"Ser inmoral es gastar dinero en aburrirse, ser moral es aburrirse gratis"



lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Creer o no creer? •

En este artículo introductorio se ponen las bases para el tratamiento de este fundamental tema. Se afirma, en primer lugar, la realidad del dilema de la existencia de Dios y sus posibles causas.
Advierte el autor de lo inadecuado de aceptar soluciones incompletas al problema, como lo pueden ser el agnosticismo o la simple indiferencia.

Pero, ¿es posible encontrar contestación a la pregunta de la existencia de Dios? El autor contesta con un rotundo sí. Y Mente Abierta quiere ayudarte a hallarla...


“El tema más profundo de la historia del mundo
y de la humanidad, al que todos los demás temas se subordinan,
sigue siendo realmente el conflicto entre la incredulidad y la fe”.
Goethe

La agonía de la fe
La mayoría de las personas tropiezan con serias dificultades para aceptar una fe más o menos tradicional. El análisis racional de determinados dogmas, las inconsistencias manifestadas en la vida de muchos llamados cristianos y, sobre todo, las olas de positivismo y materialismo que invaden el pensamiento actual inclinan hacia el ateísmo.

Pero la negación de la existencia de Dios y de los grandes fundamentos sobrenaturales del cristianismo tampoco resultan fáciles para quien piensa sin prejuicios. Las maravillas sobrecogedoras del universo, la complejidad de nuestro propio ser, las profundidades insondables de nuestra personalidad, las glorias y miserias de la historia humana, todo resulta demasiado misterioso para declarar que no existe Dios y que toda la fe religiosa es un mero fenómeno sicológico, residuo de épocas pasadas destinado a desaparecer.

Contra esta interpretación simplista de cuestiones tan complejas como importantes, se alzan fuertes voces —no sólo sentimentales, sino racionales— en el interior de toda persona sincera. Propugnan una concepción más matizada de la que no puede excluirse olímpicamente la interpretación cristiana de Dios, del hombre y del universo. Como James Orr ha sugerido, “suprimid a Dios en el mundo y todo viene a ser un misterio insoluble , la historia una escena de ilusiones destrozadas, la creencia en el progreso una superstición y la vida en general

“... un cuento narrado por un idiota,
lleno de sonido y pasión fiera,
pero sin ningún significado.”
(Macbeth, Acto V, escena 5 )


Soluciones que nada resuelven
El duelo queda a menudo sin decidir y de la indecisión nace el agnosticismo, la renuncia a la plena convicción, la aceptación resignada del enigma indescifrable. En el extremo de esta incertidumbre oímos afirmaciones tan pesimistas como la de Camus: “El absurdo es nuestra única certeza”.

Pero el hombre no puede ni debe contentarse con permanecer indefinidamente en esa posición. Fatigado en el conflicto, no debe dejarse adormecer en la indiferencia sumergiéndose en lo temporal y perdiendo toda preocupación por lo trascendente, lo espiritual, lo divino, lo eterno. Si presta oídos a las voces más nobles que aguijonean su espíritu, no puede descartar las grandes cuestiones religiosas con aire volteriano, con ese despectivo je m´en fiche (¡A mí, qué!), tan impropio de hombres serios. La declaración de André Malraux de que “el problema capital del fin del siglo será el problema religioso” es digna de reflexión. Nosotros añadiríamos que ese problema que el escritor francés intuía como característica del “fin del siglo” debe inquietar a los hombres de todos los tiempos.

Pero tampoco podemos conformarnos con una postura intermedia entre la fe y la incredulidad. No pocos opinan que esto es quizá lo más prudente, quedarse donde uno está, sin excesivo desasosiego, siguiendo la corriente en que el destino —como dirían los paganos— nos ha situado; sin mayores aspiraciones a un más claro conocimiento de la verdad. Ni ateos militantes, ni piadosos cristianos. Al fin y al cabo, ¿no resulta insoluble el problema de la fe? ¿En quién o en qué creer? ¿Porqué creer? ¿Qué garantías o pruebas podemos conseguir para llegar a una plena certidumbre de fe?

La respuesta a estas preguntas y otras análogas no podemos encontrarla en la Filosofía. Las especulaciones humanas sobre la problemática religiosa constituyen un verdadero laberinto del que muchos pretenden salir haciéndose su propia religión, creyendo a su manera. Este intento de salida es a todas luces insatisfactorio, por no decir peligroso. Usando otra ilustración, ¿qué pensaríamos del enfermo que ante opiniones contradictorias de diversos médicos decidiera tratar de curarse haciendo su propio diagnóstico y dictando sus propias recetas?

Esta fatal posibilidad nos hace pensar en una patética interrogación formulada por el profeta Jeremías en un momento de grave crisis espiritual de su nación: “Quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado. ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico?” (Jeremías 8:21—22)

Al llegar a este punto ya no podemos extendernos en más consideraciones acerca del problema o de la enfermedad —llamémoslo como queramos— espiritual del mundo sin señalar la solución, el remedio. Sí, "¡hay bálsamo en Galaad”! Hay médico y medicina para sanar a las almas atormentadas por las inquietudes espirituales que toda persona suele sentir.

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