales. 2Por esta razón me ha bendecido el Señor, y mien­tras todos mis hermanos han sufrido enfermedades, yo he pasado la vida sin ellas, pues el Señor conoce el propósito de cada uno. 3Tened entrañas de misericordia, hijos míos, porque tal como obréis con vuestro prójimo así actuará el Señor con vosotros. 4Por ello los hijos de mis hermanos enfermaban y morían a causa de José, ya que no habían tenido miseri­cordia en sus corazones. Mis hijos, por el contrario, se mantuvieron sin enfermedades, como sabéis. 5Cuando estaba en Canaán, en la costa, me dedicaba a pescar para mi padre Jacob. Muchos se ahogaron en el mar, pero yo no sufrí daño alguno.
6 -1Fui yo el primero que construyó un bote para navegar en el mar, porque el Señor me dio inteligencia y sabiduría para ello. 2Puse un ma­dero en la popa e icé una vela en un tronco recto en medio del bote. 3Navegando en él por la costa, me dedicaba a pescar para la casa de mi padre hasta que llegamos a Egipto. 4Lleno de conmiseración, hacía partícipes de mi pesca a todos los forasteros. 5Si encontraba alguno o un enfermo o anciano, cocía los peces, los preparaba bien y le daba a cada uno según su necesidad, reuniéndolos y compartiendo sus preocupaciones. 6Por esta razón, el Señor me otorgaba una pesca abundante, pues el que comparte con el prójimo recibe muchísimo más del Señor. 7Fui pescador durante cinco años, haciendo partícipe de lo mío a todo ser humano y subviniendo a todas las necesidades de la casa de mi padre. 8Durante el verano pescaba, y en el invierno guardaba los rebaños con mis hermanos.
7 -1Ahora os voy a contar lo que hice. Vi a un hombre sufriendo por su desnudez en invierno. Apiadado de él, sustraje un manto de mi casa y se lo di ocultamente al que padecía frío. 2Hijos míos, de lo que el Se­ñor os proporcione, apiadaos de todos, usando misericordia sin distinción y socorred la necesidad de todo ser humano, con bondad de corazón. 3Y si en cualquier momento no podéis dar a quien lo necesita, compadeceos de él con entrañas de misericordia. 4Si mi mano no encontraba en algún momento qué dar al necesitado, le acompañaba durante siete estadios llorando con él, y mis entrañas se volvían hacia él compasivamente.
8 -1Hijos míos, tened compasión con todo ser humano en misericor­dia, para que el Señor, movido también a compasión, se apiade de vos­otros. 2Porque, en los últimos días, el Señor enviará su piedad sobre la tierra y habitará donde encuentre entrañas de misericordia. 3En tanto el ser humano tenga compasión de su prójimo, así la tendrá el Señor. 4Pues cuando bajamos a Egipto, José no nos hizo daño alguno, sino que sintió compasión al verme. 5Acordándoos de su comportamiento, no seáis resentidos, hijos míos, sino amaos unos a otros y no andéis exami­nando la maldad de vuestro hermano. 6Eso rompe la unidad y desbarata todo sentimiento de familia, intranquiliza el alma y aniquila la existencia, pues el resentido no alberga en sí entrañas de misericordia.
9 -1Considerad las aguas: cuando marchan por un mismo cauce, arras­tran piedras, leños, tierra y arena. 2Pero si se divide en múltiples flujos, la tierra la absorbe y no pasa nada. 3Si os separáis, os ocurrirá lo mismo. 4No os dividáis en dos cabezas, porque todo lo que hizo el Señor tiene una sola [cabeza]. Él nos dio dos hombros, dos manos, dos pies, pero todos los miembros obedecen a una sola cabeza. 5He leído en las escrituras de mis padres que en los últimos días os apartaréis del Señor, habrá divisiones en Israel, seguiréis a dos reyes diferentes, cometeréis toda clase de abo­minaciones y adoraréis toda suerte de ídolos. 6Vuestros enemigos os esclavizarán y viviréis entre los gentiles con toda clase de enfermedades, tribulaciones y dolores del alma. 7Pero después os acordaréis del Señor, os arrepentiréis, y él os volverá a vuestra tierra, porque es misericordioso y lleno de piedad; no tiene en cuenta la maldad de los humanos, ya que son carne, y el espíritu del error los engaña en todas sus acciones. 8Después el Señor en persona se levantará sobre vosotros como la luz de la justicia, que lleva en sus alas curación y misericordia. Él rescatará a los hijos de los hombres de la cautividad de Beliar, y todos los espíritus del error serán hollados (por sus pies). Hará tornar a todos los pueblos al celo por su causa y veréis a Dios [en figura de hombre] (en el templo) que escogerá el Señor: Jerusalén es su nombre. 9Volveréis a irritarlo con vuestras malvadas acciones y seréis rechazados hasta el momento de la consumación.
10 -1Ahora, hijos míos no os entristezcáis por mi muerte ni quedéis postrados con mi marcha, 2pues resurgiré entre vosotros como un guía en medio de vuestros hijos. Me alegraré entre los de mi tribu, entre cuan­tos guardaron la ley del Señor y los preceptos de Zabulón, su padre. 3Pero sobre los impíos hará caer Dios un fuego eterno y los hará perecer para siempre. 4Ahora corro hacia mi descanso, como mis padres. 5Temed al Señor, vuestro Dios, con toda energía durante todos los días de vuestra vida.
6Tras haber pronunciado estas palabras, se durmió con un sueño dulce, y sus hijos lo depositaron en un féretro. 7Luego, subiéndole a Hebrón, lo enterraron con sus padres.



TESTAMENTO DE DAN

Sobre la ira y la mentira

1 -1Copia de las palabras que Dan pronunció ante sus hijos en los últimos días, cuando tenía ciento veinticinco años. 2Convocó a su familia y les dijo:
—Oíd, hijos de Dan, mi discurso; atended a las palabras de la boca de vuestro padre. 3Tengo la prueba, en mi corazón y en mi vida, de que es hermosa y agradable a Dios la verdad unida al bien obrar y son malas la mentira y la ira, porque enseñan al hombre toda clase de maldad. 4Os confieso hoy, hijos míos, que me alegré en mi corazón de la muerte de José, hombre bueno y verdadero. 5Me alegré con la venta de José, ya que mi padre lo amaba más que a nosotros. 6El espíritu de la envidia y del orgullo me decía: «Tú también eres su hijo». 7Uno de los espíritus de Beliar colaboraba conmigo y me decía: «Toma esta espada y mata con ella a José: tu padre te amará una vez muerto él». 8Éste era el espíritu de la ira que me intentaba persuadir para que destrozara a José como una pantera devora a un cervatillo. 9Pero el Dios de Jacob nuestro padre no lo puso en mis manos cuando se encontraba solo ni me permitió come­ter la impiedad de aniquilar dos tribus en Israel.
2 -1Ahora, hijos míos, me estoy muriendo. Os digo en verdad que, si no os guardáis de los espíritus del engaño y de la ira, si no amáis la verdad y la magnanimidad, pereceréis. 2La ceguera habita en la ira, hijos míos, y no hay quien pueda ver a otra persona con verdad. 3Aunque sean el padre o la madre, los considera como enemigos y, aunque sea un hermano, no lo tiene en cuenta. Si es un profeta del Señor, no lo escucha. Si es un justo, no lo mira, y si es un amigo, no lo reconoce. 4El espíritu de la ira lo envuelve con las redes del engaño, ciega sus ojos, llena su mente de tinieblas con la mentira y le presenta su propia visión. ¿Con qué rodea sus ojos? Con el odio del corazón, por lo que adopta contra su hermano una postura envidiosa.
3 -1Malvada es la ira, hijos míos: es como un alma en el alma misma. 2Se apodera del cuerpo del iracundo, se enseñorea de su alma y propor­ciona al cuerpo una energía peculiar para cometer toda clase de impie­dades. 3Y cuando el alma ha obrado, justifica lo realizado, puesto que ya no ve. 4Por esta razón, el iracundo, si es hombre fuerte, posee una triple energía gracias a la ira: la primera, gracias a la fuerza y colaboración de sus subordinados; la segunda, por la riqueza, pues ejerce la persuasión a la fuerza, con lo que vence injustamente; la tercera, por la energía na­tural del cuerpo, gracias a la cual obra el mal. 5Pero si es débil el ira­cundo, posee una fuerza doble de la natural, ya que la ira le ayuda en todas sus iniquidades. 6Este espíritu, junto con el de la mentira, camina siempre a la diestra de Satanás, y sus acciones se realizan con crueldad y engaño.
4 -1Caed en la cuenta, pues, cómo la fuerza de la ira es cosa vana. 2Primero excita con las palabras; luego fortalece al airado con sus obras y turba su mente con amargas pérdidas, y así excita al alma con gran rabia. 3Cuando alguien hable contra vosotros, no os mováis a ira, y si alguien os alaba como bueno, no os ensoberbezcáis ni mudéis vuestro ánimo hacia el gusto o el disgusto. 4En primer lugar, la ira halaga el oído, y así espolea la mente a considerar el objeto que la excita. Luego, ya airado, piensa que se ha encolerizado con razón. 5Si sufrís algún daño o pérdida, hijos míos, no os conturbéis, porque este mismo espíritu hace apetecer lo perdido para encolerizarlo por el deseo. 6Si sufrís un daño voluntaria o involuntariamente, no os entristezcáis, pues de la tristeza se suscita la cólera junto con la mentira. 7La ira y el engaño son un mal doble, y ambos cooperan para conturbar la razón. Y cuando el alma se halla turbada continuamente, el Señor se aparta de ella y es dominada por Beliar.
5 -1Guardad, pues, hijos míos, los mandamientos del Señor y ob­servad su ley.
Apartaos de la cólera y odiad la mentira,
para que el Señor habite en vosotros y huya Beliar.
2Que cada uno hable verdad a su prójimo;
así no caeréis en ira y confusión,
sino que permaneceréis en paz en posesión del Señor de la paz
y no se apoderarán de vosotros los conflictos.
3Amad al Señor durante toda vuestra vida,
y unos a otros con un corazón verdadero.
4Sé que en los días postreros os apartaréis del Señor,
que irritaréis a Leví y os opondréis a Judá,
pero no podréis contra ellos,
pues el ángel del Señor los guiará,
ya que en ellos subsistirá Israel.
5Cuando os apartéis del Señor, cometeréis toda clase de maldad, perpe­trando las impiedades de los gentiles, fornicando con las mujeres de los impíos con toda clase de perversiones, impulsados en vuestro interior por los espíritus del error. 6He leído en el libro de Henoc el justo que vues­tro jefe es Satanás y que todos los espíritus de la fornicación y del orgullo se levantarán contra Leví para tender asechanzas a sus hijos y hacerlos pecar ante el Señor. 7Mis hijos se irán acercando a Leví para pecar con ellos en todo. Los hijos de Judá serán avariciosos, arrebatando lo ajeno como leones. 8Por esta razón seréis conducidos con ellos a la cautividad, y allí os sobrevendrán todas las plagas de Egipto y los males todos de los gentiles. 9Pero así os convertiréis al Señor y obtendréis misericordia; él os conducirá hacia su santuario invocando la paz sobre vosotros. 10Os suscitará de las tribus de Judá y Leví la salvación del Señor.
Hará la guerra a Beliar
y otorgará una venganza victoriosa de nuestros enemigos.
11Arrebatará los cautivos —las almas de los santos— a Beliar,
hará volver hacia el Señor los corazones desobedientes
y concederá a los que le invoquen paz eterna.
12Descansarán en el Edén los santos,
y los justos se alegrarán por la nueva Jerusalén,
que subsistirá para gloria de Dios por siempre.
13Nunca más permanecerá desierta Jerusalén,
ni Israel será sujeto a esclavitud,
porque el Señor estará en medio de ella,
[conviviendo con los hombres,]
el Santo de Israel reinando sobre ellos
[en humildad y pobreza; el que crea en él reinará en verdad en los cielos].
6 -1Hijos míos, temed al Señor y protegeos de Satanás y sus espíri­tus. 2Acercaos a Dios y al ángel que intercede por vosotros, porque él es el mediador entre Dios y los hombres para la paz de Israel y se opon­drá al reino del enemigo. 3Por ello se apresurará el adversario a hacer caer a todos cuantos invocan al Señor. 4Pues sabe que, en el día en que crea Israel, se acabará el reino del enemigo. 5El ángel de la paz fortale­cerá a Israel para que no se precipite en el colmo de los males. 6[En la época de la impiedad de Israel, el Señor se apartará de él y se dirigirá hacia los gentiles que cumplan su voluntad,] pues ninguno de los ánge­les es semejante a él. 7Su nombre se hallará en todo lugar de Israel [y entre los gentiles] como salvador. 8Guardaos, pues, hijos míos, de toda obra malvada, arrojad de vosotros toda cólera y mentira; amad, por el contrario, la verdad y la magnanimidad. 9Las palabras que habéis oído de boca de vuestro padre transmitidlas a vuestros hijos [para que os reciba el Salvador de los gentiles. Él es amigo de la verdad y magnánimo, manso y humilde, y enseña con sus obras la ley de Dios]. 10Apartaos, pues, de toda maldad y apegaos a la justicia de la ley del Señor: entonces mi linaje será salvo por siempre. 11Enterradme cerca de mis padres.
7 -1Tras haber pronunciado estas palabras, los besó y concilió el sueño eterno. 2Sus hijos lo enterraron, pero luego llevaron sus huesos al lado de los de Abrahán, Isaac y Jacob. 3[Y tal como lo profetizó Dan —que habían de olvidarse de la ley de su Dios, que verían alejados de la tierra de su heredad, del linaje de Israel, de su familia y descenden­cia—, así ocurrió].



TESTAMENTO DE NEFTALÍ

Sobre la bondad natural

1 -1Copia del testamento de Neftalí, de lo que dispuso en el momen­to de su muerte, cuando tenía ciento treinta y dos años. 2Se reunieron sus hijos en el mes séptimo, el cuarto día, cuando aún gozaba de salud, y preparó para ellos un blanquete con abundancia de bebida. 3Al desper­tarse por la mañana, les dijo:
—Me estoy muriendo.
Pero no le creían. 4Alabó al Señor y les confirmó que tras el ban­quete, ya celebrado el día anterior, habría de morir. 5Comenzó, pues, a decir a sus hijos:
—Escuchad, hijos míos, descendientes de Neftalí; escuchad las pa­labras de vuestro padre. 6Yo nací de Bala. Pero ya que Raquel había actuado astutamente y había dado Bala a Jacob en vez de ella misma, y porque mi madre me alumbró sobre las rodillas de Raquel... por todo ello fui llamado Neftalí. 7Raquel me amó porque había nacido sobre sus rodillas. Cuando yo era aún un muchacho tierno, me besaba y decía: «¡Ojalá pueda ver yo un hermano tuyo parecido a ti nacido de mi vien­tre!».
8Por eso José era semejante a mí en todo por las plegarias de Raquel. 9Pero mi madre es Bala —hija de Roteo, hermano de Débora, la nodriza de Rebeca—, que nació el mismo día que Raquel. 10Roteo era del linaje de Abrahán, caldeo, temeroso de Dios, libre y noble. 11Hecho prisio­nero, fue comprado por Labán, quien le dio como mujer a Ena, su sierva. Ésta le parió una hija a la que llamó Zelfa, según el nombre del lugar en que había sido hecho prisionero. 12Luego dio a luz a Bala y dijo:
—Mi hija es mujer ansiosa de novedades, pues nada más nacer ya se apresura a mamar.
2 -1Puesto que yo era ligero de pies como un ciervo, mi padre Jacob me utilizaba como portador de noticias y mensajes. También me bendijo como a un ciervo.
2El ceramista conoce su vasija —qué capacidad ha de tener— y em­plea para ello el barro apropiado: así el Señor fabrica el cuerpo a seme­janza del espíritu y dispone éste según la fuerza de aquél. 3No hay des­armonía de uno respecto al otro ni en un pelo, pues toda creación del Altísimo está hecha según peso, medida y regla. 4El ceramista conoce el empleo de cada una de sus vasijas, para qué es apropiada; así el Señor conoce el cuerpo, hasta dónde se extenderá en lo bueno y hasta dónde llegará en lo malo. 5Pues no hay forma alguna ni pensamiento que no conozca el Señor: él ha creado a todo ser humano según su semejanza. 6Según su fuerza, así es su acción; según su mente, así sus realizaciones. Según su propósito, así su actuación. Como es su corazón, así también su boca. Como es su ojo, así su sueño, y como es su alma, así su palabra, según la ley del Señor o según la de Beliar. 7Como hay una división entre luz y tinieblas y entre la vista y el oído, así la hay entre un hombre y otro, entre una mujer y otra: no puede decirse que alguno sea igual a otro en apariencia y entendimiento. 8Dios ha hecho todas las cosas her­mosas según un orden: cinco sentidos en la cabeza; a ésta va unido el cuello y el cabello como adorno; luego, el corazón para el entendimiento, el vientre para excreción del estómago, la tráquea para la salud, el hígado para la ira, la bilis para la amargura, el bazo para la risa, los riñones para la astucia, los lomos para la fuerza, las costillas para servir de recipiente (a los pulmones), la cadera para la potencia y así sucesivamente. 9Así pues, hijos míos, que todas vuestras obras se realicen para el bien dentro de un orden, por lo que no hagáis nada desordenado por desprecio ni fuera de su momento oportuno. 10Si ordenaras a tu ojo oír, no podría; así tampoco podréis hacer las obras de la luz en las tinieblas.
3 -1No os apresuréis a desvirtuar vuestras acciones por la avaricia ni a engañar vuestras almas con vanas palabras, porque guardando silencio con pureza de corazón aprenderéis a manteneros firmes en la voluntad de Dios y arrojar fuera la del diablo. 2El sol, la luna y las estrellas no cambian su orden: no trastoquéis tampoco vosotros la ley de Dios por el desorden de vuestras acciones. 3Los gentiles, equivocados y apartados del Señor, cambiaron su orden: fueron tras piedras y leños siguiendo a los espíritus del error. 4No seáis así vosotros, hijos míos, sino reconoced en el firmamento, en la tierra y el mar y en todas sus obras al Señor que todo lo creó, para que no seáis como Sodoma, que trastocó el orden de su naturaleza. 5Igualmente cambiaron el orden de su naturaleza los Vi­gilantes, a quienes condenó el Señor a la maldición del diluvio, por cuya culpa dejó la tierra desierta, sin frutos ni asentamientos humanos.
4 -1Os digo esto, hijos míos, porque he leído en el sagrado libro de Henoc que también vosotros os apartaréis del Señor, caminando por las maldades de los gentiles y cometiendo todas las impiedades de Sodoma. 2El Señor traerá sobre vosotros la esclavitud y serviréis allí a vuestros enemigos; os veréis abrumados por toda clase de daños y tribulaciones hasta que el Señor os aniquile a todos. 3Pero después que os haya dis­minuido y reducido a la insignificancia, os convertiréis y reconoceréis al Señor vuestro Dios. Él os hará volver a vuestra tierra según la abundancia de su misericordia. 4Pero ocurrirá que, cuando tornen a la tierra de sus padres, volverán a olvidarse del Señor y actuarán impíamente. 5El Señor los dispersará sobre la faz de la tierra hasta que venga su misericordia [un hombre que obra justamente y es misericordioso con todos, con los lejanos y los cercanos].
5 -1Cuando tenía yo cuarenta años, vi en una visión, en el Monte de los Olivos, al este de Jerusalén, que el sol y la luna se habían quedado inmóviles. 2Entonces Isaac, nuestro abuelo, nos dijo:
—Corred y coja cada uno según su fuerza: el sol y la luna serán de quien los tome.
3Todos corrimos a la vez. Leví se apoderó del sol, y Judá, adelantán­dose, de la luna, y ambos fueron elevados a lo alto con los astros. 4Cuando Leví era ya como el sol, un joven le entregó doce ramos de palmera. Judá resplandecía como la luna, y bajo sus pies había doce rayos. 5Leví y Judá corrieron y se apoderaron de ellos. 6Sobre la tierra había un toro que tenía dos cuernos grandes y alas de águila sobre su lomo. Quisimos cogerlo, pero no pudimos. 7José se adelantó y lo cogió, subiendo con él a lo alto. 8Vi que estábamos en un jardín y que una escritura santa se nos aparecía y nos decía: Los asirios, medos, persas, elamitas, [gelaqueos,] caldeos y sirios recibirán como herencia las doce tribus cautivas de Israel.
6 -1Otra vez, siete meses después, vi a mi padre Jacob de pie en el mar de Yamnia, y nosotros sus hijos estábamos con él. 2Y he aquí que arribaba un navío lleno de salazones, pero sin marineros ni patrón, que tenía grabado el nombre de «Barco de Jacob». 3Nos dijo nuestro padre:
—Embarquémonos en nuestra nave. 4Así lo hicimos, y se desenca­denó una fuerte tormenta y un terrible vendaval. Nuestro padre, que iba al timón, fue arrebatado de nuestro lado. 5Nosotros, empujados por la tormenta, éramos llevados por el mar. La nave se llenó de agua y se veía agitada por tremendas olas hasta que zozobró. 6José huyó sobre un es­quife, y nosotros nos repartimos sobre diez tablas, pues Leví y Judá iban sobre la misma. 7Nos dispersamos todos hasta los últimos confines (del mar). 8Pero Leví se cubrió de saco y rogó por todos nosotros al Señor. 9Cuando cesó la tormenta, el barco se aproximó a tierra, como (se hace cuando hay) calma. 10Y he aquí que en él llegó nuestro padre Jacob y todos nos alegramos con un solo corazón.
7 -1Conté los dos sueños a mi padre, quien me dijo:
—Es necesario que se cumplan estas cosas en su momento oportuno, después que Israel haya sufrido mucho.
2Luego añadió mi padre:
—Tengo confianza en Dios de que José vive; continuamente y por todas partes el Señor lo sigue contando como uno de nosotros.
3Y, llorando, prosiguió:
—Vives, José, hijo mío, pero no te veo; y tú tampoco ves a Jacob, el que te engendró.
4Estas palabras suyas nos hicieron llorar también a nosotros. Mis entrañas ardían en deseos de decirle que José había sido vendido, pero sentí temor de mis hermanos.
8 -1Ved, hijos míos, cómo os he mostrado los últimos tiempos, ya que todo sucederá así en Israel. 2Ordenad, pues, a vuestros hijos que sean uno con Leví y Judá,
pues por éste surgirá la salvación para Israel,
y en él será bendito Jacob.
3Por medio de su tribu se revelará Dios
[habitando entre los hombres] sobre la tierra
para salvar al pueblo de Israel
y congregará a los justos de entre los gentiles.
4Si obráis el bien, hijos míos,
nos bendecirán los hombres y los ángeles,
y Dios será glorificado entre los gentiles por vuestro medio.
El diablo huirá de vosotros y las fieras os temerán.
5[Si uno educa a su hijo convenientemente, deja un buen recuerdo de sí; igualmente, la obra buena tiene ante Dios un buen recuerdo.]
6Pero al que no obre el bien
lo maldecirán los ángeles y los hombres;
Dios se verá privado de gloria entre los gentiles por su causa,
y el diablo habitará en él como en propio receptáculo.
Las fieras le dominarán,
y el Señor lo odiará.
7Pues los mandamientos de la ley son dobles,
y hay que cumplirlos con prudencia.
8Pues hay un momento para la unión con la propia mujer
y otro de abstenerse para la oración.
9Las dos cosas son mandamiento y, si no ocurren en su orden, hacen al hombre cometer pecado. Y lo mismo ocurre con el resto de los precep­tos. 10Sed, pues, sabios en Dios y prudentes, y reconoced el orden de sus mandamientos y las leyes de cada asunto, de modo que el Señor os ame.
9 -1Ordenándoles muchas cosas por el estilo, les pidió que transpor­taran sus huesos a Hebrón y que lo enterraran con sus padres. 2Comió y bebió con alegría. Luego cubrió su rostro y murió.
3Sus hijos hicieron todo lo que les ordenó Neftalí, su padre.


Apéndice
Testamento Hebreo de Neftalí

Éste es el Testamento de Neftalí, hijo de Jacob.
1 -1Testamento de Neftalí. Neftalí hijo de Jacob, a quien dio a luz Bala, sierva de Raquel. Luchas de Dios.
Cuando Neftalí se hizo viejo y había alcanzado una buena vejez, tras llegar al final en plenitud de fuerzas y cumplir los deberes de un ser humano que anda ya curvado, comenzó a dar órdenes a sus hijos. Les dijo así:
―Hijos míos: venid, acercaos y recibid los mandatos de vuestro padre.
2Respondieron:
―Aquí estamos para oír y poner en práctica todo lo que nos ordenes.
3Añadió Neftalí:
―No tengo ninguna orden para vosotros respecto a mi plata y oro, ni tampoco sobre las riquezas que os dejo bajo (la luz) del sol. No voy a ordenaros acciones difíciles que podáis ejecutar, sino que os hablo de algo fácil que podréis cumplir.
4Respondieron por segunda vez sus hijos:
―Háblanos, padre; nosotros te oímos.
5Continuó Neftalí:
―No os doy otro mandamiento que el del temor de Dios. A él serviréis, manteniéndoos apegados a él.
6Replicaron:
―¿Qué necesita él de nuestros servicios?
Les dijo:
―No necesita de ningún ser creado, sino que todas las criaturas del mundo le necesitan a él. No ha creado Dios el mundo en vano, sino para que le teman sus criaturas y nadie haga con el prójimo lo que no desea que hagan con él.
7Dijeron así:
―Padre nuestro, ¿acaso has visto que nos hayamos apartado a izquierda o derecha de tus caminos o del de nuestros padres?
8Les respondió:
―Testigo es Yahvé y lo soy yo mismo de que así es, como habéis hablado. Mas temo los tiempos venideros: que erréis tras los dioses de los extranjeros, caminéis según los preceptos de los pueblos de la tierra y os juntéis con los hijos de José en vez de con los de Leví y Judá.
9Le preguntaron:
―¿Qué ves como para darnos tales órdenes?
10Respondió Neftalí:
―Porque sé que los hijos de José van a apartarse de Yahvé, el Dios de nuestros padres, harán pecar a los hijos de Israel y habrán de sufrir cautividad, (saliendo) de una tierra buena a otra extraña, tal como nos ocurrió a nosotros por su causa para servir como esclavos en Egipto.
2 -1Además quiero contaros la visión que contemplé cuando estaba apacentando el ganado. 2Resultó que vi a mis doce hermanos guardando los rebaños conmigo en el campo. Entonces vino nuestro padre y nos dijo:
―Hijos míos: corred, y que cada uno coja, según sus fuerzas, la porción que le corresponda.
3Le respondimos:
―¿Qué tomamos? No vemos más que el sol, la luna y las estrellas.
Él respondió:
―Cogedlas.
4Cuando Leví lo oyó, tomó un bastón en su mano, saltó hacia el sol, se sentó y cabalgó sobre él. 5Cuando lo vio Judá, hizo lo mismo: tomó otro bastón, saltó hacia la luna y cabalgó sobre ella. 6Igualmente hicieron las otras tribus. Cada uno de ellos se puso a cabalgar sobre su estrella y planeta en el cielo. Únicamente José quedó solo en tierra. 7Le dijo entonces Jacob, nuestro padre:
―Hijo mío: ¿por qué no has obrado tú como tus hermanos?
Respondió:
―Padre mío: ¿qué les interesa a los nacidos de mujer el cielo? Al final tendrán que quedarse en la tierra.
3 -1Cuando (terminó) José de hablar, apareció junto a él un toro corpulento. Tenía grandes alas, como las de una cigüeña, y sus cuernos eran tan recios como los de un búfalo. 2Jacob le dijo:
―José, hijo mío, sube y cabalgo sobre él.
3Subió José y cabalgó sobre el toro. Entonces Jacob, nuestro padre, se marchó de nuestro lado. 4Durante cuatro horas estuvo José gloriándose a lomos del toro. Durante un rato anduvo paseando y corriendo y, durante otro, volando hasta que se acercó a Judá. Hizo tremolar entonces un estandarte que tenía en su mano y comenzó a golpear a Judá, su hermano. 5Le dijo Judá:
―Hermano mío: ¿por qué me golpeas?
6Respondió José:
―Porque tienes en tus manos doce bastones y yo sólo uno. Dame diez y habrá paz.
7Pero Judá rehusó dárselos. Entonces le golpeó José hasta que le quitó los diez en contra de su voluntad, de modo que no quedaron en las manos de Judá más que dos. 8José dijo a sus diez hermanos:
―¿Qué interés tenéis en correr detrás de Judá y Leví? Dejadles y venid detrás de mí.
9Cuando oyeron los hermanos estas palabras de boca de José, dejaron ―como un solo hombre― a Leví y a Judá para caminar en pos de él. No permanecieron con Judá más que Benjamín y Leví. 10Cuando éste lo vio, descendió del sol con el espíritu conturbado. 11Habló entonces José a Benjamín, su hermano:
―Benjamín, hermano mío, ¿acaso no eres tú hermano? Ven tú también conmigo.
Pero Benjamín rehusó ir con José, su hermano. 12Cuando llegaba a su fin el día, se produjo un viento tempestuoso que separó a José de sus hermanos, de tal modo que no permanecieron juntos ni dos siquiera.
13Cuando (terminé) de ver esta visión, se la conté a Jacob, mi padre. Me dijo:
―Hijo mío, ese sueño no se cumplirá, porque no se ha repetido dos veces.
4 -1No pasó mucho tiempo hasta que contemplé una segunda visión. Estábamos todos con nuestro Jacob a la orilla del Mar Grande. 2Entonces (vi) un navío que navegaba por el mar sin marinos ni pasajeros. 3Nos habló así nuestro padre:
―¿Veis vosotros lo que yo estoy viendo?
Le respondimos:
―Lo vemos también.
4Añadió él:
―Miradme y haced lo mismo.
Se despojó Jacob de sus vestiduras y se lanzó al mar. Nosotros obramos igual. 5Los primeros fueron Leví y Judá: saltaron dentro (del barco) y con ellos Jacob. 6En el navío había de todos los bienes del mundo. 7Les dijo Jacob, nuestro padre:
―Mirad, por favor, en el mástil: a ver qué está escrito en él. No hay barco que no tenga escrito el nombre del dueño sobre el mástil.
8Miraron con detenimiento Leví y Judá y vieron la siguiente inscripción: «Este navío pertenece al hijo de Beraquiel, junto con todos los bienes que hay en él». 9Cuando lo oyó Jacob, nuestro padre, se alegró, se arrodilló, pronunció una alabanza a Yahvé, ¡bendito sea!, y exclamó:
―No sólo me ha bendecido en la tierra, sino también en el mar.
10Luego, nos dijo:
―Hijos míos: comportaos como valientes, y lo que cada uno coja será su porción.
11Al momento saltó Leví sobre el palo mayor que había en el navío y se asentó sobre él. 12En segundo lugar saltó Judá sobre el palo de mesana, cercano al de Leví, y se asentó también sobre él. 13El resto de mis hermanos cogió cada uno su remo. Jacob, nuestro padre, tomó los dos gobernalles con los que dirigir el barco. 14Únicamente José permaneció aislado. Le dijo nuestro padre:
―José, hijo mío, coge tú también el remo.
Pero José no quiso. 15Cuando vio nuestro padre que José se había negado a coger el remo, le dijo:
―Acércate, hijo mío, y hazte cargo de uno de los gobernalles y dirige tú el barco. Tus hermanos remarán hasta que nos acerquemos a tierra.
16Entonces nos instruyó a cada uno y añadió:
―Así debéis gobernar el navío. No tengáis miedo de las olas del mar y del viento tempestuoso cuando sople contra vosotros.
5 -1Ocurrió que, cuando acabó sus instrucciones, se marchó de nuestro lado. 2Tomó entonces José los dos timones, uno con su derecha y el otro con la izquierda, y el resto de mis hermanos continuó remando. Navegaba el barco y se deslizaba sobre la superficie del mar. 3Leví y Judá seguían sentados sobre ambos mástiles para ver qué rumbo seguía el navío. 4Durante el tiempo en que estuvieron de acuerdo José y Judá, impartiendo éste instrucciones a José sobre el rumbo correcto y gobernando así la embarcación, navegaba ésta en paz y sin contratiempos. 5Pero, al cabo de un rato, se produjo una disputa entre José y Judá, por lo que aquél no orientaba el navío conforme a las palabras de nuestro padre y las instrucciones de Judá. El barco tomó entonces un rumbo equivocado, y las olas del mar lo golpearon contra las rocas hasta que zozobró.
6 -1Entonces descendieron Leví y Judá de los mástiles para ponerse a salvo. También el resto de mis hermanos ―cada uno de nosotros― puso a salvo su vida (dirigiéndose) hacia tierra. 2Vino Jacob, nuestro padre, y nos encontró dispersos, cada uno por su lado. 3Nos habló así:
―¿Qué os pasa, hijos míos? Quizá no hayáis gobernado la nave como se debía, según os ordené.
4Le respondimos:
―¡Por la vida de tus siervos! No nos hemos apartado de lo que nos ordenaste. Pero José ha transgredido tu palabra, ya que no ha gobernado el barco según tus órdenes y lo que le indicaron Judá y Leví, por envidia hacia ellos.
5Añadió Jacob:
―Indicadme dónde está (el barco).
Miró y vio que las puntas de los mástiles eran visibles y que (de hecho el barco) flotaba sobre la superficie de las aguas. 6Nuestro padre lanzó un silbido, y nos congregamos junto a él todos. 7Se arrojó al mar como anteriormente y reparó el barco. 8Luego, reprendió a José:
―No continúes, hijo mío, con tus engaños y celos respecto a tus hermanos, pues poco ha faltado para que perecieran todos ellos por tu causa.
7 -1Cuando le conté esta visión, mi padre batió las palmas de sus manos, suspiró y se escaparon unas lágrimas de sus ojos. 2Me mantuve a la espera avergonzado, pero no me dijo ni una palabra. 3Tomé su mano, apretándola y besándola, y le dije:
―¡Ay! siervo de Yahvé, ¿por qué vierten lágrimas (tus ojos)?
4Me respondió:
―Hijo mío: al repetirse tu visión, se ha hundido mi corazón y mi cuerpo está abatido a causa de José, mi hijo, pues yo le quise a él más que a todos vosotros. Pero, por la maldad de José, seréis conducidos a la esclavitud y quedaréis dispersos entre los pueblos. 5Tu primera visión y la segunda son como una sola. Por ello, hijos míos, os ordeno que no os juntéis con los hijos de José, sino con los de Leví y Judá.
8 -1Os anuncio, además, que mi lote estará en lo mejor del centro del país: comeréis y os saciaréis con lo más delicado. 2Pero —os aviso— no andéis coceando, cuando os encontréis entre vuestras delicias, ni seáis revoltosos oponiéndoos al mandato de Yahvé, que os sacia con lo mejor de la tierra. 3No olvidéis a Yahvé, nuestro Dios y el de vuestros antepasados, que escogió a nuestro padre Abrahán cuando se separaron las diversas estirpes en tiempos de Peleg. 4Pues entonces descendió el Santo desde el alto cielo e hizo bajar también a sesenta ángeles servidores con Miguel a la cabeza. 5Mandó a cada uno de ellos que enseñaran a las setenta familias, salidas de los lomos de Noé, las setenta lenguas. 6Al instante descendieron los ángeles y obraron como les había ordenado el Creador. Pero la lengua santa, la hebrea, sólo quedó en las casas de Sem y Eber y en la de Abrahán, nuestro padre, que fue uno de sus descendientes.
9 -1Aquel día trajo Miguel un mensaje del Santo, ¡bendito sea!, y habló así a cada uno de los setenta pueblos por separado:
2—Conocéis la rebelión que perpetrasteis y la confabulación que tramasteis contra el Señor de cielos y tierra. Pero elegid ahora, hoy mismo a quién vais a servir y quién será vuestro intercesor en lo alto.
3Respondió así el malvado Nemrod:
—Para mí no hay nadie mayor que el que nos enseñó, a mí y a mi pueblo, en una hora el lenguaje de Kus.
4Respondieron también Put, Mizraím, Tubal, Javán, Musek y Tirás, e igualmente cada pueblo escogió su ángel, pero ninguna nación recordó el nombre del Santo, ¡bendito sea!
5Dijo Miguel a Abrahán nuestro padre:
— ¿A quién vas a escoger tú y a quién servirás?
Respondió Abrahán:
—Yo elijo y escojo solamente a aquel que pronunció una palabra y existió el mundo, a aquel que me formó en el seno de mi madre, como un cuerpo dentro de otro cuerpo, y que dispuso en mí espíritu y alma. A él escogeré y a él me uniré, yo y mi descendencia, por siempre.
10 -1Entonces dispersó el Altísimo a todas las naciones y repartió a cada una de ellas su suerte y porción. 2Y desde ese momento todos los pueblos de la tierra se separaron del Santo, salvo la casa de Abrahán, que fue la única en permanecer junto a su Creador para servirle; y tras Abrahán fueron Isaac y Jacob. 3Por ello, hijos míos, os conjuro que no os apartéis (de él) y no sirváis a ningún otro Dios salvo aquel que escogieron vuestros padres. 4Pues sabéis muy bien que no hay como él, ninguno que pueda actuar como él en sus obras de cielos y tierra, y no hay nadie que pueda obrar maravillas como sus proezas. 5Podéis comprender una parte de su fuerza por la creación del hombre, ¡cuántas maravillas hay en él! 6Él lo creó desde la cabeza hasta los pies, con sus oídos para oír, sus ojos para ver, su mente para comprender y su nariz para oler. Con la tráquea emite su voz; en su esófago introduce comida y bebida; con su lengua habla; con su boca completa (¿la enseñanza?); con sus manos hace su trabajo; con su corazón forma planes; con su bazo se ríe, y con su hígado se irrita; con su estómago digiere; con sus pies camina; sus pulmones (sirven) para respirar, y con sus riñones recibe consejo.
7Ninguno de sus miembros cambia de función, sino que cada uno de ellos (permanece) en su ámbito. 8Por ello conviene al ser humano dejar bien asentado en su corazón todas estas cosas: quién ha sido su Creador; quién le ha formado a partir de una gotita maloliente en las entrañas de la mujer; quién le ha sacado a la luz del mundo y le ha otorgado la luz de los ojos, la marcha de los pies; quién le hace estar de pie y lo sitúa sobre su fundamento y lugar; quién le ha preparado buenas recompensas en la sede de su entendimiento; (quién) ha vertido sobre él hálito de vida y espíritu puro que de él viene. 9Feliz el hombre que no mancha el espíritu santo y divino que ha sido colocado y respira en su interior. Feliz él si lo devuelve tan puro al Creador como en el día en que le fue entregado.
10Hasta aquí las palabras de Neftalí, hijo de Israel, con las que exhortó a sus hijos con palabras que son más dulces que la miel.
Final del Testamento de Neftalí, hijo de Jacob.



TESTAMENTO DE GAD

Sobre el odio

1 -1Copia del testamento de Gad, de las palabras que dirigió a sus hijos cuando tenía ciento veinticinco años. Les dijo:
2—Yo fui el noveno hijo de Jacob y era un valiente guardando los rebaños. 3Vigilaba de noche el rebaño, y cuando se acercaba un león, lobo, pantera, oso u otra fiera al aprisco, la perseguía, la cogía con mi mano por una pata y, haciéndola girar, la dejaba aturdida, la perseguía luego a lanzazos durante dos estadios y así acababa con ella. 4José per­maneció con nosotros durante treinta días guardando los rebaños, pero como era delicado, enfermó por el calor. 5Se volvió entonces a Hebrón, junto a su padre. Éste hizo que se recostara junto a él porque le amaba. 6Dijo José a nuestro padre:
—Los hijos de Zelfa y de Bala sacrifican lo mejor del ganado y se lo comen, contra la opinión de Judá y Rubén.
7Él había visto que yo había arrancado un cordero de la boca de un oso, que había matado a éste, sacrificado al cordero —con gran tristeza, ya que no podía vivir más— y que nos lo habíamos comido. Y José se lo había dicho a nuestro padre. 8Yo estaba irritado contra él por esta acción hasta el día de su venta a Egipto. 9El espíritu del odio residía en mí y no deseaba ni ver ni oír hablar de José. Incluso nos reprendía porque habíamos comido las crías sin Judá. Y en todo lo que hablaba a nuestro padre lo convencía.
2 -1Confieso ahora mi pecado, hijos míos, porque quise muchas veces acabar con él; le odiaba con toda mi alma, y en mis entrañas no había hacia él ningún sentimiento de compasión. 2Mi odio aumentaba también por sus ensueños y deseaba borrarle de la tierra de los vivos como un ternero arranca la hierba del suelo. 3Por esta razón, Judá y yo lo vendi­mos a los ismaelitas por treinta monedas de oro. Ocultamos diez y mos­tramos a nuestros hermanos las veinte restantes. 4Así, por avaricia, di cumplimiento a la idea de aniquilarle. 5Pero el Dios de mis padres lo salvó de mis manos para que no llegara a cometer una impiedad en Israel.
3 -1Prestad oídos, hijos míos, a mis rectas palabras, para que prac­tiquéis la justicia, cumpláis toda la ley del Altísimo y no os dejéis enga­ñar por el espíritu del odio, porque es éste un mal que invade todas las acciones de los hombres. 2Todo lo que se haga es malo a los ojos de quien está lleno de odio. Si alguien cumple la ley del Señor, no lo alaba; si otro teme al Señor y desea lo justo, no le gusta. 3Vitupera la verdad, envidia a quien prospera, saluda a la calumnia y ama el orgullo. El odio ciega su alma; de esta manera veía yo a José.
4 -1Guardaos, pues, hijos míos, del odio, porque comete impiedades, incluso contra el Señor. 2No quiere prestar oídos a las palabras de sus preceptos sobre el amor al prójimo y peca contra Dios. 3Si un hermano da un mal paso, desea enseguida anunciárselo a todos y se apresura para que sea juzgado y muera por ello castigado. 4Si se trata de un siervo, lo arroja ante su señor y maquina con toda clase de presiones a ver si puede matarlo. 5El odio colabora con la envidia contra los que tienen éxito; oyendo y contemplando sus progresos, se siente enfermo. 6El amor quiere incluso resucitar a los muertos y anhela retener en la vida a los que se hallan en trance de perecer; el odio, por el contrario, desea matar a los que viven y no quiere dejar vivir a los que han errado mínima­mente. 7El espíritu del odio, con su estrechez de miras, colabora con Satanás en todo para procurar la muerte a los hombres. El espíritu del amor, por el contrario, con su amplitud de corazón, colabora con la ley de Dios para la salvación de los hombres.
5 -1Malo es el odio porque se une continuamente con la mentira, habla contra la verdad, hace grande lo pequeño, presenta la oscuridad como luz, afirma que lo dulce es amargo, enseña la calumnia, ira, hostili­dad, violencia y todo cúmulo de males, y llena el corazón de diabólico veneno. 2Todo esto os lo digo, hijos míos, por propia experiencia, para que os apartéis del odio y os apeguéis al amor del Señor. 3La justicia expulsa al odio y la humildad lo aniquila. El justo y el humilde se avergüenzan de cometer injusticia, no porque alguien lo acuse, sino por su propio corazón, porque el Señor custodia su mente. 4No calumnia a nin­gún hombre, porque el temor del Señor vence al odio. 5Por miedo a ofender a Dios, no desea en absoluto hacer injusticia a ningún hombre, ni aun con el pensamiento. 6De todo esto me di cuenta al final, después de arrepentirme de lo de José. 7El verdadero arrepentimiento según Dios destruye la ignorancia, pone en fuga las tinieblas, ilumina los ojos, proporciona conocimiento al alma y conduce la mente hacia la salvación, 8pues lo que no aprende de los hombres lo conoce por el arrepentimien­to. 9El Señor me atribuló con una dolencia hepática. Y poco habría fal­tado para que mi espíritu se apartara de mí de no mediar las plegarias de Jacob, mi padre. 10Pues en lo que el hombre peca, ahí recibe su castigo.
11Como mi interior se comportaba sin piedad para con José, fui con­denado a sufrir sin piedad en mis entrañas durante once meses, el mismo tiempo que mantuve mi postura con José hasta que fue vendido.
6 -1Ahora, hijos míos, que cada uno ame a su hermano; arrancad, el odio de vuestros corazones amándoos unos a otros con obras, palabras y pensamientos. 2Porque yo, en presencia de mi padre, hablaba palabras de paz a José. Pero, cuando salía, el espíritu del odio entenebrecía mi mente y turbaba mi alma con el deseo de aniquilarlo. 3Amaos, pues, de corazón unos a otros, y si alguno comete una falta contra ti, díselo con paz, apartando el veneno del odio sin mantener el engaño en tu alma. Y si tras confesar su culpa se arrepintiere, perdónale. 4Si la niega, no entres con él en disputa, no sea que se empecine entre juramentos y co­metas tú una doble falta. 5[Durante una disputa no permitáis que un extraño escuche un secreto vuestro, para que no se haga vuestro enemigo por odio y cometa una gran falta contra ti. Porque muchas veces te hablará con engaño o se ocupará de tus cosas con mala intención, to­mando de ti mismo el veneno.] 6Pero si lo niega y se avergüenza de sentirse reprobado, quédate tranquilo y no continúes arguyéndole, pues el que niega, da muestras de arrepentimiento. No te ofenderá más, sino que te honrará, te temerá y mantendrá la paz contigo. 7Pero si es un desvergonzado y persiste en la maldad, perdónale de corazón y deja a Dios la venganza.
7 -1Si alguno prospera más que vosotros, no os entristezcáis, sino rogad por él para que progrese hasta el final: quizá os convenga así a vosotros. 2Si es ensalzado sobremanera, no sintáis envidia, recordando que todo hombre ha de morir. Entonad, por el contrario, un himno al Señor, que concede cosas buenas y convenientes a todos los hombres. 3Investiga los juicios del Señor, y él no te abandonará y proporcionará paz a tu mente. 4Si alguno se enriquece gracias a sus malvadas acciones, como Esaú mi tío, no le tengáis envidia: esperad a que el Señor le ponga coto, 5pues le arrebata su hacienda entre males, o le concede su perdón si se arrepiente, o le reserva para un castigo eterno. 6El pobre y carente de envidia, que da gracias al Señor por todo, es más rico que los demás, porque carece de las perversas preocupaciones de los hombres. 7Arrancad, pues, el odio de vuestras almas y amaos unos a otros con rectitud de corazón.
8 -1Transmitid también estas cosas a vuestros hijos, para que honren e Judá y a Leví, porque de ellos hará surgir el Señor al Salvador de Is­rael. 2Sé que al final se apartarán de ellos vuestros hijos y vivirán ante el Señor en toda clase de maldad, perversión y corrupción.
3Tras reposar un momento, volvió a hablarles:
—Hijos míos, obedeced a vuestro padre: enterradme cerca de mis progenitores.
4Encogió sus pies y se durmió en paz. 5Cinco años después, lo su­bieron y lo sepultaron en Hebrón, junto a sus padres.



TESTAMENTO DE ASER

Sobre las dos caras de la maldad y la virtud

1 -1Copia del testamento de Aser, de las palabras que habló a sus hijos cuando tenía ciento veinticinco años. 2Gozaba aún de buena salud cuando les dijo:
—Oíd, hijos de Aser, a vuestro padre y os mostraré todo lo que es recto ante Dios. 3Dos caminos dio él a los hombres, dos mentes, dos acciones, dos maneras (de vida) y dos fines. 4Por esta razón, todas las cosas existen por pares, una enfrente de otra. 5Hay dos caminos, del bien y del mal, y para ellos hay en nuestro pecho dos facultades que los juz­gan. 6Si el alma pretende estar en el buen camino, todas sus acciones se ejecutan en la justicia, y si peca alguna vez, enseguida se arrepiente. 7Pues, pensando rectamente y arrojando de sí la perversión, el alma derroca rápidamente a la maldad y erradica el pecado. 8Pero si la mente se inclina hacia lo malo, todas sus acciones se ejecutarán en la maldad. Al rechazar lo bueno y abrazar lo malo, es dominado por Beliar y, aun­que obre algo bueno, se le trocará en malo. 9Aunque comience como haciendo algo bueno, la finalidad de su acción le impulsará a obrar el mal, puesto que el tesoro de la mente se encuentra lleno del veneno del mal espíritu.
2 -1Hay almas que afirman de palabra la preponderancia del bien so­bre el mal, pero la finalidad de su acción las lleva hacia este último. 2Hay hombres... que no sienten compasión por aquel que les ayuda en el mal: también esto tiene dos caras, pero el conjunto es malo. 3También hay hombres que aman a quien obra el mal y se hallan tan inmersos en la maldad que, por causa del malvado, escogen morir en ella. Es claro que esto tiene dos caras, pero el conjunto es malo. 4Aunque haya amor, es algo malo, pues oculta en sí mismo la maldad. Lo que es bueno de pala­bra se hace malo al final de la acción. 5Otro roba, comete injusticia, saquea, defrauda, pero se apiada de los pobres. También esto tiene dos caras, pero el conjunto es malo. 6Defraudando a su prójimo irrita a Dios y jura en falso por el Altísimo, pero (a la vez) se apiada del pobre. Des­precia al Señor, que promulga la ley y lo llena de irritación, pero a la vez ofrece refrigerio al desvalido. 7Mancha el alma, pero embellece el cuerpo; aniquila a muchos y se apiada de unos pocos. También esto tiene dos caras, pero el conjunto es malo. 8Otro adultera y fornica, mas se abstiene de alimentos. Obra el mal mientras ayuna, y con su poderío y riqueza desuella a muchos, pero por su mismísima maldad cumple los manda­mientos. También esto tiene dos caras, pero el conjunto es malo. 9Los tales son como cerdos o liebres, que son puros a la mitad, pero que, en realidad, son impuros. 10Porque Dios así lo ha declarado en las tablas celestiales.
3 - 1Vosotros, pues, hijos míos, no seáis de doble faz como ellos, bue­nos y malos. Apegaos sólo a la bondad, porque Dios descansa en ella y los hombres la desean. 2Huid de la maldad, aniquilando al diablo con vuestras buenas acciones. Porque los de doble faz no sirven a Dios, sino a sus concupiscencias para agradar a Beliar y a los hombres que se les parecen.
4 -1Los hombres buenos y de una sola faz, aunque parezca que yerran a los ojos de los dobles, son justos ante Dios. 2Muchos que matan a los malos ejecutan dos obras, una buena a través de otra mala, pero el con­junto es bueno porque erradican lo malo y lo hacen perecer. 3Hay quien odia al misericordioso pero injusto, al adúltero y que a la vez ayuna. También esto tiene una doble faz, pero toda la obra es buena porque imita al Señor, no admitiendo lo que parece bueno en vez de lo que lo es de verdad. 4Otro no desea ni ver un día bueno en compañía de diso­lutos para no contaminar su boca ni manchar su alma. También esto tiene una doble cara, pero el conjunto es bueno. 5Esos tales son seme­jantes a las gacelas y cervatillos: porque por su condición agreste parecen animales impuros, pero en realidad son totalmente puros. Esos tales obran con celo divino alejándose de aquellas cosas que Dios odia y prohíbe por sus mandamientos, apartando lo malo de lo bueno.
5 -1Ved, pues, hijos míos, cómo hay dos aspectos en todas las cosas, uno frente al otro y uno oculto por el otro. En la riqueza (está oculta) la avaricia; en la alegría, la embriaguez; en la risa, las lamentaciones; en el matrimonio, la lujuria. 2A la vida sucede la muerte; al honor, la des­honra; al día, la noche, y a la luz, las tinieblas. Todas las cosas están bajo el día, y las justas bajo la vida. Por ello a la muerte le aguarda la vida eterna. 3No es posible afirmar que la verdad es mentira ni lo justo injusto, porque toda verdad está bajo la luz al igual que todo bajo la divinidad. 4He sometido a prueba todas estas cosas durante mi vida y no me dejé apartar de la verdad del Señor; investigué los mandamientos del Altísimo con todas mis fuerzas, caminando hacia lo bueno con una sola faz.
6 -1Atended también vosotros, hijos míos, a los mandamientos del Señor, siguiendo a la verdad con una sola faz. 2Los que tienen dos caras serán castigados doblemente, porque obran el mal y confraternizan con quienes lo hacen. Odiad a los espíritus del error, que luchan contra los hombres. 3Guardad la ley del Señor y no prestéis vuestra atención a lo malo como si de algo bueno se tratara. Considerad lo que es realmente bueno y conservadlo gracias a los mandamientos del Señor, volviéndoos hacia ello y fundando así vuestro descanso. 4Porque el final de los hom­bres muestra su justicia, siendo conocidos por los ángeles del Señor y de Beliar. 5Pero si el alma se marcha turbada, es atormentada por el mal espíritu a quien sirvió con sus concupiscencias y malvadas obras. 6Pero si lo hace tranquilamente y con alegría, llega a conocer al ángel de la paz, quien la conduce a la vida eterna.
7 -1Hijos míos, no seáis como Sodoma, que no conoció a los ángeles del Señor y pereció para siempre. 2Yo sé que pecaréis, que seréis entre­gados en manos de vuestros enemigos y nuestra tierra será desolada. Vuestro santuario será derruido y sufriréis la dispersión por los cuatro confines de la tierra; permaneceréis en la diáspora, despreciados como agua inutilizable hasta que el Altísimo visite la tierra.
3[Viniendo como hombre, comiendo y bebiendo con ellos] y aplas­tando sin peligro la cabeza del dragón en medio del agua: así salvará a Israel y a todas las naciones [Dios hablando en forma humana]. 4Decid, pues, estas cosas a vuestros hijos, para que no desobedezcan. 5He leído en las tablas celestiales que le desobedeceréis totalmente y que comete­réis terribles impiedades contra él, no atendiendo a la ley de Dios, sino a preceptos de hombres. 6Por ello sufriréis la dispersión, como Gad y Dan, mis hermanos, que no conocerán sus tierras, su tribu y su lengua. 7Pero el Señor os congregará fielmente por medio de la esperanza en su misericordia, a causa de Abrahán, Isaac y Jacob.
8 -1Tras haber pronunciado estas palabras, les dijo:
—Enterradme en Hebrón.
Murió después durmiéndose con un sueño apacible. 2Sus hijos cum­plieron luego lo que les había ordenado y, trasladándole, lo enterraron con sus padres.



TESTAMENTO DE JOSÉ

Sobre la continencia

1 -1Copia del testamento de José. Cuando iba a morir, convocó a sus hijos y hermanos y les dijo:
2—Hijos y hermanos míos:
escuchad a José, el amado de Israel;
prestad oídos, hijos, a vuestro padre.
3Yo vi en mi vida la envidia y la muerte,
pero no me desvié por la fidelidad del Señor.
4Mis hermanos me odiaron,
pero el Señor me amó;
ellos quisieron matarme,
pero el Dios de mis padres me guardó.
A una cisterna me bajaron,
pero el Altísimo me sacó.
5Fui vendido como esclavo,
pero el Señor me liberó.
Fui llevado a la cautividad,
pero su mano poderosa me ayudó.
Me sentí agobiado por el hambre,
pero el Señor me alimentó.
6Estuve solo,
pero Dios me consoló;
estaba enfermo,
pero el Altísimo me visitó.
Yacía encarcelado,
pero el Salvador se apiadó de mí.
Entre grilletes estaba,
pero él me desató.
7Me vi rodeado de calumnias,
pero él me defendió;
entre terribles palabras de los egipcios,
pero él me salvó;
entre las envidias de mis consiervos,
pero él me exaltó.
2 -1El chambelán del faraón me confió la administración de su casa. 2Luché contra una mujer desvergonzada que me impulsaba a pecar con ella. Pero el Dios de Israel, mi padre, me guardó de la ardiente llama. 3Sufrí prisión, golpes e improperios, pero el Señor me hizo hallar miseri­cordia ante los carceleros.
4Pues no abandona –a quienes le temen–
en tinieblas, cadenas, angustias o necesidades.
5Pues Dios no siente vergüenza como un hombre,
ni se aterroriza como un ser humano,
ni, como un terrestre, siente debilidad o es rechazado,
6sino que está presente en todas partes,
de diversas maneras ofrece su consuelo.
Se aparta brevemente
para probar los propósitos del alma.
7En diez pruebas me halló fiel,
en medio de todas ellas conservé mi buen ánimo.
Porque gran remedio es la perseverancia,
y muchos bienes proporciona la paciencia.
3 -1¡Cuántas veces me amenazó la egipcia con la muerte! ¡Cuántas veces, tras haberme castigado, me llamó a su lado y me cubrió de ame­nazas porque no quería yacer con ella! Me decía:
2—Serás el dueño de mi persona y de todas mis cosas si te entregas a mí. Tú serás como nuestro señor.
3Pero yo me acordaba de las palabras de mi padre Jacob y, encerrado en mi cámara, elevaba mis plegarias al Señor. 4Ayuné durante aquellos siete años, aunque aparecía ante los egipcios como quien vive entre de­licias, porque los que ayunan por el Señor reciben una faz agraciada. 5Si mi señor salía de casa, no bebía vino. Durante tres días no tomaba ali­mento, sino que lo repartía entre los pobres y enfermos. 6Madrugaba para rogar al Señor y derramaba lágrimas por la egipcia, la menfita, que continuaba molestándome. Incluso por la noche entraba en mi casa con la disculpa de visitarme. 7Al principio, puesto que no tenía ningún des­cendiente varón, fingía considerarme como hijo. Pero yo rogué al Señor, y dio a luz un varón. 8Durante el tiempo en que me abrazaba como un hijo, no percibí sus intenciones. Pero, finalmente, quiso arrastrarme a la fornicación. 9Cuando caí en la cuenta, me entristecí hasta la muerte. Cuando no estaba ella presente, me recogía interiormente y hacía duelo por ella durante muchos días, puesto que había percibido sus intencio­nes engañosas y su error. 10Le hablaba con palabras del Altísimo por ver si se convertía de su mal deseo.
4 -1¡Cuántas veces me aduló con sus palabras tratándome como va­rón santo, alabando con engañosas palabras mi castidad ante su marido, pero deseando, cuando estaba sola, seducirme! 2Me alababa pública­mente como casto varón, pero en privado me decía:
—No temas a mi marido: está convencido de tu castidad. Si alguien le habla sobre nosotros, no lo creerá.
3Mientras esto ocurría, yo dormía en el suelo, vestido de saco, y suplicaba a Dios que me librara de la egipcia. 4Como no conseguía nada, volvió a frecuentarme con la disculpa de la instrucción, para escuchar la palabra del Señor. 5Me decía:
—Si quieres que abandone los ídolos, únete conmigo, y yo persua­diré al egipcio para que deje los ídolos, caminando ambos en la ley del Señor.
6Yo le respondía:
—Dios no desea que sus adoradores vivan en la impureza ni se com­place en los adúlteros.
7Pero ella guardaba silencio, anhelando satisfacer su deseo.
8Yo, por mi parte, añadía ayunos sobre plegarias para que el Señor me librara de ella.
5 -1Otra vez me habló así:
—Si no quieres cometer adulterio, yo mataré al egipcio y así te to­maré legalmente como marido.
2Cuando oí sus palabras, desgarré mis vestiduras y respondí:
—Mujer, teme al Señor y no pongas por obra esa malvada acción, no sea que perezcas. Mira que voy a descubrir a todos tu impío propósito.
3Llena de temor, me pidió que no contara a nadie su maldad.
4Se marchó de allí, y procuraba regalarme con dones, obsequiándome con toda clase de delicadezas.
6 -1Me envió alimentos mezclados con pócimas mágicas. 2Pero cuan­do entró el eunuco que las portaba, levanté mis ojos y contemplé a un hombre terrible que me ofrecía una espada junto con la bandeja. Com­prendí entonces que sus cuidados pretendían seducir mi alma. 3Saliendo fuera, rompí en llanto, sin gustar ni aquel ni ningún otro de sus alimen­tos. 4Al día siguiente vino ella, vio la comida y me dijo:
—¿Por qué no comes esos alimentos?
Le respondí:
5—Porque los has llenado de muerte. ¿Cómo has podido decir: Ya no me acerco a los ídolos, sino sólo al Señor? 6Sábete que el Dios de mis padres me ha revelado por un ángel tu maldad. He guardado la comida para que te convenzas, por si viéndola te arrepientes, 7y para que aprendas que la maldad de los impíos nada puede contra los que adoran a Dios en castidad...
Tomé la comida delante de ella, comí y añadí:
—El Dios de mis padres y el ángel de Abrahán estarán conmigo.
8Cayó ella sobre su rostro a mis pies y comenzó a llorar. La levanté y la reprendí. 9Ella me prometió no cometer más esa impiedad.
7 -1Pero como su corazón continuaba prendado del mío con ánimo impuro, quedó postrada gimiendo continuamente. 2Viéndola el egipcio, le dijo:
—¿Por qué tienes un rostro tan decaído?
Le respondió:
—Tengo una pena en el corazón y los gemidos de mi espíritu me angustian.
Él procuraba aliviarla, aunque (en realidad) no estaba enferma. 3Una vez saltó hacia mí, cuando su marido estaba fuera, y me dijo:
—Me ahorcaré, me arrojaré a un pozo o a un precipicio si no te unes a mí.
4Dándome cuenta que el espíritu de Beliar la molestaba, elevé una súplica al Señor y le dije:
5—¿Para qué te turbas y alborotas cegada por el pecado? Recuerda que, si te matas, Setó, la concubina de tu marido, tu rival, golpeará a tus hijos y hará perecer tu memoria sobre la tierra.
6Me respondió:
—¡Ea, ámame! Me basta que te preocupes de mí y de mis hijos; tengo la esperanza de gozar de mi deseo.
7Pero ella no sabía que yo había hablado así por Dios, no por ella. 8Pues si un hombre cede a la pasión de un malvado deseo y queda es­clavizado como aquélla, aunque oiga alguna cosa buena, lo toma como dicho en pro de la pasión y el mal deseo que le subyuga.
8 -1Os aseguro, hijos míos, que eran aproximadamente las tres de la tarde cuando ella salió de mi presencia. Entonces doblé mis rodillas ante el Señor toda aquella tarde y continué durante la noche. Me levanté por la mañana derramando lágrimas y suplicando mi liberación de la egip­cia. 2Pero, al final, ella me tomó por mis vestidos y me arrastró por la fuerza al lecho. 3Cuando vi que en su locura agarraba con fuerza mis vestidos, huí desnudo.
4Ella me calumnió y el egipcio me envió al calabozo en su propia casa. Al día siguiente ordenó flagelarme y me envió a la cárcel del faraón. 5Cuando estaba entre grilletes, la egipcia enfermaba de pena y escuchaba cómo entonaba yo himnos al Señor en aquella casa tenebrosa y cómo con alegre voz alababa gozosamente a mi Dios, aunque sólo fuera porque con aquel pretexto me había visto libre de la egipcia.
9 -1Muchas veces me envió un mensajero con estas palabras:
—Ten a bien cumplir mi deseo y te libraré de tus ligaduras y te sacaré de esas tinieblas.
2Mas ni siquiera con el pensamiento cedí ante ella, pues Dios prefiere a un varón continente que ayuna en una lóbrega mazmorra a otro que vive disolutamente entre delicias en las cámaras reales. 3El que pasa su vida castamente desea también la gloria correspondiente, y si el Altísimo piensa que le conviene, se la concede como a mí. 4¡Cuántas veces, in­cluso enferma [la egipcia], bajaba a mi prisión a tempranas horas y escuchaba mi voz entonando plegarias! Pero yo, sintiendo sus gemidos, mantenía silencio. 5Cuando yo estaba en su casa, ella descubría sus brazos, su pecho y las piernas para que yaciera con ella. Era muy hermosa y se adornaba con esmero para seducirme, pero el Señor me protegía de sus intentos.
10 -1Ved ahora, hijos míos, qué cosas obran la paciencia y la plegaria unidas al ayuno. 2Si os esforzáis en ser castos y puros con paciencia y humildad de corazón, el Señor habitará en vosotros, ya que ama la cas­tidad. 3Donde el Señor está presente... aunque alguien caiga en envidia, esclavitud, calumnia o cárcel, el Señor que habita en él por la castidad no sólo le salvará de los males, sino que lo exaltará y lo honrará como hizo conmigo, 4pues (tales vicisitudes) oprimen al hombre en obras, pa­labras o en el pensamiento. 5Mis hermanos saben cómo me amaba mi padre y cómo no me ensoberbecí en mi corazón. Aunque era joven, mantenía el temor de Dios en mi mente, pues sabía que todo pasa. 6Me comportaba mesuradamente y honraba a mis hermanos. Por temor a ellos guardaba silencio mientras era vendido y no descubrí a los ismaelitas mi linaje, que era hijo de Jacob, un hombre grande y poderoso.
11 -1Mantened, pues, ante vuestros ojos en todas las acciones el temor de Dios y honrad a vuestros hermanos, pues todo aquel que cum­ple la ley del Señor será amado por él. 2Cuando llegué con los ismaelitas a tierra de indocolpitas, me preguntaban:
—¿Eres esclavo?
Respondía:
—Soy un siervo nacido en casa de mis dueños.
De este modo no dejaba en vergüenza a mis hermanos. 3Pero el ma­yor de entre ellos me replicó:
—Tú no eres siervo, porque tu apariencia te delata. Y me amenazó hasta con darme muerte. Pero yo insistía en que era esclavo. 4Cuando llegamos a Egipto, disputaban entre sí quién iba a dar el dinero y llevar­me. 5Por ello les pareció a todos bien que permaneciera yo en Egipto con el tratante de sus géneros hasta que ellos volvieran trayendo más mercancía. 6Pero el Señor me hizo hallar gracias a los ojos del mercader, quien me confió la administración de su casa, 7y el Señor lo bendijo por mi mano y lo colmó de plata y oro. 8Permanecí con él tres meses y cinco días.
12 -1Por aquel tiempo pasó por allí, en carroza con gran boato, la menfita, la mujer de Pentefrés, y puso sus ojos en mí, ya que sus eunu­cos le habían hablado de mí. 2Ella habló a su marido acerca del merca­der, cómo se había enriquecido por obra de un joven hebreo y cómo se decía que había sido robado furtivamente de la tierra de Canaán. (Aña­dió):
3—Pero ahora hazle justicia; toma al joven y llévalo a tu casa. El Dios de los hebreos te bendecirá, porque la gracia del cielo está sobre él.
13 -1Pentefrés, persuadido por estas palabras, mandó traer al mer­cader y le dijo:
—¿Qué es eso que oigo: que robas gente de la tierra de los hebreos para venderla como esclava?
2Cayó el mercader de hinojos y le suplicaba con estas palabras:
—Te lo ruego, señor; no sé lo que estás diciendo.
3Él respondió:
—¿De dónde has sacado, pues, el esclavo hebreo?
Replicó el otro:
—Los ismaelitas me lo dejaron aquí hasta su vuelta.
4Pero Pentefrés no le creyó, sino que ordenó que lo desnudaran y lo flagelasen. Pero, como aquél persistiera en sus palabras, dijo Pentefrés:
—¡Que traigan al joven!
5Cuando me trajeron me hinqué de rodillas ante el jefe de los eunu­cos, pues éste era el tercero en dignidad después del faraón; mandaba sobre los eunucos y tenía mujer, hijos y concubinas. 6Separándome del mercader, me preguntó:
—¿Eres esclavo o libre?
Respondí:
—Esclavo.
7Añadió:
—¿De quién eres esclavo?
Respondí a mi vez:
—De los ismaelitas.
8De nuevo me dijo:
—¿Cómo fuiste hecho esclavo?
Respondí:
—Me compraron en la tierra de Canaán.
9No me creyó, afirmando que mentía. Y ordenó que me desnudasen y flagelasen.
14 -1La menfita, por su parte, contemplaba desde una ventana cómo me golpeaban. Envió entonces un mensajero a su marido con estas pa­labras:
—Tu sentencia es injusta, porque a un libre robado lo estás castigando como si hubiera delinquido.
2Como yo no cambiaba mi declaración a pesar de los golpes, ordenó que me encarcelaran hasta que vinieran, dijo, los dueños del esclavo. 3Su mujer le habló así:
—¿Por qué mantienes como prisionero a ese joven de noble cuna, que debería más bien estar libre y servirte?
4Ella deseaba verme a causa de su pecaminoso deseo. 5Pentefrés dijo a la menfita:
—No es lícito entre los egipcios apoderarse de lo ajeno antes de pre­sentarse las pruebas.
6Esto lo dijo por el mercader. En cuanto a mí, estimó necesario que permaneciera en la cárcel.
15 -1Veinticuatro días después llegaron los ismaelitas. Habían oído que Jacob, mi padre, hacía luto por mí. Me dijeron:
2—¿Por qué afirmaste que eras esclavo? Resulta que hemos sabido que eres hijo de un hombre importante de la tierra de Canaán. Tu padre hace luto por ti cubierto de saco.
3Deseé entonces echarme a llorar, pero me contuve para no avergon­zar a mis hermanos. Dije:
—No sé nada. Soy esclavo.
4Tomaron entonces la determinación de venderme para que no fuera hallado en sus manos. 5Temían que Jacob tomara de ellos terrible ven­ganza, ya que habían oído que era grande ante el Señor y los hombres. 6Les dijo entonces el mercader:
—Libradme del juicio de Pentefrés.
7Se acercaron y me rogaron que dijera: «Fue vendido a nosotros por una cierta suma»; así Pentefrés nos dejará libres.
16 -1La menfita indicó a su marido que me comprara. Le dijo:
—Tengo oído que lo venden.
2Envió un eunuco a los ismaelitas, pidiendo que me pusieran en venta. [Así, pues, el chambelán llamó a los ismaelitas y les pidió que me vendieran. 3Pero como no quería tratar con ellos, se retiró.] El eunuco les consultó e indicó a la dueña:
—Piden un precio muy elevado por el esclavo.
4La menfita envió a un segundo eunuco con estas instrucciones:
—Aunque pidan por él dos minas de oro, no trates de ahorrar dine­ro; compra al esclavo y tráemelo. 5El eunuco les dio por mí ochenta mo­nedas de oro, aunque dijo a la egipcia que les había entregado cien. 6Yo lo vi, pero guardé silencio, para que no castigaran al eunuco.
17 -1Ved, hijos míos, cuánto soporté para no cubrir de vergüenza a mis hermanos. 2Vosotros, pues, amaos unos a otros y ocultad mutuamente vuestras debilidades con magnanimidad. 3Pues Dios se complace en la buena armonía entre los hermanos y en el propósito del corazón que encuentra su agrado en el amor. 4Cuando llegaron mis hermanos a Egipto, supieren que yo les había devuelto su dinero y que no los había cubierto de insultos, sino que los había consolado. 5Tras la muerte de Jacob, los amé más intensamente e hice aún más de lo que él había orde­nado, y se llenaron de admiración. 6No permití que se sintieran moles­tos ni por la más pequeña cosa y les di todo lo que estaba en mi mano. 7Sus hijos eran los míos, y mis hijos, como siervos suyos. Su alma era la mía, y cualquier dolor suyo, como si fuera mío; toda debilidad de su parte era como enfermedad mía. Mi tierra era la de ellos, y mis propósi­tos, los suyos. No me ensoberbecí orgullosamente entre ellos por mi gloria mundana, sino que fui entre ellos como uno de los más pequeños.
18 -1Si procedéis, pues, según los mandamientos del Señor, hijos míos, él os exaltará aquí en la tierra y os bendecirá con bienes para siem­pre. 2Si alguno quiere haceros daño, rogad por él con afán de hacer el bien, y el Señor os librará de todo mal. 3Ved, pues, que por mi magna­nimidad tomé como esposa a la hija de mis señores, y me la dotaron con cien talentos de oro, ya que el Señor los hizo siervos míos. 4El mismo Señor me dio hermosura, como una flor, superior a la de los más hermosos de Israel. Él me guardó hasta la vejez con fuerza y belleza, porque yo soy en todo semejante a Jacob.
19 -1Oíd también, hijos míos, los sueños que he tenido. 2Doce cier­vos estaban pastando: nueve estaban divididos y dispersos por la tierra e igualmente también los otros tres... 8 [Vi que de Judá nacía una don­cella adornada con un vestido de lino.] De ella procedía un cordero [sin mácula], que a su izquierda tenía algo como un león. Todas las fieras se lanzaron contra él, pero el cordero las venció y las aniquiló bajo sus pies. 9Se alegraron en él los ángeles, los hombres y toda la tierra. 10Todo ello ocurrirá a su debido tiempo, en los últimos días. 11Hijos míos, guar­dad los mandamientos del Señor y honrad a Judá y a Leví, porque de ellos surgirá para vosotros el cordero [de Dios], que salvará [con su gracia a todos los gentiles y] a Israel. 12Pues su reino es eterno, nunca pasará; pero mi reino entre vosotros llegará a su fin como cobertizo durante la cosecha, que no subsiste después del verano.
20 -1Sé que tras mi muerte los egipcios os afligirán. Pero el Señor será vuestro vengador y os conducirá a la tierra prometida a vuestros padres. 2Llevad también mis huesos con vosotros, porque durante su transporte el Señor estará con vosotros con una luz, mientras que Beliar permanecerá con los egipcios en tinieblas. 3Subid también a Zelfa, vues­tra madre, y colocadla cerca de Bala, junto a Raquel, en el hipódromo. 4Tras haber dicho todo esto, estiró sus pies y durmió el sueño eterno. 5Hicieron gran duelo por él Israel y Egipto, 6pues también se compa­deció e hizo beneficios a los egipcios como a miembros suyos, ayudán­doles con toda clase de obras, consejos y acciones.


Apéndice
Expansión del texto eslavo a TestJos 19,12 (texto de N. Tichonravov)

Oíd, pues, judíos, qué es lo que significa el sueño de José. Vi doce ciervos pastando. Tales ciervos son los doce apóstoles, que anuncian maravillas en el mundo. Nueve de ellos ―dijo― se diseminaron por toda la tierra, enseñando y bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Del mismo modo, también los (otros) tres evangelizaron y murieron sin salir de Jerusalén.
Como dice la Escritura, Santiago, hermano de Juan, fue asesinado a filo de espada por Herodes el impío. Igualmente Esteban, el llamado primer mártir, que murió apedreado por los judíos. Éste gritó así:
—Señor, no les tengas en cuenta este pecado, pues no saben lo que hacen.
Veo —dijo— que ha salido una virgen de Judá, es decir, la santa de la tribu de Judá, la hija de Joaquín, portando un vestido de púrpura: pura y sin error, santa y más que santa. De ella procede —dijo— el cordero inmaculado, es decir, el Hijo de Dios, mando humilde, sin maldad ni malicia y que no conoce el pecado. Y a su izquierda (hay) como un león. Ésta es la Palabra [Verbo] de su divinidad, grande, terrible y (bien) señalada, contra la que se lanzan todas las fieras, es decir, vosotros, infelices judíos, que habéis visto al Hijo de Dios que toma un aspecto humilde. Mas todos como fieras salvajes se lanzaron contra él diciendo:
—Cogedle, cogedle, crucificadle.
¡Sea su sangre sobre vosotros y vuestros hijos!
—El cordero los venció —dijo—. Es decir, el Hijo de Dios resucitó de entre los muertos, (ese) de quien vosotros os acordasteis sólo para hacer el mal.
Pero él los hizo perecer, pisoteándolos (traducción conjetural). Es decir, os repartirá como siervos entre las gentes y seréis pisoteados hasta ahora en vuestra tierra. De ello —dijo— se alegraron los ángeles, los hombres y toda la tierra. El Señor, Dios vuestro, rey de cielos y tierra, reúne lo superior e inferior en una misma y feliz bendición. Todo esto —dijo— se cumplirá en su momento oportuno. Jacob tenía, pues, setenta y tres años; y el hijo de Dios (¿José?) nació en el año noveno y se alegraron por él en los últimos días. De él es el principio y el fin. Éste, en primer lugar, pasó del no ser al ser, y sobre ello hablaron los profetas. Y nosotros nos alegraremos en él hasta los días postreros.
Vosotros, pues, hijos míos —dijo—, guardad los mandamientos del Señor y honrad a Judá y a Leví, porque de éstos saldrá para vosotros el cordero divino, es decir, de la tribu de Judá y según el orden levítico. Recibirá la hegemonía y salvará por su gracia a todos los pueblos y a Israel. Considéralo tú, Israel, pues no sólo para ti es la salvación, sino para todos los pueblos, hasta el extremos que no nació sólo para salvar a Israel. Nació de una santa virgen y condujo a todos los pueblos a la salvación. Su reino es eterno. Considera que la virgen no anuncia a otro cordero y que su reino no pasará nunca.



TESTAMENTO DE BENJAMÍN

Sobre la limpieza de pensamiento

1 -1Copia de las palabras de Benjamín, de lo que dispuso a sus hijos tras haber vivido ciento veinticinco años. 2Los besó y les habló así:
—A Abrahán le nació Isaac cuando tenía cien años; a la misma edad le nací yo a Jacob. 3Como Raquel murió al darme a luz, no tenía leche, pero me amamantó Bala, su sirvienta. 4Raquel, tras parir a José, perma­neció estéril doce años. Pero imploró al Señor con ayunos durante doce días, concibió y me parió a mí. 5Nuestro padre amaba a Raquel muchí­simo y rogaba a Dios que le concediera ver a dos hijos nacidos de ella. 6Por esta razón me llamaron Benjamín, es decir, «hijo de días».
2 - 1Cuando llegué a Egipto y me reconoció mi hermano José, me preguntó:
—¿Qué dijeron a mi padre cuando me vendieron?
2Le respondí:
—Impregnaron de sangre tu túnica y se la enviaron con estas pala­bras: «Mira si es ésta la túnica de tu hijo».
3Añadió José:
—Sí, hermano; cuando me cogieron los ismaelitas, uno de ellos me despojó de la túnica, me dio algo con qué taparme y, tras propinarme unos latigazos, me ordenó caminar. 4Pero, cuando iba a esconder mi túnica, le salió al encuentro un león y lo mató. 5Así, sus camaradas, lle­nos de temor, me vendieron a otros compañeros.
3 -1Vosotros, pues, hijos míos, amad al Señor, Dios del cielo, y guar­dad sus mandamientos imitando a José, varón bueno y santo. 2Ocúpese vuestra mente de lo bueno, como sabéis que hago yo. El que tiene una mente sana todo lo mira rectamente. 3Temed al Señor y amad al prójimo. Aunque los espíritus de Beliar soliciten abrumaros con toda clase de maldad y angustia, no se enseñorearán de vosotros, como tampoco de José, mi hermano. 4¡Cuántos hombres quisieron matarle!, pero el Señor le protegió. Pues el que teme a Dios y ama al prójimo no puede ser golpeado por el espíritu etéreo de Beliar, protegido como está por el temor de Dios. 5No podrán enseñorearse de él las insidias de los hom­bres o las bestias salvajes, porque le ayuda el amor de Dios, el mismo que él tiene a su prójimo. 6José suplicó a nuestro padre que rogara por sus hijos para que el Señor no les tuviera en cuenta lo malo que contra él habían tramado. 7Exclamó así Jacob:
—¡Hijo mío, José!, ¡hijo excelente!, tú has conmovido las entrañas de tu padre Jacob.
Y, rodeándole con sus brazos, le estuvo besando durante dos horas con estas palabras:
8—En ti se cumplirá la profecía del cielo [sobre el cordero de Dios y salvador del mundo: él, sin mácula, será entregado por los infieles; el inocente morirá por los impíos en la sangre de la alianza], para la salva­ción [de las naciones y] de Israel, con lo que destruirá a Beliar y a sus servidores.
4 -1Ved, hijos míos, el final del varón bueno. Imitad con bondad de pensamiento sus entrañas de misericordia, para que vosotros portéis también las coronas de gloria. 2El hombre bueno no tiene ojos tenebrosos, pues siente misericordia de todos, aunque sean pecadores. 3Aunque tramen algo malo contra él, vence al mal obrando el bien, protegido por la bondad; y a los justos ama como a sí mismo. 4Si alguien recibe alabanzas, no siente envidia. Si alguno se enriquece, no siente celos. Si alguno es valiente, lo alaba; cree y ensalza al prudente, tiene misericordia del pobre, se compadece del enfermo, entona himnos a Dios. 5Protege a quien tiene temor de Dios, colabora con el que lo ama, convierte con sus reprimendas a quien niega al Altísimo, y a quien tiene la gracia del espí­ritu bueno lo ama con toda su alma.
5 -1Si poseéis una mente recta, hijos, incluso los hombres malvados tendrán paz con vosotros, y los disolutos, por respeto a vosotros, se tor­narán hacia el bien; los avaros no sólo se apartarán de su pasión, sino que darán del producto de su avaricia a los afligidos. 2Si obráis el bien, incluso los espíritus inmundos se apartarán de vosotros y las fieras mismas os temerán. 3Pues donde existe luz en la mente (que se traduce) en obras buenas, huyen las tinieblas. 4Si alguien hace daño a un varón pío, (en ellos) lleva la penitencia, pues el Santo siente misericordia del insul­tador y guarda silencio. 5Si alguien traiciona a un alma justa, ésta se tornará a la plegaria; se verá humillada por poco tiempo, pero no mucho después aparecerá con mayor brillantez, tal como le ocurrió a José, mi hermano.
6 - 1La mente del hombre bueno no está en poder de Beliar, espíritu del error, pues el ángel de la paz guía su alma. 2(El hombre bueno) no contempla con pasión lo perecedero ni acumula riquezas por amor al placer. 3No se complace en la voluptuosidad; no causa tristeza al próji­mo, no se satura con platos exquisitos, no se deja seducir con lo que contemplan sus ojos, pues su heredad es el Señor. 4La mente buena no admite la honra o la deshonra de los hombres; no conoce en absoluto el dolor y el engaño ni la disputa y el insulto, pues (el Señor) habita en él, ilumina su alma y es objeto de alegría para todos los hombres en todo momento. 5La mente recta no tiene dos lenguas, una para la bendición y otra para la maldición, para el insulto y la honra, para tristeza y alegría, para tranquilidad y turbación, hipocresía y verdad [pobreza y riqueza], sino que mantiene respecto a todos una única disposición, sencilla y pura. 6Tampoco tiene una visión o audición doble, pues sabe que en todo lo que obra, habla o mira, el Señor vigila su alma. 7Mantiene pura su mente para no ser condenado por Dios o los hombres. Pero todas las obras de Beliar son dobles y no [él] conoce la sencillez.
7 -1Por ello, hijos míos, huid de la maldad de Beliar, pues propor­ciona una espada a quienes le obedecen. 2Esta espada es la madre de siete males. [En primer lugar, la mente concibe por influjo de Beliar.] Primero, la envidia; segundo, la destrucción; tercero, la angustia; cuarto, la cautividad; quinto, la necesidad; sexto, la turbación; séptimo, la deso­lación. 3Por ello, Caín fue entregado por Dios a siete castigos: cada cien años hacía caer el Señor sobre él una plaga. 4Cuando tuvo doscien­tos años, comenzó a padecer, y a los novecientos quedó privado (de la vida) durante el diluvio a causa de Abel, su justo hermano. Caín fue condenado a siete males, pero Lamec a setenta y siete. 5Serán castigados para siempre con el mismo castigo de Caín los que se asemejaren a éste en el odio envidioso a su hermano.
8 -1Vosotros, pues, hijos míos, huid de la maldad, de la envidia y del odio fraterno, y apegaos a la bondad y al amor. 2El que tiene una mente pura en el amor no mira a una mujer para fornicar, pues no reside la in­mundicia en su corazón, ya que en él habita el espíritu de Dios. 3El sol no se mancha cuando brilla sobre el estiércol y el fango, sino que reseca a ambos y aleja el mal olor. Del mismo modo, la mente pura, constreñida a vivir entre los miasmas de la tierra, se edifica (espiritualmente), pero no se mancha.
9 -1Deduzco de las Palabras de Henoc el justo que se darán entre vosotros acciones no buenas. Fornicaréis al estilo de Sodoma y pereceréis salvo unos pocos. Haréis revivir la pasión voluptuosa por las mujeres, y el reino de Dios no estará entre vosotros, porque él mismo lo apartará. 2Sin embargo, el templo de Dios se ubicará en vuestra heredad [y este último será más glorioso que el primero]; allí se congregarán las doce tribus y todos los pueblos, [hasta que el Altísimo envíe su salvación por medio de la visita del profeta unigénito].
[3 Entrará en el primer templo; allí será injuriado, despreciado y exal­tado sobre un madero. 4El velo del templo se rasgará y el Espíritu de Dios se pasará a las naciones, como fuego que se expande. 5Y, tras subir del Hades, ascenderá de la tierra al cielo. Yo he visto cuán humilde será sobre la tierra y cuán glorioso en el cielo].
10 -1Cuando José estaba en Egipto, deseaba ver su rostro y todo su porte y figura. Gracias a las plegarias de mi padre Jacob lo vi, despierto durante el día, según era él totalmente.
2Sabed, hijos míos, que me estoy muriendo. 3Que cada uno trate con verdad y justicia a su prójimo. Obrad fielmente y guardad la ley del Señor y sus mandamientos. 4En vez de herencia, os lego estas enseñan­zas. Transmitidlas a vuestros hijos para que las mantengan por siempre, pues esto hicieron también Abrahán, Isaac y Jacob. 5Todas estas cosas fueron las que ellos nos dieron en herencia, ordenándonos así: guardad los mandamientos del Señor hasta que él revele su salvación a todas las naciones. 6Entonces veréis a Henoc, Noé, Sem, Abrahán, Isaac y Jacob resucitados, a la derecha, llenos de júbilo. 7Entonces resucitaremos tam­bién nosotros, cada uno en su tribu [y adoraremos al Rey de los cielos, que aparecerá sobre la tierra en la humilde forma de un ser humano. Cuantos en la tierra hayan creído en su persona se alegrarán con él]. 8Entonces resucitarán todos, unos para la gloria, otros para la deshonra. Juzgará el Señor, en primer lugar, a Israel por las impiedades contra él cometidas, [ya que no creyeron en Dios, que se había mostrado en carne como Salvador]. 9Entonces juzgará también a las gentes, [a cuantas no creyeron en él aparecido sobre la tierra]. 10Por medio de los gentiles ele­gidos reprobará a Israel, como le ocurrió a Esaú por los madianitas, quie­nes permitieron que se convirtieran en hermanos suyos por su fornicación e idolatría. Por ello se apartó de Dios. Así, pues, hijos míos, formad parte de los que temen al Señor. 11Pero vosotros, si procedéis con san­tidad ante el Señor, volveréis a habitar conmigo en esperanza, y todo Israel se congregará ante el Señor.
11 -1Ya no me llamarán lobo rapaz por vuestras rapiñas, sino ope­rario del Señor que reparte el alimento a los que obran el bien. 2En los últimos días surgirá de mi linaje el amado del Señor, que escucha sobre la tierra su voz y pone por obra el beneplácito de su voluntad. [Ilumina a todas las naciones con un conocimiento nuevo, caminando por Israel para su salvación como luz del conocimiento y, como un lobo, robando (gente) de entre ellos y traspasándola a la congregación de los gentiles. 3Hasta la consumación de los siglos estarán en las reuniones y entre los jefes de los gentiles como una melodía en la boca de todos. 4Se verán escritas en libros santos su obra y su palabra], y será el Elegido de Dios para siempre. 5Sobre él me instruyó mi padre Jacob así: «Él suplirá las deficiencias de tu tribu».
12 -1Cuando Benjamín hubo concluido estas palabras, les dijo:
—Os ordeno, hijos míos, que saquéis mis huesos de Egipto y me enterréis en Hebrón, cerca de mis padres. 2Murió Benjamín a los ciento veinticinco años en una plácida vejez, y lo colocaron en un ataúd. 3En el año nonagésimo primero de la entrada de los hijos de Israel en Egipto, ellos y sus hermanos sacaron los huesos de sus padres ocultamente, du­rante la guerra con Canaán, y los enterraron en Hebrón a los pies de sus antepasados. 4Regresaron luego de la tierra de Canaán y habitaron en Egipto hasta el día de su salida de aquella tierra.
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Etiquetas: apocrifos biblicos, israelies, pseudoepigráficos, religión, textos antiguos
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ellos, nuestros antepasados.Milenios nos separan de aquellos a los que hoy llamamos “humanos primitivos”.
Un largo camino hemos recorrido, sin duda. Solos, o con alguna ayuda?.Hemos realizado hazañas asombrosas y protagonizados hechos vergonzosos.
En estas páginas,escritas por los antiguos y por nuestros contemporáneos,nos muestra la esencia del Ser Humano que busca su origen y su destino.
Nosotros en algún momento nos convertiremos en antepasados, y formaremos un eslabón más a la cadena de seres, de aquí y de “allá”, que escriban esta historia que siempre estará inconclusa. (Sergio)




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