"Ser inmoral es gastar dinero en aburrirse, ser moral es aburrirse gratis"



sábado, 11 de septiembre de 2010

La culpa...

En muchas de las religiones predominantes en nuestro planeta, se nos ha inculcado la idea de premio o castigo. Si haces las cosas bien te premian, si las haces mal te castigan. Por eso, en algunas de las vertientes religiosas, se habla de un cielo o un infierno, sobre todo en las corrientes cristianas. En otras, se habla de La Ley del karma, o causa-efecto. Esto es que acciones buenas desencadenan liberación, en tanto acciones malas nos hacen más esclavos aún de la ignorancia.

Con mucha osadía ( y por qué no, tal vez insensatez de mi parte) me atrevo a decir que el efecto terrible que se puede producir en nosotros, está ligado a un sentimiento llamado culpa. Hay una diferencia entre la reflexión profunda que nos hace ver cuando a veces erramos el camino, y la culpa que asociamos a la acción pecaminosa o sucia, aquella que parece nos condenará a mantenernos alejados del Padre.

Sucede entonces, que actuamos muchas veces más para no sentir esta fea sensación, que por la íntima convicción liberadora de conducirnos por el recto sendero.

Cuando mi maestro me enseñaba algo, y me pedía que realizara algún ejercicio durante el tiempo en que no lo veía, yo a veces sentía culpa. Entonces, al verlo, le decía con la cabeza gacha: te he defraudado, perdóname, pues no he hecho lo que me indicaste. El me repondía: sólo el ego habla de defraudar. Levanta tu cabeza. Hiérguete y comienza a hacer hoy lo que no has hechoi antes. No debes sentir culpa. Libérate y comienza a dar tus pasos. Sólo se ha escapado un poco de tiempo, pero nada logras lamentándote. No me defraudas a mí, sólo te retrasas un poco tú, pero nada más. No puedes escapar de Dios hijo mío. Él es tu destino inevitable...

Y así fue que en ese instante comprendí como el ego es un hábil actor, que a veces se disfraza de vanidoso, y otras de humilde, a veces de ladrón y otras de santo. Mejor es no tener ningún atributo, mejor es ser libre. No nacemos con culpa, ningún niño viene con culpa al mundo ¿por qué entonces tomar esa pesada carga?

Con eso, vuelvo a repetirte, no te insto a que si haces algo mal, sonrías como si nada. Reflexiona, y da el paso que te saque del error. Si no sabes como salir del error, acercate a hombres santos, o por lo menos de corazón puro y mente ecuánime. Pero no le permitas al ego manipularte con culpa.

Yo trato de aprender de todo lo que EXISTE. Aprendo de mi maestro, de una hormiga, del viento, de mis compañeros de trabajo, de mis jefes, de mis amigos y de los que me detestan. Todo en este mundo sirve para aprender. Cuando mi química cerebral se eleva a causa de manejos erróneos de mi energía, yo también me stresso, me cuesta dormirme, y somatizo mis angustias con alguna enfermedad. Lo digo porque alguno de vosotros aun creen que soy un trascendido, y no puedo permitir ese engaño. Entonces, esos días en que estoy mal, voy a mi médica, quien es cardióloga, pero que también usa terapias alternativas. Es un ser muy bello y bueno. Tambie´n voy de vez en cuando al psiquiatra, porque una parte de mi cerebro físico tiene desde que nací, un alto grade de actividad. Cuando las cosas no iban bien, fui al maestro y le dije: ¿qué hago?. El respondió: ve la médico para tu cuerpo, pues yo debo encargarme de tu espíritu. Sinceramente, yo esperaba que él posase su mano en mi cabeza, y me curase. Luego entendí que esa no era su misión en la tierra. Aún así, luego de varios meses, en que el psiquiatra me dijo: estos síntomas te acompañarán de por vida porque eres más sensible que otros, y tus alarmas se activan ante la menor señal...el maestro me dijo: el psiquiatra se asombrará al ver que dentro de un tiempo, tu comunión con el Cristo limpiará todo mal, y no quedarán ni huellas de tus males genéticos.

Pero más allá de la anécdota, debo confesarte que yo sentía culpa de ir a un médico, porque mi ego se infiltraba y me manipulaba. Yo decía: hago un camino espiritual, Dios está en mí, ¿cómo puede pasarme a mí esto?.

Eso es ego, eso es vanidad, y el notarlo me traia culpa. Este mismo psiquiatra me dijo algo muy sensato: has hecho tantos esfuerzos por no permitir que lo obscuro te domine, que has ido al otro extremo, queriendo que todo sea blanco. Ni lo negro ni lo blanco son el equilibrio.

Capaz, sin saberlo o sí, él aludía a lo mismo que el dihco hindú que dice: Cuando una astilla de madera se clava en tu mano, no debes permitir que se infecte. Para ello debes tomar una aguja de metal limpia. Penetras aún más abajo que la herida de la astilla, y la remueves. La astilla causa dolor. Removerla cuasa más dolor. Sacar la impureza causa dolor. Pero luego, debes deshacerte de la astilla y de la aguja, porque ya no son necesarias. Al tiempo, la herida cerrará y sólo quedará la marca de la lastimadura...

Por eso debemos intentar ser libres. Disfrutar de esta vida, sin dañar, amando, sin sentir culpa.

Piensa en un perro pequeño. El sólo sabe jugar, vivir y disfrutar. No conoce bueno y malo. El juega, y a veces hace lío, pero no tiene maldad. Así de sencillos debemos volvernos.

Había una vez tres personas junto a un maestro. El primero era un niño, pequeño e inocente. El maestro lo llevó a él solo a un campo. Le señaló el cielo y le preguntó que veía. El niño alzó su vista, y respondió: veo un pájaro volando Señor.

Llevó de nuevo al niño y se llevó al segundo hombre. Este era un matemático. Sabía la gran mayoría de las leyes físicas. Durante toda su vida había leído cerca de un millar de libros, y era considerado muy sabio en su aldea. El maestro lo llevó a él solo al campo, volvió a señalar el cielo, y le preguntó que veía. El maetmático observó detenidamente, y al tiempo dijo: es una grulla de cuello negro. Lo determiné por su forma de vuelo, como arquea las allas, y porque esta es la estación del año que migran hacia el este. Definitivamente es una grulla de cuello negro.

LLevó al matemático de regreso, y se llevó al tercer hombre. Este era un hombre santo, devoto de Dios. Vivía realizando grandes austeridades, en extremo amoroso y servicial. El maestro volvió a preguntar señalando al cielo, qué veía. El devoto miró al pájaro fijamente, sonrió, y con los ojos llenos de lágrimas dijo: Veo a Dios, lo único que puedo ver es a Dios...

Reunió a los tres en el campo, se sentaron, y compartieron el atardecer. Se miraban entre ellos, y el niño, el matemático y el devoto, se preguntaban para qué el maestro les hizo esa pregunta. Entonces, le preguntaron casi al unísono, mientras el pájaro seguía volando en lo alto del cielo: Y usted que ve allí maestro?.

El maestro alzó la vista, y dijo: veo un pájaro.

Creo que esta lectura es muy útil, porque muestra la sencillez. Ninguno estaba errado, cada cual solamente estaba en un punto diferente de su evolución. Esto es como un círculo que debe cerrarse, pero que inevitablemente debe ser recorrido de principio a fin.

Mis amados, los dejo con la esperanza de que vuelquen su sentir en el foro de opinión y espiritualidad. A vuestros pies por siempre, vuestro hermano

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