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miércoles, 15 de septiembre de 2010

MOISÉS Y LOS 10 MANDAMIENTOS

¿Quién era Moisés? ¿Quién fue el único hombre que, tras el Diluvio Universal, contempló a Yahvé frente a él?

Resulta que Moisés era hijo de una mujer "hebrea" que lo abandonó en el río Nilo y que fue adoptado, indirectamente, por el faraón de aquella época, convirtiéndose, así, en un príncipe de Egipto. Más tarde, pasados los años, yendo por el desierto, "dando un paseo", Moisés se encontró con Yahvé, que decidió manifestársele en forma de zarza que ardía sin consumirse y le convenció para que librase a su pueblo de la opresión faraónica. Moisés obedeció y liberó al pueblo de Israel de la esclavitud guiándoles en la búsqueda de la tierra prometida por Yahvé.

Dos hechos llaman poderosamente la atención en esta huída de Egipto y en la búsqueda de esa tierra prometida:

A) Moisés hizo creer a un pueblo de esclavos que había hecho un milagro separando las aguas del Mar Rojo para que ellos pudieran pasar sin mojarse. 900 años más tarde, Alejandro Magno, que había conquistado medio mundo, se amedrentó al observar cómo subía y bajaba la marea del río Indo y se dio media vuelta. Si a un aguerrido y conquistador ejército le daba miedo ver cómo cambiaba el nivel de esas aguas, ¿qué habría pasado por la mente de unos esclavos, que en su vida habían salido de los campos de trabajo egipcios?.

B) Moisés tardó cuarenta años en llevar a su pueblo desde Egipto a lo que hoy en día es Israel. Sí, 40 años tardaron en recorrer unos 1.000 kilómetros... Y gracias a una nube que les guiaba durante el día y a una estrella que les marcaba el camino durante las noches.

Pero, ¿qué sucede si nos fijamos exclusivamente en el contenido de las dos tablas de piedra que bajó Moisés desde el Monte Sinaí, tras su sobrenatural encuentro?.

Estas tablas contenían los Diez Mandamientos que Yahvé había dado a su pueblo. Unos mandamientos sagrados, de obligado cumplimiento que, cualquiera que decida analizarlos objetivamente, olvidándose de todos y cada uno de los prejuicios que le proporcionen sus creencias judeo-cristianas, podrá comprobar que se trataban de unas simples normas político-sociales para la convivencia entre clanes. Pero, sobre todo, para favorecer el mando y las propiedades de los patriarcas.

Los actuales tres primeros Mandamientos ("Amarás a Dios sobre todas las cosas", "No tomarás el Nombre de Dios en vano" y "Santificarás las fiestas") eran en realidad uno sólo. La idea de Dios servía, en aquellas circunstancias en las que no había conciencia clara de patria o estado, como elemento creador de una unidad tribal, a través de un Dios propio. Lo de "Santificarás las fiestas", no era otra cosa más que la obligación de acatar las leyes y las tradiciones.

El cuarto Mandamiento, "Honrarás a tu padre y a tu madre", se creó de cara a conseguir que los jóvenes, que eran los guerreros de la tribu y, en consecuencia, los poseedores de la fuerza real, fueran sumisos a los viejos patriarcas, dueños de los rebaños y señores del poder económico, que se lograba a lo largo de los años y se mantenía, precisamente, gracias al orden y a las leyes preestablecidas.

"No matarás", el Mandamiento número cinco, se refería exclusivamente a los miembros de la propia tribu -como más adelante veremos que también ocurre con otro-, pero en absoluto se refería a la matanza de enemigos ni a la guerra con otras tribus. Véanse como ejemplos claros el caso de los pobres aldeanos de Jericó en tiempos de Moisés o el de los Palestinos, hoy en día.

El sexto Mandamiento: "No fornicarás ni cometerás actos impuros" quería decir que nada de sexo sin la previa purificación del rito del matrimonio, que es lo mismo que decir previo pago al padre por la hija de las cabras y camellos que, entonces, tenía que entregar el novio, si quería llegar más allá de una enamorada mirada.

"No robarás" y "No mentirás", los actuales séptimo y octavo Mandamientos también eran uno sólo originalmente y, además, muy fáciles de comprender en una sociedad basada en el trueque. Era indispensable una mínima ética comercial que evitara el robo y el engaño en las transacciones económicas y quién mejor que Dios para establecer esas leyes.

Por último, los Mandamientos noveno y décimo, "No desearás la mujer de tu prójimo ni codiciarás bienes ajenos", servían simplemente para evitar que los jóvenes sin esposa ni propiedades robasen mujeres y rebaños para establecerse por su cuenta en clanes independientes. Asimismo hay que recordar que se entiende como "prójimo" únicamente a los miembros pertenecientes al pueblo de Israel. Por tanto, como sucede con el quinto mandamiento -"No matarás"- no existía falta, ni pecado, en desear y codiciar esposas y bienes de otra tribus o pueblos.

Las famosas tablillas fueron guardadas, junto con un trozo de maná, en un arca de oro, que fue depositado, a su vez, en el templo que un Rey posterior, Salomón, construyó en honor a Yahvé...Pero esa es otra historia

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